martes, 26 de junio de 2012

Comentario antes de las elecciones


Durante las fases más decadentes del histórico gobierno del PRI (que yo ubicaría más notoriamente entre Díaz Ordaz y Zedillo), existió una forma de pensar y actuar muy popular entre las clases dirigentes del país conocida como “priísmo”. Dicha alienación provocaba que algunos individuos enquistados en los altos mandos del servicio público consideraran que el poder del estado se podía utilizar para satisfacer caprichos personales e imponer cortas ideas grupusculares. Más que buscar el desarrollo y la prosperidad de un pueblo, lo que había que hacer era mantenerlo “disciplinado” (aunque sus disciplinas fueran verdaderos baños de sangre) y consciente de que “hay clases, ¿eh?”.
        Esta forma de pensar se extendía a todos los niveles del aparato estatal, y muchos burócratas, desde su propio ámbito, también ejercían esas mismas prerrogativas y abusaba de su posición para obtener un beneficio personal en cualquier ramo. Uno de sus dichos populares más arraigados era: “No me den. Pónganme donde hay”. Otras perlas de su ideario folclórico tenían que ver con cómo situaban a sus allegados en puestos para los que no estaban capacitados o en cómo debían alinearse a su influencia cualquiera que pudiera tener intenciones críticas: “Él es el orgullo de mi nepotismo” (López-Portillo en referencia al puestazo de su hijo), “En Televisa somos soldados del PRI” (Emilio Azcárraga "El Tigre" ante las críticas de ser parciales) y esa que resume con mayor puntualidad su ideología: “El que no transa, no avanza”. En la práctica, estos menesteres los podía llevar a cabo (y aún se estilan, dado que cambiar un hábito es muy difícil) un policía de tránsito pidiendo una mordida o una secretaria adoctrinada o coludida con su jefe para apresurar lentamente un trámite que debía ser gratuito y expedito.
     Entre las clases medias existía también el denominado “priísmo”, que impulsaba a gente sin partido o de la iniciativa privada no a considerar a un aspirante por sus planes de gobierno, sino a pagar algunos favores y dinero para que el irremediable candidato fuera uno que le permitiera hacer "negocios" con el gobierno, negocios de amigos que se han ayudado mutuamente. Entre estos negocitos se encuentran esos aparatos monopólicos o duopólicos que tanto freno han metido al desarrollo del país, como Telmex (y sus subsidiarias, Telcel), Televisa, TvAzteca, y aquellas de los amigos extranjeros, como la banca española y estadounidense. (En la actualidad han llegado nuevos invitados que pretendan hacerse los invisibles, como Monsanto o Walmart.)
     Entre las clases bajas del país existió también esta situación mental. Y llegaba a sus más terribles aberraciones en esa triste justificación de quienes no querían o no sabían pensar en los asuntos del país y daban un voto de inercia al PRI porque “así se los había enseñado sus padres”, o porque temían, con justa razón, que las migajas que recibían en ayudas sociales (de un pastel que ya se había repartido para sufragar costosas mansiones, viajes, vinos, yates) pudieran desvanecerse de la noche a la mañana.
        Una época triste en que la libertad de expresión, los trabajos, las finanzas del país, el desarrollo en general, eran controlados por la dura ley del "peladito" más fuerte y no del que pudiera estar mejor preparado. El priísmo era la extrapolación al ámbito del servicio público de los defectos humanos más deleznables: avaricia, egoísmo, pereza, vanidad, autoritarismo... Los tiempos trajeron lentos cambios: ideas, ciudadanos, organizaciones, movimientos e incluso los partidos de oposición fueron minando aquella estructura hasta completar, en 2000, la alternancia partidista. No ha sido fácil y el resultado no ha sido perfecto. Como sabemos, esto no representó necesariamente nuevos paradigmas ni mejorías de nuestro Estado, pero al menos quedaron desterrados durante doce años los cuadros priístas (personas de carne y hueso) que ayudaban a mantener y aceitaban aquella maquinaria de corrupción, sobajamiento y clientelismo. Y ese destierro sí fue un avance.
          El punto al que voy es claro: no basta que hayan transcurrido doce años para que el país haya cambiado y creamos, como el ingenuote de Vicente Fox, que la vuelta del PRI pueda venir sin esa clase de ideología (y personas). Tampoco bastarán seis años de otro partido. Pero una cosa es segura: lo mejor es mantener a muchos de esos personajes (aunque algunos ya hayan "chapulineado" camaleonamente) fuera del ámbito del servicio público al menos unos tres sexenios más. Seguramente con medio siglo fuera del poder, uno podría considerar que el regreso del PRI de verdad pueda ser una opción. 






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