Después de su regreso
de la Luna y de que los días de entrevistas y espectáculos quedaran
lentamente atrás debido a que Estados Unidos y la Unión Soviética
comenzaron a preferir otro tipo de demostraciones de fuerza, los
tripulantes del Apolo XI, esa mítica nave que sería el golpe
maestro del capitalismo contra el comunismo en los años sesenta, se
fueron sumiendo lentamente en el olvido hasta el pasado sábado 25 de
agosto, cuando falleció el primer hombre que puso un pie en el
polvoso suelo de nuestro satélite natural: el capitán Neil
Armstrong.
Proveniente de Ohio,
uno de los estados norteamericanos que los aborígenes de ese país
consideran más “provincianos”, Neil Armstrong (1930) se interesó
por la aviación desde muy temprana edad: decidió su vocación en la
infancia al contemplar espectáculos aéreos y cuando a los seis años
voló en un Ford Trimotor y supo lo que era contemplar la tierra
desde las alturas. A los diecinueve años se convirtió en piloto de
la Marina, y al año siguiente, 1950, participó en la guerra de
Corea. Completó setenta y ocho misiones de combate. En 1952 ingresó
en la NACA (la predecesora de la actual Administración Nacional de
Aeronáutica y del Espacio, NASA), donde laboró como administrativo,
ingeniero y piloto de pruebas.
Carrera espacial
entre la URSS y EEUU
El
lanzamiento soviético en 1957 del satélite Sputnik comenzó
la carrera espacial entre dos potencias que ponían a prueba sus
concepciones sobre lo que debía ser el mundo: ambas se habían
alzado victoriosas de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza nazi, y
sus posiciones ideológicas no podían ser más dispares. Por un
lado, el capitalismo encabezado por Estados Unidos aseguraba que el
sistema debía darle la felicidad al individuo gracias a su esfuerzo
personal (y comunitario dentro de la empresa) y ello debía ser
fomentado mediante el libre mercado y la inversión del dinero, aun a
costa de sus crisis recurrentes. Del otro, los ideólogos comunistas
afirmaban que la felicidad se conseguiría mediante el trabajo
conjunto y al unísono de una sociedad en la que quedaban “abolidas”
las “diferencias” de clase y en la que el Estado velara por el
cumplimiento cabal de las satisfacciones del individuo, aunque el
pensamiento tuviera que tender a la uniformidad y peligrosamente al
totalitarismo (lo cual sería parodiado con excelencia narrativa por
George Orwell en la novela 1984).
La
“indiferencia” que se tuvieron las dos naciones se llevaba a cabo
en diversos terrenos: ambas potencias cultivaron la invasión de
países como práctica común de alineación a sus respectivos
sistemas (por ejemplo, del lado soviético, Polonia en 1939; por
ejemplo, del lado estadounidense, Corea, 1950, Irán, 1954, el golpe
de estado en Guatemala, 1954); se mostró músculo en pruebas
atómicas demoledoras (como la llevada a cabo por los soviéticos en
Nueva Zembia con la Bomba del Zar, de 50 megatones, la cual liberó
3, 800 veces más potencia que la lanzada sobre Hiroshima). Incluso
llegaron a apuntarse los misiles como quien se muestra los puños. Y
el espacio fue la metáfora del control y “progreso”: el
lanzamiento del Sputnik, el
éxito de la sonda Mechca
y el posterior envío de Yuri Gagarin en 1961 más allá de la
atmósfera, situaron a la URSS a la cabeza.
Meses
después del recorrido de Gagarin, el presidente estadounidense John
F. Kennedy anunció que para fines de la década pondrían a un
hombre en la Luna (pero no viviría para contemplar dicho
acontecimiento). A un año de ese discurso, junto con otros nueve
pilotos de la segunda generación, Neil Armstrong obtuvo la plaza de
astronauta. A lo largo de cuatro años llevó a cabo un entrenamiento
intensivo en Texas. Para 1966 voló en la misión Gemini 8 y
logró acoplar dicha nave con el cohete en órbita Agena. La caminata
espacial que se tenía planeada para esa misión tuvo que abortarse
debido a que las naves comenzaron a girar en el espacio. Armstrong
consiguió estabilizar la situación, desacoplarse y después
realizar una entrada de emergencia a la Tierra.
¿Se
conocieron Stanley Kubrick y Neil Armstrong?
