Hace tiempo comencé a notar con
sorpresa un grito generalizado en los estadios de futbol. Y no es que
vaya yo mucho a los estadios, sino que para mi mayor asombro el grito
rebasaba todo el ámbito del mero estadio: lo capturaban los
micrófonos del sonido ambiente de quienes transmitían el partido,
saltaba a través de las bocinas del aparato televisivo y resonaba en
las salas supongo de muchos hogares, no solamente el mío.
El grito era “¡Puto!”, palabra
que, vista desnuda en el ámbito de la lingüística, está compuesta
por cuatro fonemas y sólo es una forma del sonido articulado a la que se
le han atribuido significados. En el ámbito del futbol y la cultura
mexicana (y en otras partes del lenguaje español) tiene diversas
connotaciones que examinaré, se los juro, un poquito.
Masculino de “puta”, puede ser
usado y probablemente siga usándose (pero lo mejor sería eliminar
ya ese uso) como vocablo denigrante para definir al varón que ejerce
la prostitución homosexual y, por extensión y en general, al
homosexual. No obstante, la palabrita tiene otras connotaciones
asociadas a otros significantes, todos ellos cargados de valores
negativos del ser ideal general humano: “cobarde”, “medroso”,
“que tiene miedo”, etcétera.
En México, el contexto define su
aplicación. Si no te quieres dar un trompo con alguien, puedes ser
calificado de “puto”, aunque quizá sólo seas prudente. Si
tienes miedo en la vida por cualquier causa, cualquier trance
difícil, tu mujer, amigo o acompañante cósmico puede decirte “no
seas puto” (o “putín”, su derivado) para que enfrentes lo que pase con valor y prestancia. En fin, ejemplos de
cobardía y aplicación del término hay casi en cada acción humana
donde un sujeto masculino tiene miedo. Incluso se puede usar la
palabra “puto” contra uno mismo en esas ocasiones en que parece querer vencernos la incertidumbre.
Cuando el grito llegó a las tribunas
futboleras de México, se impuso más en aquel sentido de "pusilánime cobarde"
que en el de señalamiento homosexual (aunque de puntilla siempre
vaya esa significación, no obstante todo mundo supiera que el
portero en particular que recibía dicho grito no fuera homosexual,
ni fuera la intención provocar un crimen de odio, pero en una de
esas duele, ¿no?). En ese extra de significado va, por supuesto,
aparte del reto de rivales (la provocación digamos cantinera), una
concepción del futbol.
Esa concepción es aquella en la que
se privilegia el armado de la jugada desde la portería hacia la
delantera, y que se opone a la estructura caótica y trabada que
genera el pelotazo allá a lo lejos donde caiga. Como se sabe, una
de las características de la filosofía del juego mexicano ha sido,
desde hace tiempo, aquella del toque y la participación activa de
los jugadores y el mediocampo, demostrando en cada pase que cada
jugador está allí por algo y tiene la capacidad para colaborar en
el armado de la jugada. ¡Hombre!, ¿cuál es el éxtasis del futbol
mexicano? Salir con balón dominado y provocar el gol. Imponer la
autoridad mediante el toque.
El despeje siempre ha representado
balón dividido, un volado: en el otro extremo de la cancha, ganar la
posición para tratar de enfriar el accionar del rival. Esa jugada,
en general, la pone en práctica un portero porque ha visto que las
acciones, el pressing del equipo contrario, trae más
revoluciones por minuto en contra que a favor de sus compañeros y lo
mejor es despejar lejos y que se enfríe el peligro. Al público del
equipo atacante ese recurso del guardameta le parece cobarde. Y como
se ha dicho, el grito es cantinero, provocador, y significa “cobarde,
tienes miedo de que mi equipo te meta diez goles”.
El significado de “puto” en ese
contexto es simplote, porque el juego es simplote.
Ahora, el portero que recibe ese grito
es un tipo que sabe de qué se trata el estadio. Sabe que no sólo le
podría decir “puto” toda la concurrencia, sino que nunca falta
ni faltará el espectador anónimo que en las butacas detrás de la
portería le grita “pendejo”, “bobo”, “cara de chile”,
“la vas a cagar”. Es parte de la presión psicológica que
ejercen las porras de un equipo contra los jugadores del otro equipo.
Pero a ellos se les resbala. Son jugadores profesionales. Ganan su
dinero del día a día a partir del hecho de que, como al caballo corredor de
Quiroga, la gente paga por ver las proezas que ellos hacen y nadie más puede.
(El juego, por supuesto, es falso: en
un mundo de siete mil millones de personas se podrían organizar cien
copas del mundo cada año con muy buenos jugadores y con excelentes
partidos).
El portero, pues, no fue quien se quejó.
La FIFA, uno de los órganos más
extraños de las ONGs, una de las ONGs más "extrañas", se ha visto
obligada (a través de otras instancias con mayor consciencia) a sancionar las actitudes de los espectadores que ofenden a
jugadores por razones que defiende la Carta de las Naciones Unidas, la cual fue firmada para que no se repita una guerra como la Segunda Mundial, que se basó en el odio. Por ello ha terminado por agregar un artículo a sus artículos que reza: "está prohibida la discriminación de cualquier país, individuo o grupo de
personas por cuestiones de raza, color de piel, su origen étnico,
nacional o social, sexo, lengua, religión, posicionamiento político o de
cualquier otra índole, poder adquisitivo, lugar de nacimiento o
procedencia, orientación sexual o por cualquier otra razón, y será punible con suspensión o exclusión”
Ya poniéndose serios, el mexicano sabe que, aunque la palabra "puto" no es un insulto necesariamente homofóbico, a la hora de expresarlo juega con la ambigüedad del término.
¿Para qué jugar
con la ambigüedad? Mi humilde propuesta para la porra (la que ahora anda por allá, y en general para la del futuro) es que si se quiere dar a entender que el portero
rival tiene miedo de que el balón siga en su cancha y por eso prefiere hacer
un despeje largo a pesar de que eso
pueda provocar un balón dividido, se le podría gritar "sacón".
¡Saaaaaaaaaa... CooooooóN!
Y ahí hasta se podría jugar con el hecho de que es él quien saca y que tiene miedo. Porque lo que al final se tiene que evitar es que se sigan propagando como formas válidas de actuación en la vida cotidiana las actitudes vistas y toleradas en los estadios. Ese es, al fin y al cabo, la intención de las organizaciones quejosas.
Por eso estoy de acuerdo en que se debería multar a la FEMEXFUT, por omisa. Además, no estaría mal que la turista afición mexicana que anda en Brasil (o en Jardines del Recuerdo con su pantalla plana) recibiera su jalón de orejas y se portara mejor. Si recogiera su basura, como los japoneses, sería ideal. Si no nada más lo hiciera en los estadios extranjeros sino en su país de origen, sería excelente. Quizá después de ese regaño internacional incluso podría aprender qué es ciudadanía consciente y por qué debería estar alerta, a pesar de que haya copas del mundo, a ciertas cámaras políticas que le están dando baje a su cartera nacional.