En un reciente artículo personal del escritor Arturo Pérez Reverte, éste explora su nostalgia cumplida por estar de vuelta en el Distrito Federal, aunque sea por unos días (como, por otra parte, invade la nostalgia a todo extranjero por aquellas tierras donde se le ha tratado bien y además comparte la matria del idioma). El artículo, en el que recuerda la cantina Tenampa y otros sabrosos lugares donde se desenvuelve aún, entre mariachis y canciones rancheras, populares, la vida nocturna de esta capital asediada por los problemas nacionales, es una pieza de escritura en sí muy disfrutable, como los libros literarios de este ahora miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Una de mis novelas favoritas de intriga, acción inteligente, estremecimiento, es sin duda, La tabla de Flandes, y no dudo en recomendarla cuando encuentro a un joven sin saber qué podría gustarle para “empezar” a leer.
La única observación que se le podría hacer al artículo de marras es el uso ortográfico de la palabra México, donde la grafía /j/ ocupa el lugar de la /x/. Supongo que aquella forma equivocada de escribir el nombre común de mi país no es un error del corrector ortográfico, sino que obedece a un reciente señalamiento (como de unos ciento ochenta años) de que las palabras de sonido /gi/ se escriban con /g/ o /j/, y la /x/ se reserve para el sonido /ks/. El señalamiento está amparado, por supuesto, en esa institución etimológica que limpia, pule y da esplendor, que quizá en aquella época de separaciones de independencia de sus provincias de ultramar veía que por lo menos podría seguir calificando a sus antiguas colonias como que estaban mal en el uso del idioma, es más, de su nombre propio, y que lo correcto era lo dictado por Madrid.
En la actualidad, ese empecinamiento continúa irreflexivo en otros escritos y el argumento, ahora quizá desprovisto de su carga colonial, sigue siendo que las palabras de nuestro maravilloso idioma deben escribirse estrictamente como suenan: por ello, México es Méjico. Ese argumento, por supuesto, es muy controvertido, pues podríamos entrar al “todo vale” en la ortografía, ¡total, escribir como suena está bien!, y así perder la carga histórica y simbólica de las palabras. Por lo tanto, no debería resultar molesto para muchos habitantes de otras naciones americanas escribir nombres como Paraway, Uruguai, Arjentina, Cozta Rika, Benesuela o Hespaña (pregunta, ¿el desprendimiento de la H de la Hispania, no habrá sido también una forma de ser otros tras el paso del imperio romano?).
No obstante, en el caso que nos ocupa, se debe recordar que las grafías utilizadas durante la conquista pertenecen al español. No son grafías que hayan nacido en Tenochtitlán, Patzcuaro, el Mayab o Oaxaca. Es español puro y duro. La /x/ puede rastrearse cómo letra de usanza habitual para representar el sonido /j/ (o uno parecido que ha terminado por estandarizarse en ese sonido) en escritos tan importantes como el Libro del Buen Amor o El Cantar del Mio Cid o el mismísimo Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio. Basta tomar, por ejemplo, la Antigua Poesía Española Lírica y Narrativa, preparada por el filologo Manuel Alvar, y los “dixo”, “dixole”, aparecen en casi cada página, además de otras curiosas palabras que perdieron su equis, como “luxuriosa”...
La escritura de la palabra México, por tanto, no es ocurrencia chauvinista para llevar la contraria al resto de los hispanoparlantes. Deriva de una historia de la escritura del español en su búsqueda por aproximarse a sonidos y vocablos de raíces desconocidas y apropiarse (en su buen sentido) de ellas.
Esa X que necia permanece en otras palabras como Oaxaca, Texas, Xalapa, se ha cargado ya, además, de simbolismos importantes para nuestra nación. No sólo fue la “necedad” de escribir nuestro nombre así una declaración política de firmeza independiente ante el imperio español, sino una marca de identidad.
