sábado, 8 de diciembre de 2012

Ya ni modo

Llevo ya un rato sin postear nada en estos apuntes. Se podría decir que la derrota electoral del candidato que apoyaba influyó en mi ánimo de hablar de política. ¿Que qué creo que ocurrió después de las elecciones en que resultó vencedor Peña Nieto? ¿Fueron un fraude o no? Bueno, que hubo mucha gente que vio en él, de forma completamente espontánea (aunque por supuesto hubo quien no), a un estadista y lo avaló con su voto. 
     Dentro de mis posibilidades discursiva, hice todo lo posible por convencer a amigos y familiares de lo inadecuado de respaldar el regreso del PRI. En algunos casos no hubo modo y aprendí, además, valiosas lecciones sobre lo sensibles que a veces pueden ser los tíos o primos (que de pronto te dan inexplicadamente de baja de entre los contactos del feisbuq). Asuntos de índole pública los veían demasiado cercanos a lo privado. 
     Ahora ya tomó posesión Peña Nieto y hubo revueltas ese día en las calles. Lo de los enfrentamientos fue verdaderamente espantoso: ante un grupo de vándalos, la policía respondió agarrando a quien estuviera a su alcance, con sus acostumbrados métodos garrotescos, sin importar si de verdad los detenidos estaban involucrados en los destrozos o no. Desde aquí yo me sumo a las peticiones de revisar bien cada caso y deslindar responsabilidades de manera efectiva.
     Respecto a Peña Nieto... lo único que puedo decir es que espero que no cometa las mismas idioteces de sus predecesores en el ámbito de seguridad. Por ahora, le otorgo el privilegio de la duda. Veamos cómo se va desenvolviendo su camino. Yo, de todo corazón, espero que le vaya bien en las cosas que valen la pena y que no le vaya bien en lo que sea una estupidez.

Diego

PD. Por otra parte, creo que utilizaré más este blog para otras cosas que me interesan e infunden esperanza, no como la triste política. Saludos a todos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Un actor de reparto


