Toda propaganda tiene como finalidad
convencer a las personas de adherirse a una causa o compartir una
visión política y para ello acuden a todo tipo de recursos del
viejo y subestimado arte retórico. Entre sus recursos más bajos se
halla el de eludir la crudeza de los hechos y las frías estadísticas
(que no son lo mismo que las encuestas), distorsionar ciertos
aspectos de la realidad y apelar sobre todo a las emociones.
Por ejemplo, a pesar de que hace una
semana el Inegi señaló que el número de homicidios documentados en
2011 había alcanzado los 27,199, (con lo que ascendía a 95,132
los casos desde 2007; La Jornada, 21/08/2012), de los cuales
hay que aclarar que no todos responden a la guerra contra el
narcotráfico, o que el índice de desempleo se mantiene en un
decente 5% simplemente porque la informalidad ocupa a quienes no
encuentran un trabajo, en la siempre sorprendente televisión se
emiten durante treinta segundos unos simpáticos mensajes del
gobierno federal en los cuales el inquilino de Los Pinos hace un
balance rápido de lo que ha sido su sexenio. Después de haber
accedido a ese inquilinato tras un turbio proceso electoral (por
decirlo en términos moderados) al amparo de la promesa de generar
empleos al por mayor y tener las manos limpias; de darle un golpe de
timón bajo la excusa de la “guerra contra el narcotráfico” a lo
que se perfilaba como una presidencia asediada por los inconformes
comandados por Andrés Manuel López Obrador (quien tuvo también
sus momentos desiguales, como cuando aceptó tristemente ser
proclamado “presidente legítimo”), ahora Calderón aparece
frente a las pantallas con un discurso de despedida que sonaría
lastimero si no fuera trágico, e indignante la carga de desfachatez
sentimentaloide de sus productores.
Desde que en 2007, debido al notable
encrespamiento entre los políticos de distintas facciones, se
decidiera cambiar el formato del Informe Presidencial y se propusiera
que el Ejecutivo entregara por escrito las metas alcanzadas durante
el año al Congreso para que éste, como órgano de representación
popular, se encargara de su análisis, la forma en que se sustituyó
la cadena nacional fue a través de machacones mensajes televisivos
de menos de un minuto que, por más que intentaran recitar su
información, no terminaban de comunicar nada. Con dicha reforma se
trató de evitar el fasto y el ceremonial protocolario de lo que
algunos consideraban “el día del presidente”. Esto, sin embargo,
sólo ha contribuido a aumentar el analfabetismo político del
ciudadano común: el único día que podía sentarse y escuchar de la
propia voz del máximo dirigente de la nación cuál era el camino
que se seguía (en medio de la ruta general de las naciones y la
vida) y con ello medio analizar el panorama nacional al que debía
enfrentarse, se rompió, se cambió por necesidades "coyunturales". (Dicen que algunos mexicanos aprovechaban
ese día feriado para irse de puente, lo cual, por otra parte, es
verdaderamente irrelevante ante el hecho de que simplemente al
ciudadano se le ha relegado al papel político de votante).
Los espotes que desde el fin de semana
pasado han comenzado a transmitirse en los principales espacios de la
televisión mexicana buscan informar al ciudadano de manera somera
sobre ciertos “logros” en materia de seguridad, salud y
educación. En ellos se aprecia a un presidente Calderón en diversas
escenas de su vida como mandatario que serán dignas de múltiples
análisis por parte de los historiadores del futuro, y seguramente
muchos de ellos serán despiadados: se le ve caminando por el Palacio
Nacional, arrancando una hoja de un arbusto (cual quinceañera
anhelante en la flor de su cursilería), reflexionando con muecas en
el rostro de sí o no sobre lo que hubiera pasado si él (con el
auxilio de la labia policiaca y castrense) no se hubiera decidido a
confrontar con toda la fuerza del Estado la terrible situación de
las drogas o el problema de la salud para los que no tenían seguro o
la educación de millones de niños.
En este brevísimo ensayo no podemos
atender los espots sobre salud o educación, los cuales merecen su
propia discusión. En cambio, creemos necesario hablar de cómo
retratan el asunto más intenso de la administración saliente: la
seguridad. En el mensaje televisivo, Felipe Calderón asegura que, al
tomar las riendas del Ejecutivo (un extra militar de gafas le
extiende la banda presidencial y él la acepta, con rostro de
gravedad) tomó la decisión de combatir de frente a los criminales.
Recuérdese que en 2006 no eran “criminales” sino “narcos”, y
la toma de protesta no se llevó a cabo en una oficina, sino en un
Congreso convulso y que tuvo que entrar por la puerta de atrás. Dice
Calderón que pensó en cuidar a las familias y en el país que se le
dejaría a los hijos (aunque no tomó en cuenta que también esos
“delincuentes” tienen familias y que sus hijos también pueden
ser “hijos de la patria”). Dice haber actuado firmemente y que
por eso hoy no hay un México que se arrodille frente al crimen
(aunque existan muchos homicidios en los que los testigos prefieren
huir y los MPs no investigar) y que ese abstracto de país se juega
el “alma” (¡el alma!) por cuidar a su gente. (Un católico como
Calderón debería tener en cuenta que el alma no se juega ante
criminales, sino ante Dios, que es... otro capítulo...). Y remata
diciendo, detrás de un cómodo escritorio, que esta lucha vale la
pena por ti, lector, por tu familia y por México.
El otro espot sobre seguridad tampoco
tiene desperdicio para la crítica. Al comienzo se abren la puertas
de madera (¿caoba, ébano?) del despacho presidencial y aparece
Calderón detrás del mismo bonito escritorio diciendo que durante
años creció el problema de la criminalidad y ellos tomaron
decisiones difíciles porque los mexicanos pedían ayuda. Dicen haber
pensado no en seis años, sino en el “futuro”. (Ah, pobre
“futuro” tan socorrido y tan necesitado). Iba a haber riesgos,
pero, frente al ventanal, mirando hacia el exterior (¿un jardín?,
¿la plaza de la constitución?, ¿una manifestación?), optaron por
quitarse la venda de los ojos y actuar. (Resulta que al despojarse de
la venda descubrieron que lo mejor era el contraateque militar y no
la lucha a través de la comprensión de que el ser humano, desde
la más tierna infancia evolutiva, siempre se ha drogado y siempre ha
podido encontrar medios pacíficos de redención mediante su propia
educación). Y luego afirma que
con ello (70,000 muertes avalan el dicho) se ha construido un México
más seguro y más justo.
Después de ver
tales mensajes rumbo al Sexto Informe de Gobierno uno se pregunta si
éstos en realidad se dirigen hacia los mexicanos o incluso a los
intereses internacionales. Mirando al mandatario de la nación en sus
distintos ángulos fotogénicos se puede llegar a considerar que no
es así. Tal vez es otro guiño burlón de la televisión: uno en el
que parece decirse que, una vez que termine el sexenio, el ejecutivo
está disponible para convertirse en un actor de reparto (siempre y
cuando, por supuesto, este valiente se quede en el país).