Finalizada la dictadura militar, Leandro, ya con un pasado en otro lugar extranjero, vuelve del exilio a Ríomar y el encuentro con su matria sacude el panal de su memoria y le pican las inquietas abejas del recuerdo. El hombre que regresa no es ya el joven soñador obligado a saltar fronteras por la polarización ideológica de los que se impusieron por medio de la brutalidad, la violencia y la obediencia, sino un hombre construido a partir de su ejercicio de la libertad en otro lugar: ni bueno ni malo, pero mayor, con la perspectiva del alejamiento en tiempo y espacio del desarrollo de su país.
En esta novela íntima,
Leandro camina por su vieja ciudad, topa con los resabios de
corrupción y gandallismo de las fuerzas del orden, conoce a una chica que quizá ya había conocido, visita la tumba
de sus padres, revive experiencias de otros tiempos según el
sendero que en esa capital (por momentos irreconocible, ajena)
inventan sus pasos, o por la obligación subconsciente de enfrentar
sus errores, como cuando se encuentra sin darse cuenta en la calle
que alojaba sus asambleas revolucionarias.
Tejiendo dos
hilos de historias, las del que parece el presente y las del que
parece el desordenado pasado, el escritor Saúl Ibargoyen (Uruguay,
1930), construye una fábula de lectura agradable entrenzada
geométricamente hasta que alcanza al final su intención circular,
más no cíclica. Como en muchas obras narrativas de los poetas, el
lenguaje rebosa de plasticidad y fuerza propias, sin ser pesado u
oscuro.
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