Me llega la noción económica de que, si me dedico a la pastelería, debería anunciar cuando el pan ya está listo. Un momento. Quizá el símil no sea tan exacto. No, pensándolo bien no es preciso porque quien se dedica a la pastelería tiene al aire como su ayudante y manda desde los hornos a los estómagos, vía el olfato, el urgente antojo de un pan. El pan fresco tiene la virtud de entrar por la sensación antes que por los ojos.
Reinicio pues esta reflexión: me llega la noción económica de que, si me dedico a vender libros, tengo que ir a ponerme en un ángulo de la calle donde la gente me pueda ver. Gritarlo a los cuatro vientos: ¡libros, libros, libros! Pero como son mis libros, hay cierto rubor en mí. Porque básicamente le estoy pidiendo su tiempo a alguien para que se asome un rato a cierta realidad. No soy un autor que se haya dedicado, como otros, a examinar los temas realistas y de la sociedad contemporánea con el ímpetu de muchas novelas que sí lo hacen. ¿Está allí la realidad de por qué no se venden tanto mis libros? ¿O porque siempre me ven los mismos posibles clientes? ¿Está en que tengo que desviar constantemente mi atención y dedicarme a dar vida a proyectos ajenos y lejanos, de multinacionales cuyos dueños jamás he conocido y eso roba el tiempo de la autopromoción, del "venga, esta noche, lectura del escritor de tu comunidad"? ¿Soy parte de tu comunidad?
Porque al final ahí está la solución. Si soy de tu comunidad, lo que te anuncio hoy es que todos los meses estoy aquí, he estado aquí, presente con libros. No tienen la virtud de que se puedan oler hasta tu sala, como el pan, por lo que de vez en cuando interrumpiré tu navegación en internet para recordarte que aquí estamos, con el catálogo de los libros de cada mes.