miércoles, 31 de diciembre de 2014

MÉXICO SE ESCRIBE CON X, CARAXO



En un reciente artículo personal del escritor Arturo Pérez Reverte, éste explora su nostalgia cumplida por estar de vuelta en el Distrito Federal, aunque sea por unos días (como, por otra parte, invade la nostalgia a todo extranjero por aquellas tierras donde se le ha tratado bien y además comparte la matria del idioma). El artículo, en el que recuerda la cantina Tenampa y otros sabrosos lugares donde se desenvuelve aún, entre mariachis y canciones rancheras, populares, la vida nocturna de esta capital asediada por los problemas nacionales, es una pieza de escritura en sí muy disfrutable, como los libros literarios de este ahora miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Una de mis novelas favoritas de intriga, acción inteligente, estremecimiento, es sin duda, La tabla de Flandes, y no dudo en recomendarla cuando encuentro a un joven sin saber qué podría gustarle para “empezar” a leer.  
    La única observación que se le podría hacer al artículo de marras es el uso ortográfico de la palabra México, donde la grafía /j/ ocupa el lugar de la /x/. Supongo que aquella forma equivocada de escribir el nombre común de mi país no es un error del corrector ortográfico, sino que obedece a un reciente señalamiento (como de unos ciento ochenta años) de que las palabras de sonido /gi/ se escriban con /g/ o /j/, y la /x/ se reserve para el sonido /ks/. El señalamiento está amparado, por supuesto, en esa institución etimológica que limpia, pule y da esplendor, que quizá en aquella época de separaciones de independencia de sus provincias de ultramar veía que por lo menos podría seguir calificando a sus antiguas colonias como que estaban mal en el uso del idioma, es más, de su nombre propio, y que lo correcto era lo dictado por Madrid.  
    En la actualidad, ese empecinamiento continúa irreflexivo en otros escritos y el argumento, ahora quizá desprovisto de su carga colonial, sigue siendo que las palabras de nuestro maravilloso idioma deben escribirse estrictamente como suenan: por ello, México es Méjico. Ese argumento, por supuesto, es muy controvertido, pues podríamos entrar al “todo vale” en la ortografía, ¡total, escribir como suena está bien!, y así perder la carga histórica y simbólica de las palabras. Por lo tanto, no debería resultar molesto para muchos habitantes de otras naciones americanas escribir nombres como Paraway, Uruguai, Arjentina, Cozta Rika, Benesuela o Hespaña (pregunta, ¿el desprendimiento de la H de la Hispania, no habrá sido también una forma de ser otros tras el paso del imperio romano?).  
    No obstante, en el caso que nos ocupa, se debe recordar que las grafías utilizadas durante la conquista pertenecen al español. No son grafías que hayan nacido en Tenochtitlán, Patzcuaro, el Mayab o Oaxaca. Es español puro y duro. La /x/  puede rastrearse cómo letra de usanza habitual para representar el sonido /j/ (o uno parecido que ha terminado por estandarizarse en ese sonido) en escritos tan importantes como el Libro del Buen Amor o El Cantar del Mio Cid o el mismísimo Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio. Basta tomar, por ejemplo, la Antigua Poesía Española Lírica y Narrativa, preparada por el filologo Manuel Alvar, y los “dixo”, “dixole”, aparecen en casi cada página, además de otras curiosas palabras que perdieron su equis, como “luxuriosa”...
    La escritura de la palabra México, por tanto, no es ocurrencia chauvinista para llevar la contraria al resto de los hispanoparlantes. Deriva de una historia de la escritura del español en su búsqueda por aproximarse a sonidos y vocablos de raíces desconocidas y apropiarse (en su buen sentido) de ellas.
    Esa X que necia permanece en otras palabras como Oaxaca, Texas, Xalapa, se ha cargado ya, además, de simbolismos importantes para nuestra nación. No sólo fue la “necedad” de escribir nuestro nombre así una declaración política de firmeza independiente ante el imperio español, sino una marca de identidad.
    Tan marca de identidad es la X, que don Alfonso Reyes, uno de nuestros poetas más profundos, y quien reconocía abiertamente, con fervor, el ideal occidental nacido con los griegos, al ser cuestionado por su “cosmopolitismo” (y por ende, alejado del ser nacional), plasmó su elegante respuesta en un bello libro, de diversos matices ensayísticos y poéticos, para nada reñidos con la naturalidad clásica, y sin ser patrioterismo, titulado Con la X en la frente (1952), para que no quedara duda de hasta qué punto esa X lo señalaba y definía mexicano hasta el tuétano.
    Equis que simboliza muchas otras cosas, según cómo se mire. Hay quienes no dejan de señalar con católico fervor que es la cruz que representa nuestros calvarios diarios, tomando en cuenta la desigualdad actual que nos agobia como país. Otros van más lejos y nos hablan de la X como la representación de una herida histórica, impuesta como una marca de hierro y fuego, sobre la piel de una hermosa palabra indígena: “Ombligo de la Luna”. Una marca traumática que nos define como territorio y país, y que no ha terminado de cicatrizar. La justa existencia del EZLN, nos lo recuerda (al tiempo que nos lo dignifica).
    O asumen esa equis como yo, como símbolo del entrecruzamiento inevitable de caminos de dos modalidades culturales humanas: el occidente europeo monoteísta y los americanos originarios politeístas. Un choque saldado a sangre y fuego, por supuesto, a crueldad dominadora, durante la transformación cultural que representó la germinación de esta nación occidental, que ahora nos tiene, independencia y revolución después, en trágicos retos humanos en nuestra búsqueda de justicia económica y legal. Es la X que nos da personalidad en el entrecruzamiento general de los caminos del mundo, tanto hispanoparlante como orbital.
    O quizá sólo sea una tacha. Una tacha sobre la cual preguntarse, ¿qué es una tacha?, a la manera de Efrén Hernández, para encontrarle sus otros significados.  


Nota:
(A punto de publicar esto, he releído la columna que me puso a pensar en la X y veo felizmente que el error ha sido subsanado para el nombre propio del país, aunque no para el gentilicio. Bueno, pues el gentilicio “mejicano” también es un error por las razones filológicas y sentimentales arriba mencionadas).



















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