Tan marca de identidad es la X, que don Alfonso Reyes, uno de nuestros poetas más profundos, y quien reconocía abiertamente, con fervor, el ideal occidental nacido con los griegos, al ser cuestionado por su “cosmopolitismo” (y por ende, alejado del ser nacional), plasmó su elegante respuesta en un bello libro, de diversos matices ensayísticos y poéticos, para nada reñidos con la naturalidad clásica, y sin ser patrioterismo, titulado Con la X en la frente (1952), para que no quedara duda de hasta qué punto esa X lo señalaba y definía mexicano hasta el tuétano.
Equis que simboliza muchas otras cosas, según cómo se mire. Hay quienes no dejan de señalar con católico fervor que es la cruz que representa nuestros calvarios diarios, tomando en cuenta la desigualdad actual que nos agobia como país. Otros van más lejos y nos hablan de la X como la representación de una herida histórica, impuesta como una marca de hierro y fuego, sobre la piel de una hermosa palabra indígena: “Ombligo de la Luna”. Una marca traumática que nos define como territorio y país, y que no ha terminado de cicatrizar. La justa existencia del EZLN, nos lo recuerda (al tiempo que nos lo dignifica).
O asumen esa equis como yo, como símbolo del entrecruzamiento inevitable de caminos de dos modalidades culturales humanas: el occidente europeo monoteísta y los americanos originarios politeístas. Un choque saldado a sangre y fuego, por supuesto, a crueldad dominadora, durante la transformación cultural que representó la germinación de esta nación occidental, que ahora nos tiene, independencia y revolución después, en trágicos retos humanos en nuestra búsqueda de justicia económica y legal. Es la X que nos da personalidad en el entrecruzamiento general de los caminos del mundo, tanto hispanoparlante como orbital.
O quizá sólo sea una tacha. Una tacha sobre la cual preguntarse, ¿qué es una tacha?, a la manera de Efrén Hernández, para encontrarle sus otros significados.
Nota:
(A punto de publicar esto, he releído la columna que me puso a pensar en la X y veo felizmente que el error ha sido subsanado para el nombre propio del país, aunque no para el gentilicio. Bueno, pues el gentilicio “mejicano” también es un error por las razones filológicas y sentimentales arriba mencionadas).
Se
cumplen dos años desde la asunción a la presidencia de Enrique Peña
Nieto y piensa redoblar sus esfuerzos por un mejor país para esta
época (navideña, de paso, sobre la que se dice que más olvidos y estrés produce en el pueblo). Cuatro días antes de este aniversario dio un
discurso en el que se comprometió con diez puntos para rectificar el
rumbo en cuestión de seguridad (como si eso fuera lo único que se
pidiera), sobre todo porque, afirma, son reclamos que se han hecho a
lo largo del tiempo y no se han terminado por aplicar:
Siguen sin haberse tocado puntosque quizá sean las
necesidades que busca con mayor intensidad la ciudadanía:
que se mejore la economía (yo propondría el sofrenamiento
depredador de las maquinarias económicas llamadas empresas, sin por
ello detener el trabajo) y que nuestra democracia transite de una
democracia electoral a una democracia
participativa. Una
democracia en la que sean posibles el referéndum habitual, no como
una gracia del poder, sino como un instrumento cotidiano del
ciudadano, para que desde su voz democrática se traten asuntos como
el destino del presupuesto, la revocación de mandato, las
posibilidades del voto nulo, el apoyo o veto a políticas públicas,
iniciativas de ley y leyes de repercusión nacional, entre otras más.
Pero no se habló de ello en ese mensaje. En ese mensaje, el
presidente dijo:
-Ayotzinapa somos todos.
MOMENTO
2
Me uno a
la marcha a partir del metro Hidalgo. Estas son fotos de ese momento
de serenidad impensable sobre la avenida Reforma.
