Luis González de Alba escribe en esta columna sobre los jóvenes de #YoSoy132 que, tras
reunirse en Atenco con otros movimientos sociales, firmaron diversos
documentos, y refiere que “desde Atenco declararon el fin del
capitalismo y otras demandas rete buena onda”. Y poco después de
enumerar lo que él ve como errores, regaña al estilo de un maestro estricto frente
a la clase:
O es un delirio de cabezas huecas o una trampa montada
por provocadores porque, para llevar adelante ese plan les hace falta
algo más que los elogios diabetígenos de las radical-chic que no
han militado jamás en la izquierda: les falta, jóvenes y no tan
jóvenes, nada menos que el Ejército Rojo, cabezas de chorlito.
Abran Wiki y con copy-paste impriman copias para todos. En los libros
por el suelo en el área de Humanidades de CU se encontrarán uno
delgado y fácil de leer, El izquierdismo,
enfermedad infantil del comunismo. Gugleen
el nombre del autor: Lenin. Así nomás, sin apellidos. Pero, más
importante aún: sobrevive un buen número de ex guerrilleros que en
los años 70 eligieron una vía rápida para alcanzar lo que los
sóviets de Atenco plantean: pregúntenles cómo les fue. De ahí nos
viene el término “guerra sucia” y no de las bobadas a las que
ustedes ahora dan ese nombre. Por cierto, hay barata de pañales en
Walmart, la tienda buena, enemiga de Soriana, la tienda mala.
Caramba,
se dice uno, de veras que esas son ganas de ningunear de nuevo a los
jóvenes. En lugar de procurar hacerlos crecer, les recomienda una
barata de pañales en Walmart.
Sin embargo, al
contrario de lo que el texto parece sugerir, se han comprendido varias cosas
a partir de la caída de la Unión Soviética, el fracasado modelo
económico y social que evolucionó con mayor éxito en Rusia y que
pervive en la actualidad en los deslavados colores locales de Cuba y
Corea del Norte. Una de estas cosas (amén de otras en el terreno
filosófico, estatal, económico) fue que en su diseño como Estado y
forma de vida, sus ideólogos y constructores se olvidaron de tomar
en consideración la fuerte influencia, para bien y para mal, del
factor humano y la variedad de psicologías, creencias, conocimientos
y deseos que hay en éste, que hacen que resulte imposible que el
individuo pueda ser bueno por decreto o quiera aspirar ciegamente a
la repetición mecánica de felicidad y forma de vida de los padres
(como pretenden aquellos que defienden el derecho a vender o heredar
el puesto de trabajo, como si ser maestro, por ejemplo, fuera un gen
heredable). En su lucha ideológica contra el capitalismo (cuyos
errores fueron y son tan notables como los comunistas) tergiversaron
su realidad: “aquí todos somos felices”, a pesar de los
desastrosos planes quinquenales y las consecuentes crisis brutales,
además de la constante fuga de cerebros. Científicos, médicos,
artistas, ingenieros, huyeron de los países socialistas, amén de
los desaparecidos en las purgas de opositores o críticos al sistema.
Todo
ello aunado a una burocracia elefántica, el caudillismo apostólico
de sus dirigentes políticos; la errónea forma de producción en la
que se embarcaron, con productos igual de insostenibles que los
capitalistas, pero sin el condicionamiento extra para mejorarlos y
evolucionarlos que genera el incentivo del lucro; la tardía
comprensión de que el estado lo gobernaban individuos que se volvían
propensos, desde una posición de poder, a llevar a cabo abominables
actos criminales (léase el libro Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn),
productos históricos estos últimos de la errática confusión
vital de millones de personas (que parte de lo individual para
proyectarse a lo social).
Esta
carencia de conocimiento acerca del factor humano (la mano de obra de
la productividad), derivó en que no se alcanzaran jamás los frutos
a los que esa ideología y práctica aspiraba: entre otras cosas, la
abolición de las clases sociales, la eliminación de la explotación
del hombre por el hombre, la repartición equitativa y proporcional
de las ganancias generadas por el concurso de todos, un entramado de
intercambio de bienes justo, medios de comunicación que
efectivamente fueran vías de información, conocimiento y, ¿por qué
no?, entretenimiento.
Que
estos reclamos vuelvan a permear en la juventud, y no sólo en los de
#YoSoy132 ni sólo en la mexicana, a más de dos décadas del fin de
la Unión Soviética más que un motivo de ironía sobre la necesidad
de un Ejército Rojo, debería ser tema de reflexión y hasta de
orgullo: una nueva generación de personas toma el relevo de un sueño
humano que lleva siglos en vigencia y se preocupa por su mundo y
comienza por su casa. Que no se les crea tan desorientados o
rematadamente ignorantes: pertenecen a un grupo de jóvenes con una
consciencia más clara de los errores del pasado y de los retos del
futuro. Por eso han buscado el pacifismo y la marcha dominical, para
que no se les pueda tachar de revoltosos huevones (aunque no falta el
apuntado a decirlo). Por ello mismo no es que no acepten el necesario
cambio de gobiernos, sino que les indigna que se haya llevado a cabo
con prácticas que aprovecharon la pobreza, la desinformación o el
cinismo de algunas personas. Si esos métodos requirieron una fuerte
inversión de capital público y privado (y quizá hasta del
narcotráfico), ¿con qué métodos esperarán recuperar su dinero y cuáles son los dividendos que esperan? ¿El gran capital ha vuelto a ganar, ha terminado por comprar las consciencias, con tal de que el mundo siga como está un tiempo más, seis años más, y se acerque ya sin retorno a su precipicio?
Ante esta situación, ¿debemos ironizar sobre los jóvenes o apoyarlos?
Ante esta situación, ¿debemos ironizar sobre los jóvenes o apoyarlos?