(El siguiente texto fue leído
el 17 de noviembre de 2013
en el Tianguis Cultural del Chopo
en ocasión de la presentación de la obra
del caricaturista Silvestre Madera, Chicho)
Buenos días,
compañeros, amigos y personas que van pasando y con curiosidad se
detienen a escuchar lo que podemos decirles sobre el tema de hoy, que
es la caricatura política.
Como sabemos (y si
no lo sabemos, lo vamos aprendiendo de una vez en caliente) el arte
gráfico, como toda manifestación artística, es como un gran río
que va a dar a la Mar Océano del arte-en-general; a este río en
particular (el del arte gráfico), lo conforman varios afluentes. Uno
de estos es la caricatura, de la cual hay mucho tipos, según la
inclinación hacia la que va dirigido el mensaje y las
predisposiciones propias del artista, y el cual es un dibujo (en
México se le suele decir monito y llamar monero al que que los
realiza) que busca retratar los rasgos más característicos de una
persona real o fingida, exagerándolos para hacerlos más notorios y
provocar la risa.
Se dice que esta
forma de arte, en su vertiente moderna, nació durante el Barroco,
cuando los visitantes del taller de la familia Carracci resultaban
víctimas adecuadas para que tanto los pintores como los aprendices
se dieran vuelo en representar burlonamente a los visitantes al
taller.
Litografía del Museo Británico
(Click en la imagen para ver más grande)
Sería hacia el siglo XVIII, en Inglaterra, que comenzaría a
estructurarse el género de la caricatura política para hacer mofa
de Lutero, el papado y hasta el rey. Luego Francia también
desarrollaría el arte del cartón político para fustigar al rey
Borbón.
Del libro Museé de la caricature, de E. Jaime, 1838
Considerando que el
ambiente humano, las condiciones humanas de aquella época eran
limitadas y la población en extremo analfabeta, comienza a ser uno
de los medios favoritos y más instantáneos del incipiente
periodismo para al menos cuatro cosas:
a) enterarse de lo
que ocurre entre los poderosos,
b) reírse de ellos
c) transmitir
opiniones y
d) adquirir
consciencia.
Por supuesto, ese
camino de expresión es radical para el hinchado ego de los
poderosos, pues la mayoría de seres humanos en posición de poder
creen erróneamente que están iluminados y que sus errores son
virtudes (véase, si no lo cree, el sexenio de Felipe Calderón, por
mucho el más deplorable que ha tenido México desde Victoriano
Huerta, quien fue un traidor). Por ello, el peligro de confrontar a los poderosos no estuvo
exento de horribles momentos al ejercer el caricaturismo político en
sus primeras épocas (y valga decirlo, también en las actuales).
Algunos conocieron la cárcel, como el considerado mejor
caricaturista de Francia, Honoré de Daumier.
Joven e idealista,
éste realizó una parodia del gobierno del príncipe Luis Felipe I. Lo
representó como un obeso gigante patas flacas sentado en un trono.
La abotagada cabeza de pera del monarca abre la boca para tragar
cestas de comida que a través de una larga tabla unos lacayos suben
cargando a sus espaldas hasta depositarlas en los labios reales. En
el principio de la tabla, se puede ver a un recaudador de alimentos
(es decir, impuestos) que le exige más a un pueblo desesperado,
mientras debajo, con gorros napoleónicos alzados, unos hombres
luchan por las migajas que puedan caer. Detrás de éste gigantón
insaciable, aparecen otros dirigentes políticos que parecen rogar al
rey algo de lo que sale por debajo del trono (una como culebra) y se
embarra en papeles escritos doblados debajo. En la parte inferior de
la
litografía aparece el nombre Gargantúa, popular y desacomedido
monstruo
del folclore francés, que inmortalizó el escritor
Rabelais.
(click en la imagen para ampliar)
Tras la publicación
de esta caricatura, el gobierno no sólo destruyó la plancha
litográfica y confiscó la mayoría de las copias, sino que Daumier
y otros caricaturistas fueron encerrados durante seis meses, e
incluso un año más tarde se promulgó una ley que prohibía la
libertad de prensa. (Estas leyes son muy socorridas por aquellos
gobiernos que desearían abolir la crítica, a la usanza de la Rusia Soviética
estalinista o el actual gobierno norvietnamita, o los ayatolas
musulmanes o ciertos territorios de la mal llamada democracia, como
en República Checa, donde hasta los tribunales han intervenido para
intentar
censurar cartones que afectan a los ministros).
En el caso mexicano
han sido grandes los caricaturistas que han puesto su arte al
servicio de la crítica, como el decano de todos ellos,
José Guadalupe Posada, quien desde el siglo XIX y hasta 1913, año de su
muerte, retrató y ridiculizó las costumbres, a los políticos y al
pueblo, mediante la utilización de metáforas como la de la calaca o
la “Calavera Garbancera”, mejor conocida como la Catrina.
Sus
logros más notables en el campo de la crítica se dieron en
periódicos de corte antiporfirista y después de la revolución
también satirizó a Madero. Es Posada un artista original por
derecho propio, en quien las influencias no parecen demasiado claras,
excepto quizá (y en esto estoy siendo muy arriesgado) las propias del pueblo
mexicano. Sus notables parodias de la vida mediante el uso de las
calaveras, no sólo causaron admiración en su época sino que
impulsaron hasta hoy (a cien largos años de su muerte) el arraigo de
tradiciones como las calaveras literarias y que México sea a veces
considerado un país que se ríe de la muerte.
En la actualidad,
nuestro país cuenta con grandes caricaturistas, como el gran
divulgador Rius (quien ha dicho que como en México no se lee, la
difusión de revistas ilustradas sirvió para que la gente se
enterara del acontecer nacional y mundial -no es cita exacta-),
Rafael Barajas “El Fisgón”, José Hernández, Patricio,
Helguera, Jis y Trino, El Fer, Boligán, entre otros,
muchos de los cuales se han conglomerado en periódicos como La
Jornada o en revistas como El Chamuco, la cual ha vivido diferentes
etapas a lo largo de su existencia y en la tuve el gusto de
colaborar durante 2007-2008. No crean ustedes que yo haya hecho mis
pininos gráficos allí, sino que con un grupo de expertos nos
encargábamos de labores editoriales y de diseño. Fue en la
convivencia cercana con aquellos artistas que me pude percatar de su
profesionalismo: no solamente se trataba de mantener una coherencia
gráfica, sino de estar al tanto de diferentes temas, no sólo
políticos sino globales y sociales, analizarlos y ponerlos en
contexto de tal suerte que despertaran el humor (ese trágico humor
amargo del mexicano ) y la reflexión del auditorio.
Un último apunte
para terminar estas brevísimas notas sobre la caricatura política y
que puedan apreciar la obra de Silvestre Madera Chicho. Por
allí hay quien dice que lo importante en este arte es la idea por
sobre la imagen. Supongo que puede ser así y lo suscribo (allí está el caso
del webcaricaturista español Xavier Águeda, quien con un trazado simple,
casi infantil, logra colar temas de política, pareja, sexualidad y
gamberrismo), aunque también soy de la opinión que el caricaturista que
deja su impronta con mayor firmeza en el ánimo de sus lectores es
aquel que es un artista en tres vertientes: el gráfico, el
intelectual y el humorístico. Reunir esas tres características no
es un requisito que cualquiera pueda tener (aunque
sí desarrollar, si siente la vocación, con estudio, trabajo,
disciplina y constancia, las cuales, por otra parte, sirven para
destacar en cualquier actividad humana).
Muchas gracias.
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(Obras de Chicho presentadas en el Tianguis Cultural del Chopo)