MOMENTO
3
A los
primeros que me encuentro son a los embozados. Algunos les llaman
anarquistas. Yo también soy anarquista (digamos utópico) y, por lo
que he visto y oído en los medios, como que no conciliamos métodos.
El reclamo del resto de manifestantes es variopinto. Hay quien pide que los
43 vuelvan vivos porque así se los llevó el gobierno. (¿Se podrá?
¿Aproximadamente cuándo ha dicho el Laboratorio Central de ADN de
Innsbruk que entregará los resultados de los exámenes los huesos
carbonizados que se rescataron al menos de una bolsa del río como
señala la investigación oficial del procurador
Murillo Karam?).
Hay quien
ve que esta tragedia una afrenta múltiple: los que recuerdan a los caídos de Atenco durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, los
que honran su memoria exigiendo por ello que no gobierne ese señor
licenciado, por decirlo de manera suave, y que renuncie pero de
inmediato, aunque ya, por ley, quedaría un sustituto probablemente
de filiación príista. En fin, que el error cometido en 2012 en las
urnas por golpeadores electorales ya es irremediable hasta 2018 (si
se es respetuoso del estado de Derecho).
También marchan los estudiantes de diferentes planteles, reunidos en
contingentes. Se exige lo de siempre y más. Hay juego, hay música,
gente con guitarra entona corridos y en otro contingente un grupo de
universitarios de la UAM se han pintado los torsos con el simbólico
número 43, preguntas, reivindicando la libertad (¿qué es la libertad?), el arte, la
ciencia.
En el
camino hacia la columna de 52 metros del Ángel de la Independencia,
predomina la diversidad de caminantes y por ello es que éste
movimiento espontáneo tiene tanta legitimidad: son voces unidas
desde el dolor, desde la indignación del acontecer nacional;
personas que mientras avanzan sobre Reforma, hablan y dialogan, echan
cánticos. A falta de estructuras democráticas a las que pueda
acceder el ciudadano en este país, como el plebiscito o referéndum
para activar la derogación de mandato, el presupuesto federal
participativo, sólo queda seguir caminando y hablando y escuchando y
hablando y escuchando y ese andar ya es una señal y una fuerza que
empuja hacia adelante.
Arriba la Luna, abajo el reclamo
El Senado intacto en plena marcha
Se enciende el fuego
Por ello,
por su diversidad de participantes, el #TodosSomosAyotzinapa se
vuelve un golpe ciego, sin líderes, pero contundente, contra las
estructuras hegemónicas político-empresariales que dirigen este
país. Y éstas, dentro de lo que cabe, por ello mismo, a pesar de
que se mueven por regiones del discurso delicadas, han buscado cierta
prudencia. ¿Vencerá la prudencia histórica a la memoria histórica
adolorida? ¿Vencerá el “vamos construyendo a partir de este
punto, basados en el pasado y sus errores, y con legalidad” que
quieren argüir los detentadores del poder? ¿O vencerá ese reclamo
de “ustedes, no el pasado y su avance, son culpables directos de
crímenes a partir del Estado y por ello deben renunciar” que
esgrimen los que caminamos?
MOMENTO
4
Reforma e Insurgentes
Calle llena
Entre estructuras humanas, creció esta palma como diente de león
"Que tu indolencia no mate el espíritu"
La
autoridad calcula 7 mil participantes. Yo creo que son moderados en
sus matemáticas, pero lo cierto es que la gente llena la avenida
desde el templete bajo el Ángel de la Independencia, donde hablan
los padres, compañeros, estudiantes de la asamblea
interuniversitaria y voceros de otras organizaciones (como la CNTE y
los electricistas del sindicato en lucha de LyFC) hasta el fondo de
la Glorieta de la Palma.
Se puede escuchar, en voz baja, que no todos los manifestantes
comulgan con las ideas de algunos oradores. Algunos manifestantes,
en definitiva, sólo están única y exclusivamente de acuerdo con
la exigencia de justicia de los padres de los 43 estudiantes
desaparecidos. Otros manejan la idea de que este punto de inflexión
tiene que ser usado para generar cambios, giros, revoluciones. Otros
descreen de las revoluciones bélicas y piensan en que se deben
ofrecer propuestas.