Toda propaganda tiene como finalidad convencer a las personas de adherirse a una causa o compartir una visión política y para ello acuden a todo tipo de recursos del viejo y subestimado arte retórico. Entre sus recursos más bajos se halla el de eludir la crudeza de los hechos y las frías estadísticas (que no son lo mismo que las encuestas), distorsionar ciertos aspectos de la realidad y apelar sobre todo a las emociones.
  Por ejemplo, a pesar de que hace una semana el Inegi señaló que el número de homicidios documentados en 2011 había alcanzado los 27,199, (con lo que ascendía a 95,132 los casos desde 2007; La Jornada, 21/08/2012), de los cuales hay que aclarar que no todos responden a la guerra contra el narcotráfico, o que el índice de desempleo se mantiene en un decente 5% simplemente porque la informalidad ocupa a quienes no encuentran un trabajo, en la siempre sorprendente televisión se emiten durante treinta segundos unos simpáticos mensajes del gobierno federal en los cuales el inquilino de Los Pinos hace un balance rápido de lo que ha sido su sexenio. Después de haber accedido a ese inquilinato tras un turbio proceso electoral (por decirlo en términos moderados) al amparo de la promesa de generar empleos al por mayor y tener las manos limpias; de darle un golpe de timón bajo la excusa de la “guerra contra el narcotráfico” a lo que se perfilaba como una presidencia asediada por los inconformes comandados por Andrés Manuel López Obrador (quien tuvo también sus momentos desiguales, como cuando aceptó tristemente ser proclamado “presidente legítimo”), ahora Calderón aparece frente a las pantallas con un discurso de despedida que sonaría lastimero si no fuera trágico, e indignante la carga de desfachatez sentimentaloide de sus productores.
  Desde que en 2007, debido al notable encrespamiento entre los políticos de distintas facciones, se decidiera cambiar el formato del Informe Presidencial y se propusiera que el Ejecutivo entregara por escrito las metas alcanzadas durante el año al Congreso para que éste, como órgano de representación popular, se encargara de su análisis, la forma en que se sustituyó la cadena nacional fue a través de machacones mensajes televisivos de menos de un minuto que, por más que intentaran recitar su información, no terminaban de comunicar nada. Con dicha reforma se trató de evitar el fasto y el ceremonial protocolario de lo que algunos consideraban “el día del presidente”. Esto, sin embargo, sólo ha contribuido a aumentar el analfabetismo político del ciudadano común: el único día que podía sentarse y escuchar de la propia voz del máximo dirigente de la nación cuál era el camino que se seguía (en medio de la ruta general de las naciones y la vida) y con ello medio analizar el panorama nacional al que debía enfrentarse, se rompió, se cambió por necesidades "coyunturales". (Dicen que algunos mexicanos aprovechaban ese día feriado para irse de puente, lo cual, por otra parte, es verdaderamente irrelevante ante el hecho de que simplemente al ciudadano se le ha relegado al papel político de votante).
  Los espotes que desde el fin de semana pasado han comenzado a transmitirse en los principales espacios de la televisión mexicana buscan informar al ciudadano de manera somera sobre ciertos “logros” en materia de seguridad, salud y educación. En ellos se aprecia a un presidente Calderón en diversas escenas de su vida como mandatario que serán dignas de múltiples análisis por parte de los historiadores del futuro, y seguramente muchos de ellos serán despiadados: se le ve caminando por el Palacio Nacional, arrancando una hoja de un arbusto (cual quinceañera anhelante en la flor de su cursilería), reflexionando con muecas en el rostro de sí o no sobre lo que hubiera pasado si él (con el auxilio de la labia policiaca y castrense) no se hubiera decidido a confrontar con toda la fuerza del Estado la terrible situación de las drogas o el problema de la salud para los que no tenían seguro o la educación de millones de niños.
  En este brevísimo ensayo no podemos atender los espots sobre salud o educación, los cuales merecen su propia discusión. En cambio, creemos necesario hablar de cómo retratan el asunto más intenso de la administración saliente: la seguridad. En el mensaje televisivo, Felipe Calderón asegura que, al tomar las riendas del Ejecutivo (un extra militar de gafas le extiende la banda presidencial y él la acepta, con rostro de gravedad) tomó la decisión de combatir de frente a los criminales. Recuérdese que en 2006 no eran “criminales” sino “narcos”, y la toma de protesta no se llevó a cabo en una oficina, sino en un Congreso convulso y que tuvo que entrar por la puerta de atrás. Dice Calderón que pensó en cuidar a las familias y en el país que se le dejaría a los hijos (aunque no tomó en cuenta que también esos “delincuentes” tienen familias y que sus hijos también pueden ser “hijos de la patria”). Dice haber actuado firmemente y que por eso hoy no hay un México que se arrodille frente al crimen (aunque existan muchos homicidios en los que los testigos prefieren huir y los MPs no investigar) y que ese abstracto de país se juega el “alma” (¡el alma!) por cuidar a su gente. (Un católico como Calderón debería tener en cuenta que el alma no se juega ante criminales, sino ante Dios, que es... otro capítulo...). Y remata diciendo, detrás de un cómodo escritorio, que esta lucha vale la pena por ti, lector, por tu familia y por México.
  El otro espot sobre seguridad tampoco tiene desperdicio para la crítica. Al comienzo se abren la puertas de madera (¿caoba, ébano?) del despacho presidencial y aparece Calderón detrás del mismo bonito escritorio diciendo que durante años creció el problema de la criminalidad y ellos tomaron decisiones difíciles porque los mexicanos pedían ayuda. Dicen haber pensado no en seis años, sino en el “futuro”. (Ah, pobre “futuro” tan socorrido y tan necesitado). Iba a haber riesgos, pero, frente al ventanal, mirando hacia el exterior (¿un jardín?, ¿la plaza de la constitución?, ¿una manifestación?), optaron por quitarse la venda de los ojos y actuar. (Resulta que al despojarse de la venda descubrieron que lo mejor era el contraateque militar y no la lucha a través de la comprensión de que el ser humano, desde la más tierna infancia evolutiva, siempre se ha drogado y siempre ha podido encontrar medios pacíficos de redención mediante su propia educación). Y luego afirma que con ello (70,000 muertes avalan el dicho) se ha construido un México más seguro y más justo.
  Después de ver tales mensajes rumbo al Sexto Informe de Gobierno uno se pregunta si éstos en realidad se dirigen hacia los mexicanos o incluso a los intereses internacionales. Mirando al mandatario de la nación en sus distintos ángulos fotogénicos se puede llegar a considerar que no es así. Tal vez es otro guiño burlón de la televisión: uno en el que parece decirse que, una vez que termine el sexenio, el ejecutivo está disponible para convertirse en un actor de reparto (siempre y cuando, por supuesto, este valiente se quede en el país).