En
19 julio de 1969 los astronautas Neil Armstrong, “Buzz” Aldrin y
Michael Collins, participantes de la misión Apolo XI,
convirtieron a la realidad un sueño largamente acariciado por la
humanidad. Ya en 1667, por ejemplo, el escritor Cyrano de Bergerac
había asentado en su obra El otro mundo
el precedente literario de un viaje a la Luna (y
al Sol e incluso había descrito un cohete de tres fases); esta
tradición la continuarían con éxito otros escritores, como Julio
Verne o Arthur C. Clark.
“Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la
humanidad”, expresó Armstrong al imprimir su huella (la primera)
sobre la Luna. Dicha sentencia provocó que no pocos se preguntaran:
“¿Un salto hacia dónde?” Las imaginaciones se dispararon no
sólo por las implicaciones políticas del suceso, que en los hechos
mostraba a Estados Unidos con tecnología superior a la de cualquier
otro país. Algunos veían ya en un futuro próximo inmediato una
probable colonización lunar y otros negaban que el suceso se hubiera
llevado a cabo. A aquella tripulación se le llegó a equiparar con
los aventureros que dirigiera en 1492 Cristobal Colón.
Pero
a diferencia de Colón, la hazaña de la NASA no ha
conducido todavía a una colonización lunar: pocas fueron las
misiones tripuladas que siguieron a ese pequeño paso para un hombre
y escasearon cada vez más tras la derrota tácita de la URSS, que
envió a la Luna misiones no tripuladas hasta la cancelación de su
programa. La NASA envió cinco misiones exitosas y después del Apolo
17 no se han repetido los alunizajes tripulados.
Hay quien niega que el
Apolo 11 haya llegado a la Luna: sugieren que se trató de una
hábil ficción cinematográfica realizada por Stanley Kubrick (el mago cinematográfico de Odisea del espacio 2001) en un
gran set; que sí se puso el pie humano allá, pero hasta la
siguiente misión, la del Apolo 12. En sentido contrario,
otros dicen que los soviéticos no hubieran aceptado un montaje y,
por tanto, sí hubo alunizaje estadounidense. Por otra parte, la
pregunta seguía en el aire: “¿Salto hacia dónde y cómo?”. La
lógica de esa pregunta iba en el sentido de que, si se era capaz de
enviar a un hombre a la Luna, quizá probablemente se comenzaría la
colonización, ¿y cómo sería posible que ya se hubiera conseguido
ese triunfo y, en cambio, no se pudieran erradicar problemas tan
urgentes como el hambre y el analfabetismo, o la explotación
excesiva de recursos naturales? ¿Qué clase de seres, los que somos,
se exportarían al sistema solar y quizá a otros confines?
Cualquiera que sea la
respuesta, el programa tripulado terminó en 1972. Algunos se han
preguntado por qué no, en esos seis alunizajes exitosos, ni siquiera
se intentó la construcción de un desván con cinco láminas y unos
cuantos remaches. Quedó una bandera simulando ondear en un asta
tubular. Las teorías de la conspiración, desmentidas constantemente
por la NASA, seducen con la idea de que ya existe una rústica base
lunar o que se liberó una carga atómica sobre la superficie del
satélite y que eso impide el regreso. La Agencia declara que los
niveles de radiación solar que llegan a la Luna, la cual carece de
atmósfera, serían insostenibles para la existencia de una colonia
permanente (¿entonces por qué no una colonia temporal?) y que
salvo la urgente necesidad de supervivencia de la especie, no se
requieren de humanos para poder llevar a cabo experimentos
científicos.
Vida posterior
Tras el viaje lunar,
Armstrong continuó trabajando en la NASA y después dio clases en la
Universidad de Cincinnati, presidió empresas de tecnología,
concedió algunas pocas entrevistas y conferencias, y vivió el resto
de su vida en una casa de campo en Ohio. Su carácter era bastante
reservado y se alejó siempre de los reflectores. Pero el asombro por
el logro del que formó parte, que ahora sigue su curso en la misión
marciana Curiosity, nunca
terminará: aquella aventura abrió la
percepción de que nuestros conocimientos como humanidad pueden
conducir a un grupo de hombres más allá de las fronteras de este
planeta y, con sus resultados, ayuda a formar una idea más próxima
del universo que habitamos. Descanse en paz ese gran explorador.
Neil Armstrong (1930-2012), Michael Collins (1930)
y Edwin "Buzz" Aldrin (1930). Foto de la misión Apolo 11.