Pero en lo que la mayoría sí parece estar de acuerdo es en una frase del vocero de los estudiantes:
“Enrique Peña Nieto, tú no eres Ayotzinapa”.
"Fuera Peña", dice la pancarta del enmascarado
Por ello,
la presencia frente al micrófono de la analista política y
académica, con un pantalón negro y gabardina roja, Denise Dresser,
provoca que los periodistas se arrimen más hacia el templete,
apunten sus cámaras y sus grabadoras con ansia. Hay un recorrido
eléctrico en la muchedumbre y se escuchan los gritos de los
marchistas en coro: “¡Ese apoyo sí se ve!”.
La famosa
académica afirma que no trae un discurso preparado, pero que tiene
palabras que brotan desde un lugar que señala cercano al corazón
(“desde aquí” y se toca hacia el lado izquierdo del pecho). Y
comienza a repasar las razones de por las que ya estamos cansados:
procuradores que se cansan, presidentes que viven en casas de siete
millones de dólares y con patrimonios medio turbios, presidentes que
“rehuye la mirada, esquiva la responsabilidad y que sólo ofrece un
decálogo más”. (¿Dónde pondrías un plan si no lo pones por
escrito, maestra, disculpe usted y sin pretender ser ofensivo, sino,
digamos, un alumno que le hace una pregunta en su clase? Si usted
quiere respuestas de ellos, ellos ya dieron su respuesta. Y sabemos
que están mal. Podemos mostrarles en qué punto están mal. Decirles
cómo se equivocan en sus apreciaciones de construcción de sociedad.
¿Ya alguien leyó la propuesta por escrito que se supone envió el
presidente el lunes al congreso? ¿Ya alguien está corrigiendo eso?
¿Golpeando los argumentos y no las piñatas ad hominem?).
Pero la escritora también incluye una propuesta
para que ellos, los detentadores del poder en todos sus colores (pero
sobre todo el PRI), envíen un mensaje de buena voluntad hacia los
ciudadanos: que con ello demuestren los gobernantes que desean en
verdad cambiar el país (y de paso al mundo). Una señal desde el
gobierno que está situado en el poder de que su intención es
verdadera: que se encarcele a Arturo
Montiel.
Denise
Dresser concluye su posición en su discurso: “No estoy cansada de
imaginar que México puede ser distinto. Hemos perdido la costumbre
de imaginarlo. Nos han dicho que lo nuestro es callar, aceptar el
martirio y el cáliz, empujar como Sísifo esa roca hacia arriba que
cada vez pesa más, pero con fecha de esta noche. México puede ser
distinto. La tarea es enorme y nos incluye a todos (…) No creo que
seamos inferiores a nadie, no creo que nos merezcamos menos derechos
que los ciudadanos de otros países. Venturosamente somos de México,
somos de la región más transparente del aire, de este país (…)
arrebatado desde hace años por gobernadores venales (…) Los invito
a recuperar ese país que es nuestro, el país de uno en este 2014 y
siempre”.
Y el “sí
se puede” nacido del futbol (nuestro patrioterismo más chafa),
apoya el último momento de esas
palabras.
También hay aplausos y son verdaderos. Yo mismo sumo mi ruidito
palmoteante y con ello mi respaldo al final de ese llamado.
Vista desde atrás del templete
MOMENTO
5
Para esta
hora de la noche se ha acabado la memoria de mi teléfono y la pila
de mi cámara. A partir de ahora, tendrán que creer en estas
palabras que yo enuncio a través del falible recuerdo, sin embargo,
como no estoy loco, como tengo memoria personal, como soy un humano
que recuerda, espero que mis palabras puedan ser medianamente
transmisoras.
