martes, 19 de noviembre de 2013

Breve nota sobre caricatura política


(El siguiente texto fue leído 
el 17 de noviembre de 2013
en el Tianguis Cultural del Chopo
 en ocasión de la presentación de la obra 
del caricaturista Silvestre Madera, Chicho)


Buenos días, compañeros, amigos y personas que van pasando y con curiosidad se detienen a escuchar lo que podemos decirles sobre el tema de hoy, que es la caricatura política.
     Como sabemos (y si no lo sabemos, lo vamos aprendiendo de una vez en caliente) el arte gráfico, como toda manifestación artística, es como un gran río que va a dar a la Mar Océano del arte-en-general; a este río en particular (el del arte gráfico), lo conforman varios afluentes. Uno de estos es la caricatura, de la cual hay mucho tipos, según la inclinación hacia la que va dirigido el mensaje y las predisposiciones propias del artista, y el cual es un dibujo (en México se le suele decir monito y llamar monero al que que los realiza) que busca retratar los rasgos más característicos de una persona real o fingida, exagerándolos para hacerlos más notorios y provocar la risa.
     Se dice que esta forma de arte, en su vertiente moderna, nació durante el Barroco, cuando los visitantes del taller de la familia Carracci resultaban víctimas adecuadas para que tanto los pintores como los aprendices se dieran vuelo en representar burlonamente a los visitantes al taller. 

Litografía del Museo Británico
 (Click en la imagen para ver más grande)


Sería hacia el siglo XVIII, en Inglaterra, que comenzaría a estructurarse el género de la caricatura política para hacer mofa de Lutero, el papado y hasta el rey. Luego Francia también desarrollaría el arte del cartón político para fustigar al rey Borbón.
     

Del libro Museé de la caricature, de E. Jaime, 1838


Considerando que el ambiente humano, las condiciones humanas de aquella época eran limitadas y la población en extremo analfabeta, comienza a ser uno de los medios favoritos y más instantáneos del incipiente periodismo para al menos cuatro cosas:
       a) enterarse de lo que ocurre entre los poderosos,
       b) reírse de ellos
       c) transmitir opiniones y
       d) adquirir consciencia.
     Por supuesto, ese camino de expresión es radical para el hinchado ego de los poderosos, pues la mayoría de seres humanos en posición de poder creen erróneamente que están iluminados y que sus errores son virtudes (véase, si no lo cree, el sexenio de Felipe Calderón, por mucho el más deplorable que ha tenido México desde Victoriano Huerta, quien fue un traidor). Por ello, el peligro de confrontar a los poderosos no estuvo exento de horribles momentos al ejercer el caricaturismo político en sus primeras épocas (y valga decirlo, también en las actuales). Algunos conocieron la cárcel, como el considerado mejor caricaturista de Francia, Honoré de Daumier.
      Joven e idealista, éste realizó una parodia del gobierno del príncipe Luis Felipe I. Lo representó como un obeso gigante patas flacas sentado en un trono. La abotagada cabeza de pera del monarca abre la boca para tragar cestas de comida que a través de una larga tabla unos lacayos suben cargando a sus espaldas hasta depositarlas en los labios reales. En el principio de la tabla, se puede ver a un recaudador de alimentos (es decir, impuestos) que le exige más a un pueblo desesperado, mientras debajo, con gorros napoleónicos alzados, unos hombres luchan por las migajas que puedan caer. Detrás de éste gigantón insaciable, aparecen otros dirigentes políticos que parecen rogar al rey algo de lo que sale por debajo del trono (una como culebra) y se embarra en papeles escritos doblados debajo. En la parte inferior de la litografía aparece el nombre Gargantúa, popular y desacomedido monstruo del folclore francés, que inmortalizó el escritor Rabelais.

(click en la imagen para ampliar)

Tras la publicación de esta caricatura, el gobierno no sólo destruyó la plancha litográfica y confiscó la mayoría de las copias, sino que Daumier y otros caricaturistas fueron encerrados durante seis meses, e incluso un año más tarde se promulgó una ley que prohibía la libertad de prensa. (Estas leyes son muy socorridas por aquellos gobiernos que desearían abolir la crítica, a la usanza de la Rusia Soviética estalinista o el actual gobierno norvietnamita, o los ayatolas musulmanes o ciertos territorios de la mal llamada democracia, como en República Checa, donde hasta los tribunales han intervenido para intentar censurar cartones que afectan a los ministros).
      En el caso mexicano han sido grandes los caricaturistas que han puesto su arte al servicio de la crítica, como el decano de todos ellos, José Guadalupe Posada, quien desde el siglo XIX y hasta 1913, año de su muerte, retrató y ridiculizó las costumbres, a los políticos y al pueblo, mediante la utilización de metáforas como la de la calaca o la “Calavera Garbancera”, mejor conocida como la Catrina. 



Sus logros más notables en el campo de la crítica se dieron en periódicos de corte antiporfirista y después de la revolución también satirizó a Madero. Es Posada un artista original por derecho propio, en quien las influencias no parecen demasiado claras, excepto quizá (y en esto estoy siendo muy arriesgado) las propias del pueblo mexicano. Sus notables parodias de la vida mediante el uso de las calaveras, no sólo causaron admiración en su época sino que impulsaron hasta hoy (a cien largos años de su muerte) el arraigo de tradiciones como las calaveras literarias y que México sea a veces considerado un país que se ríe de la muerte.
       En la actualidad, nuestro país cuenta con grandes caricaturistas, como el gran divulgador Rius (quien ha dicho que como en México no se lee, la difusión de revistas ilustradas sirvió para que la gente se enterara del acontecer nacional y mundial -no es cita exacta-), Rafael Barajas “El Fisgón”, José Hernández, Patricio, Helguera, Jis y Trino, El Fer, Boligán, entre otros, muchos de los cuales se han conglomerado en periódicos como La Jornada o en revistas como El Chamuco, la cual ha vivido diferentes etapas a lo largo de su existencia y en la tuve el gusto de colaborar durante 2007-2008. No crean ustedes que yo haya hecho mis pininos gráficos allí, sino que con un grupo de expertos nos encargábamos de labores editoriales y de diseño. Fue en la convivencia cercana con aquellos artistas que me pude percatar de su profesionalismo: no solamente se trataba de mantener una coherencia gráfica, sino de estar al tanto de diferentes temas, no sólo políticos sino globales y sociales, analizarlos y ponerlos en contexto de tal suerte que despertaran el humor (ese trágico humor amargo del mexicano ) y la reflexión del auditorio.
     Un último apunte para terminar estas brevísimas notas sobre la caricatura política y que puedan apreciar la obra de Silvestre Madera Chicho. Por allí hay quien dice que lo importante en este arte es la idea por sobre la imagen. Supongo que puede ser así y lo suscribo (allí está el caso del webcaricaturista español Xavier Águeda, quien con un trazado simple, casi infantil, logra colar temas de política, pareja, sexualidad y gamberrismo), aunque también soy de la opinión que el caricaturista que deja su impronta con mayor firmeza en el ánimo de sus lectores es aquel que es un artista en tres vertientes: el gráfico, el intelectual y el humorístico. Reunir esas tres características no es un requisito que cualquiera pueda tener (aunque sí desarrollar, si siente la vocación, con estudio, trabajo, disciplina y constancia, las cuales, por otra parte, sirven para destacar en cualquier actividad humana).

Muchas gracias. 
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(Obras de Chicho presentadas en el Tianguis Cultural del Chopo) 
















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