lunes, 27 de agosto de 2012

Neil Armstrong y el gran salto


Después de su regreso de la Luna y de que los días de entrevistas y espectáculos quedaran lentamente atrás debido a que Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a preferir otro tipo de demostraciones de fuerza, los tripulantes del Apolo XI, esa mítica nave que sería el golpe maestro del capitalismo contra el comunismo en los años sesenta, se fueron sumiendo lentamente en el olvido hasta el pasado sábado 25 de agosto, cuando falleció el primer hombre que puso un pie en el polvoso suelo de nuestro satélite natural: el capitán Neil Armstrong.
   Proveniente de Ohio, uno de los estados norteamericanos que los aborígenes de ese país consideran más “provincianos”, Neil Armstrong (1930) se interesó por la aviación desde muy temprana edad: decidió su vocación en la infancia al contemplar espectáculos aéreos y cuando a los seis años voló en un Ford Trimotor y supo lo que era contemplar la tierra desde las alturas. A los diecinueve años se convirtió en piloto de la Marina, y al año siguiente, 1950, participó en la guerra de Corea. Completó setenta y ocho misiones de combate. En 1952 ingresó en la NACA (la predecesora de la actual Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, NASA), donde laboró como administrativo, ingeniero y piloto de pruebas.


Carrera espacial entre la URSS y EEUU
El lanzamiento soviético en 1957 del satélite Sputnik comenzó la carrera espacial entre dos potencias que ponían a prueba sus concepciones sobre lo que debía ser el mundo: ambas se habían alzado victoriosas de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza nazi, y sus posiciones ideológicas no podían ser más dispares. Por un lado, el capitalismo encabezado por Estados Unidos aseguraba que el sistema debía darle la felicidad al individuo gracias a su esfuerzo personal (y comunitario dentro de la empresa) y ello debía ser fomentado mediante el libre mercado y la inversión del dinero, aun a costa de sus crisis recurrentes. Del otro, los ideólogos comunistas afirmaban que la felicidad se conseguiría mediante el trabajo conjunto y al unísono de una sociedad en la que quedaban “abolidas” las “diferencias” de clase y en la que el Estado velara por el cumplimiento cabal de las satisfacciones del individuo, aunque el pensamiento tuviera que tender a la uniformidad y peligrosamente al totalitarismo (lo cual sería parodiado con excelencia narrativa por George Orwell en la novela 1984).
   La “indiferencia” que se tuvieron las dos naciones se llevaba a cabo en diversos terrenos: ambas potencias cultivaron la invasión de países como práctica común de alineación a sus respectivos sistemas (por ejemplo, del lado soviético, Polonia en 1939; por ejemplo, del lado estadounidense, Corea, 1950, Irán, 1954, el golpe de estado en Guatemala, 1954); se mostró músculo en pruebas atómicas demoledoras (como la llevada a cabo por los soviéticos en Nueva Zembia con la Bomba del Zar, de 50 megatones, la cual liberó 3, 800 veces más potencia que la lanzada sobre Hiroshima). Incluso llegaron a apuntarse los misiles como quien se muestra los puños. Y el espacio fue la metáfora del control y “progreso”: el lanzamiento del Sputnik, el éxito de la sonda Mechca y el posterior envío de Yuri Gagarin en 1961 más allá de la atmósfera, situaron a la URSS a la cabeza.
    Meses después del recorrido de Gagarin, el presidente estadounidense John F. Kennedy anunció que para fines de la década pondrían a un hombre en la Luna (pero no viviría para contemplar dicho acontecimiento). A un año de ese discurso, junto con otros nueve pilotos de la segunda generación, Neil Armstrong obtuvo la plaza de astronauta. A lo largo de cuatro años llevó a cabo un entrenamiento intensivo en Texas. Para 1966 voló en la misión Gemini 8 y logró acoplar dicha nave con el cohete en órbita Agena. La caminata espacial que se tenía planeada para esa misión tuvo que abortarse debido a que las naves comenzaron a girar en el espacio. Armstrong consiguió estabilizar la situación, desacoplarse y después realizar una entrada de emergencia a la Tierra.

