miércoles, 20 de noviembre de 2013

Quesque vamos al mundial



Se dice que vamos al mundial. Suena bonito, pero es falso: no “vamos”, sino que “van”. Irá un grupo representativo de jugadores de futbol, de ese juego que a nivel profesional requiere del concurso de unas setenta a cien personas (entre jugadores, cuerpo técnico, cocineros, psicólogos, encargados de vestidor, administrativos, choferes, etcétera).
     Ellos se van y nosotros nos quedamos. 
     Se van las televisoras y nosotros nos quedamos. 
    A nosotros sólo nos toca ver la representación en tiempo real de lo que ocurre por allá, a nosotros sólo nos queda la máquina que conectará nuestra psique al sueño colectivo del viaje. Conoceremos (algunos por primera vez) manchones de la rica cultura brasileña (para beneplácito de sus políticos, que lucharon tanto por hacerse de la sede, que saben cómo el juego aduerme a su pueblo y a los pueblos de nuestra aldea girante, y de paso deja dinero). Nos enterarán de estadísticas súper especializadas  sobre el tamaño, color, textura, del tachón de los tacos de los futbolistas, cuyo conocimiento no aplicaremos jamás (excepto para aburrirnos en una fiesta y creer que nos estamos comunicando); se hablará de los favoritos, los analizarán esos narradores contratados para atragantarse de gritos y dar el espectáculo de la televisión, narradores de esos que son o chistosos o muy profesionales o tirando el cotorreo casero, siempre aderezado de unos buenos comerciales sobre lo que deberíamos ser o poseer, de lo afortunados que somos por ser mexicanos, de lo orgulloso que debemos sentirnos por lo que se nos dicta que somos.  
    Eso será ir al Mundial.
    En un mundo sin lectura (el mundo en que, sin saberlo, habitan muchos), será estar en una pobre realidad ficcionalizada por quienes buscan divertirnos de manera banal para conservar el estado de las cosas. Ir al mundial será permanecer en nuestro cotidiano formol mexicano de ignorancia.

  


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