jueves, 31 de octubre de 2013

Pequeña reseña


El atrapador de papalotes sería quizá un título más libre, aunque preciso (en lo que podría denominarse “el castizo mexicano”) para traducir el título de “The Kite Runner” (publicada por Salamandra como Cometas en el cielo), del escritor estadounidense Khaled Hosseini, de raíces afganas. Se entiende que los responsables de su publicación en el ámbito hispanoamericano buscaran un título que fuera comprensible para todos los lugares donde se habla español, pero por supuesto, pierde mucho de su fuerza original en aras de la neutralidad idiomática (y, dicho sea de paso aunque sea un tema aparte, uniformización global del lenguaje español cuando se hace una traducción). Estos preámbulos, por supuesto, los genera la deformación profesional de dedicarme a la traducción y están fuera del texto.
      El atrapador de papalotes, enmarcada en Afganistán entre los años 1970 y 2001, cuenta la redención de Amir, que cuando niño, en el día más feliz de su vida, fue testigo omiso de un acto atroz y cuyas secuelas y remordimientos ante su pasividad lo persiguen. Esa culpa y su incapacidad de manejarla, terminan por convertirlo incluso en un vil. La denominada “invasión soviética” a Afganistán y las consecuentes reformas y repercusiones que ello trajo a la vida económica del país, obliga al padre de Amín a exiliarse a Estados Unidos, donde Amir crece, se enamora y lleva una vida de estudio y escritura hasta un día del verano de 2001, antes del atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York, cuando recibe una llamada de un viejo amigo que le habla desde Pakistán, país vecino de Afganistán, para decirle que “hay una manera de ser bueno de nuevo”. Tras esa llamada, Amir volverá a Kabul tras dos décadas lejos a encontrar, en medio del fanático régimen talibán, su propia salvación.
      Con esos referentes, Hosseini consigue mantener y guiar al lector a través de escenas que generan emociones: desde la serenidad al azoro, de la tristeza a la esperanza, mientras nos muestra hasta dónde puede llevar los radicalismos y lo que es el perdón. La obra además reseña con verdadera maestría pasajes de la historia afgana contemplados desde la perspectiva desprejuiciada de un afgano que mira y no reconoce su país, pero quiere que se sepa cómo es y por qué es así. En general, es un libro de argumento sólido y plenamente desarrollado.
       Este libro fue un best-seller en Estados Unidos. No resulta difícil apreciar por qué: la novela es enganchante y aún estaba fresca la guerra librada por su país para derrocar aquel régimen talibán, que tanto daño y retroceso generó en Afganistán, sobre todo por su necedad de querer devolverse hacia pasado aplicando una interpretación literal de sus libros sagrados. Basta recordar el desplazamiento que se hizo de la mujer de la vida pública durante su época (1996-2001) y la destrucción perpetrada a los budas de Bamiyan, monumentales estatuas talladas en las laderas de un acantilado, de mil quinientos años de antigüedad (2001).

lunes, 7 de octubre de 2013

Si Gandhi aquí viviera, sería violento


Camino el tres de octubre a un lado del templo de San Hipólito y leo en una pinta con aerosol sobre una camioneta blanca: “Si Gandhi aquí viviera, sería violento”. En la tranquila cotidianidad de esta calle, pienso en los enfrentamientos del día anterior entre granaderos y “anarquistas”, durante la conmemoración del cuarenta y cinco aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, y la pinta me parece una monstruosa estupidez, como los discursos y las palabras al aire que a veces se escuchan en una marcha.
    Estos “anarquistas”, que han adoptado el recurso de la provocación urbana (y a falta de mayores discursos programáticos), justifican de manera burda su, digamos, “mensaje”: asociar falsamente a sus “demandas” a filosofías de acción y figuras históricas que provocaron grandes cambios en sus países y con ello confundir a la opinión pública.
     Por supuesto, que ellos no son anarquistas y Gandhi no sería violento. No piensen los “anarquistas” que en la India todo era amor y paz durante el colonialismo inglés. No obstante, la revolución de Gandhi tuvo la novedosa virtud de luchar sin violencia, actuar de brazos caídos, provocar con la indiferencia ante el enemigo y sus exigencias el desconcierto de éste y su consiguiente pasmo. ¿Qué le quedaba al inglés ante una masa que se oponía a obedecerle al mejor estilo del Bartleby melvilliano? Sus represiones terminaron por situar a los ingleses en el reflejo extremo que el espejo de su moral protestante no quería apreciar: el de los necios, los violentos, los injustos.
    Como se ve, los “anarquistas” mexicanos no saben de lo que hablan. Como carecen de un discurso articulado, el resto de nosotros tampoco sabemos qué buscan hacer con estos ataques a la paz pública. Lo único que parece es que este grupo vandálico ha despertado entre muchos analistas la sospecha de que pueda tratarse de unos nuevos “halcones”, un grupo de boicot gobiernista para reventar ante la opinión pública las exigencias válidas de otros grupos que se manifiestan contra el gobierno.