Terminados
los discursos, propuesta una nueva reunión para el sábado 6 de
diciembre, una marcha de todos nosotros desde el Ángel hacia el
Zócalo, me acerco a una tienda sobre la Avenida Reforma. Es una
abarrotería moderna, de muchas luces y colores neón azules y rojos,
controlada por una empresa belga-brasileña: me acerco a un Extra.
Han cerrado las puertas, pero despachan a través de una ventanita
rectangular entre sus paredes de cristal. Adentro se distingue que se
encuentran dos muchachas y un gerente como de cincuenta años con
cara de enojo. Mientras las muchachas despachan, él no deja de tener
cara de preocupación. Él es el concesionario de una
tienda de abarrotes de una cadena de tiendas que se
encuentra en la avenida más cara de México. La avenida más cara
que oferta sus productos a precio popular.
Pido un
agua natural. Me cobran. Tengo la boca reseca. Bebo y me siento
feliz. Y me pregunto si ya es momento de retirarme.
Pero como uno viene a hacer una crónica, se debe quedar hasta el final y éste no llega tras los últimos discursos. Aún queda mucha gente, todavía están los que
dicen “¿qué? ¿a dónde seguimos?”, quizá queriendo dar crédito al rumor que decía que la marcha continuaría a Los Pinos.
Además, están frescos los recuerdos del #20novmx...
MOMENTO
6
Por la
avenida Florencia comienza a haber movimiento de personas. Explota un
cohetón y su eco seco resuena en la atención de todos. A paso veloz
me acerco al lugar, del que estoy distante por unos veinte metros.
Entre las personas que encuentro hay quienes piden alejarse, hay
quien dice que son los infiltrados (¿no acaso en una marcha pacífica
que pide justicia es el mejor lugar para meter infiltrados y que el
resto crea que nunca fue pacífica, que nunca tuvo razón por haber
“recurrido a la violencia”?). Hay también los que recuerdan que
pueden ser simplemente personas que no han terminado por ver la
generalidad de la burbuja en que vivimos.
Los
embozados han comenzado su danza.
Un coro de personas grita: “No violencia, no violencia”.
Pero aquellos parecen verdaderamente enfurecidos. Rompen los
cristales de discotecas, de bancos, dan vuelta sobre Reforma y
continúan su feria de cohetones y rotura de vidrios contra tiendas
de abarrotes.
En aquella que me acababan de vender el agua (¡vender el agua!, no
mamar), azotan y rompen los vidrios. (¿Cómo lo estarán padeciendo
las dos muchachas y el gerente? ¿La cara de enojo del gerente sería
porque ya preveía ese acontecimiento? ¿Tener que pagar vidrios
rotos por la furia de los enojados?).
Yo los
voy siguiendo y grabo mis impresiones en un teléfono que creo que lo
está haciendo, pero que por falta de memoria no lo hace y yo sólo
voy hablando, al final, para mí, para mi recuerdo de dónde estaba
cuando los enfurecidos hacían eso, ese avance de destrozo, ese
concierto de vidrios rotos. Me digo en cierto punto que el
anarquismo, por supuesto, no es eso.
Un
numeroso grupo de efectivos del cuerpo de granaderos de la policía
(“siempre en vigilia”, pertrechada en calles laterales a la
marcha quizá desde horas atrás), de pronto, aparece por el sur de
la avenida Florencia.
¿Pero
por qué salen por la bocacalle que los anarquistas han abandonado?
¿Por qué no están tratando de cerrarles el paso por las calles que
los muchachos, probablemente seguidos por cámaras de seguridad, van
avanzando? ¿Por qué en lugar de seguirlos por Florencia y Reforma,
no los están cercando desde, por ejemplo, la calle de Génova? ¿Para
qué sirven tantas cámaras instaladas en este remedo de Big Brother,
si no las saben utilizar y detener a los provocadores, a los que
creen que esta revolución es otra vez de sangre? ¿Será que, al
final, los responsables de la seguridad saben utilizar las cámaras,
pero no para un bien común, sino uno de clase, como lo temía George
Orwell? ¿Por qué parecen tan torpes las autoridades policiales para
agarrarlos?
MOMENTO
7
Un grupo
de encapuchados pasa a mi lado. Un señor, que también va a mi lado,
pregunta:
-¿Quién
les paga, cabrones? ¿Quién les dice que destrocen una marcha
pacífica? ¿Son unos provocadores?
Uno de
los embozados, con turbante gris cubriéndole el rostro, joven, se
regresa y le responde con su voz de veinteañero.
-A mí no
me paga nadie, cabrón. Yo he venido de “raid” desde Guerrero,
sin ningún peso, gracias a la gente, a protestar.
-¿Quién
les paga? –repite el hombre.
-A mí
nadie me paga. Yo vengo porque estoy harto de este sistema.
(Aquí yo
hubiera tenido que añadir algo como “¿Harto del sistema a los
veinte años? Ni siquiera has entendido el sistema”.)
-¿Por qué la violencia?
-Porque
es necesaria la acción directa.
-Déjalo
–grita una de sus compañeras, que avanza de la mano de su novio,
embozada, con un mechón del cabello pintado de verde-, es un
ignorante. No entiende. No tiene caso.
El
embozado toma el consejo de su amiga y se va.
Y esas
palabras quedan en el aire calificando a un hombre que sólo era una
persona más que por convicción propia salió a marchar y ahora se
pregunta por qué ellos desvían su reclamo, desvirtúan su
participación, hacia la ciega, sorda, vociferante violencia.
MOMENTO
8
Yo sigo
por en medio de avenida Reforma (tanto los embozados como los
policías caminan por la calle lateral de ella), en un sitio desde el
cual observar, poder decir esto, y no ser alcanzado por ningún
proyectil. El avance de los daños va seguido por reporteros de más
agallas y más pila en sus cámaras. Sus flashes resaltan en los
puntos donde van tirándose cohetones, rompiéndose vidrios. Yo
avanzo acompañando al ruido, los policías y el movimiento. A la
altura del Senado (Insurgentes y Reforma) me muevo hacia la izquierda
de la calle y encuentro a un grupo de alumnos que se están
reubicando. Las redes sociales han aconsejado tener un punto de
reunión en caso de desmadre y al parecer ellos han llegado al suyo.
Y yo, por alguna razón, me hallo junto a ellos. “¿Dónde está
Fulano? ¿Dónde está Zutano? ¡Júntense!”. Comienzo a ver un
despliegue de efectivos policiales cerca de donde los chavos
comienzan a reunirse y veo, además, que una pinza de efectivos
comienza a rodearlos. Así que me muevo un poco para atrás, para
Insurgentes, mientras los granaderos aún portan sus escudos con
cierto desgano (veo sus rostros en ese desgano y los adivino padres
de familia, madres de familia, preocupados por el vivir y por
resistir, sufridos y en equipo, y algunos, asomando con su tolete por
el resquicio legal, gandallas).
He salido del cerco, pero me quedo próximo a lo que harán los
policías. Seguramente ha corrido ya la orden, porque se ciernen de
súbito escudo con escudo contra los que se estaban reuniendo y los
encapsulan.
Y aquí,
si hemos de continuar con una cierta forma de verdad histórica, veo
que sale disparado un buscapiés y el cerco policial se mueve con
intención de sofocarlo y se hace más estrecho. Dentro han quedado
atrapados al menos unos doscientos participantes. Las cámaras se
alzan por encima de los policías en cerco para apreciar a aquella
masa de personas atrapadas. (Hay también cámaras del gobierno, de
efectivos dedicados a tomar registro videográfico del momento, que
están al pendiente de esa acción. Una de ellas enfoca durante largo
rato mi rostro).
Y los
embozados que habían vandalizado la calle, los auténticos
violentadotes, se han perdido y diluido en la vanguardia, al otro
lado de la calle, por allá de la glorieta de Colón, donde nadie los
ha atrapado.
Ah, pero qué tal esto:
MOMENTO
9
Un grupo
de visitadores de la Comisión de Derechos Humanos ha hablado con
los policías y estos han aceptado que se haga un cerco y permita
salir a ese grupo que no había hecho nada.
Una fuerza gubernamental intercede por un grupo de personas que han
sido injustamente encapsuladas. (Ojo: yo estuve cerca de quedar allí
dentro también. Yo vi que los violentadotes se habían ido más de
cuatrocientos metros delante de quienes fueron rodeados por la
policía. Yo vi que los encapsulados eran inocentes. Yo puedo
declarar a favor de ellos).
Los policías abren la cápsula y el grupo de atrapados sale
custodiados por los visitadores de Derechos Humanos.
MOMENTO
10
Ahora sí,
la marcha ha acabado. Los visitadores escoltan al grupo hacia la boca
del metro Hidalgo. En otro punto, unos jóvenes increpan a groserías
a los granaderos que se han desplegado para cerrar el acceso hacia
avenida Juárez. Les cuestionan su educación, les dicen ratas, les
dicen asesinos. Pero no pasa a mayores y los que gritan sólo acaban
con la voz rota, ronca, destrozada, sin haber movido a los granaderos
un solo centímetro de su formación.
Frente al
metro Hidalgo, veo a una muchacha con el pelo pintado de verde. Es
sin duda la misma que vi hace rato. Pero ya no está embozada. Ella
acompaña desde afuera el desfile de los muchachos que van
custodiados por los visitadores de Derechos Humanos. A la altura de
metro Hidalgo hay un vendedor en motocicleta. La motocicleta es de
Pizza Hut. Quien la conduce grita: “Pizza grande a 50 pesos”.
(Seamos sinceros, un ofertón). En la parte posterior de la moto el
conductor tiene al menos unas quince pizzas grandes y en su voz el
deseo de hacer negocio fácil. Veo que vende al menos cuatro antes de
que la chica de pelo verde y su novio con rastas se acerquen a
comprarle… Pienso… ¿No acaso estábamos contra las cadenas
comerciales?... Pero ellos comen su pizza con el hambre de quien ha
cumplido con su trabajo y por ello no tienen ya que dar explicaciones
de nada.
MOMENTO
11
Regreso a
mi casa y mi hijo y mi mujer están dormidos. Todas las calles hasta
mi puerta resultaron con una inmovilidad cercana a la no revolución,
a la serenidad de otro lunes por la noche. Incluso me compré unos
tacos en una taquería y no eran revolucionarios. Eran los tacos de
personas que simplemente quieren trabajar y obtener frutos de su
trabajo.
¿Para
qué son las marchas?, me pregunto, mientras doy una mordida.
¿Para
qué son justo estas marchas de hoy, las que vendrán?
¿Para
que renuncie Peña Nieto de un cargo al que por ley es imposible
renunciar?
¿Para que se encarcele a Arturo Montiel?
¿Para
que haya solución al caso de 43 desaparecidos (cuya solución parece
haber sido ya dada y es una respuesta brutal, pero muy plausible y
que, por supuesto, los padres de los normalistas no quieren aceptar)?
¿O para
que el gobierno, sea cual sea su color, comience a escuchar los pasos
y las voces de sus ciudadanos (los que le dan el poder) y no sólo
los considere borreguitos en redil? ¿Para que comience a comprender
que el cambio de las estructuras es inevitable y que el poder, a
partir de ahora, tiene que descansar en quien es dueño de él, la
ciudadanía, el conjunto de humanos que no está de acuerdo con
muchas decisiones tomadas por sus representantes?
Quién sabe exactamente para qué son estas marchas. Lo único que se sabe es que, hoy por hoy, son necesarias.