¿Se conocieron Stanley Kubrick y Neil Armstrong?
En 19 julio de 1969 los astronautas Neil Armstrong, “Buzz” Aldrin y Michael Collins, participantes de la misión Apolo XI, convirtieron a la realidad un sueño largamente acariciado por la humanidad. Ya en 1667, por ejemplo, el escritor Cyrano de Bergerac había asentado en su obra El otro mundo el precedente literario de un viaje a la Luna (y al Sol e incluso había descrito un cohete de tres fases); esta tradición la continuarían con éxito otros escritores, como Julio Verne o Arthur C. Clark.
    “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, expresó Armstrong al imprimir su huella (la primera) sobre la Luna. Dicha sentencia provocó que no pocos se preguntaran: “¿Un salto hacia dónde?” Las imaginaciones se dispararon no sólo por las implicaciones políticas del suceso, que en los hechos mostraba a Estados Unidos con tecnología superior a la de cualquier otro país. Algunos veían ya en un futuro próximo inmediato una probable colonización lunar y otros negaban que el suceso se hubiera llevado a cabo. A aquella tripulación se le llegó a equiparar con los aventureros que dirigiera en 1492 Cristobal Colón.
    Pero a diferencia de Colón, la hazaña de la NASA no ha conducido todavía a una colonización lunar: pocas fueron las misiones tripuladas que siguieron a ese pequeño paso para un hombre y escasearon cada vez más tras la derrota tácita de la URSS, que envió a la Luna misiones no tripuladas hasta la cancelación de su programa. La NASA envió cinco misiones exitosas y después del Apolo 17 no se han repetido los alunizajes tripulados.
    Hay quien niega que el Apolo 11 haya llegado a la Luna: sugieren que se trató de una hábil ficción cinematográfica realizada por Stanley Kubrick (el mago cinematográfico de Odisea del espacio 2001) en un gran set; que sí se puso el pie humano allá, pero hasta la siguiente misión, la del Apolo 12. En sentido contrario, otros dicen que los soviéticos no hubieran aceptado un montaje y, por tanto, sí hubo alunizaje estadounidense. Por otra parte, la pregunta seguía en el aire: “¿Salto hacia dónde y cómo?”. La lógica de esa pregunta iba en el sentido de que, si se era capaz de enviar a un hombre a la Luna, quizá probablemente se comenzaría la colonización, ¿y cómo sería posible que ya se hubiera conseguido ese triunfo y, en cambio, no se pudieran erradicar problemas tan urgentes como el hambre y el analfabetismo, o la explotación excesiva de recursos naturales? ¿Qué clase de seres, los que somos, se exportarían al sistema solar y quizá a otros confines?
    Cualquiera que sea la respuesta, el programa tripulado terminó en 1972. Algunos se han preguntado por qué no, en esos seis alunizajes exitosos, ni siquiera se intentó la construcción de un desván con cinco láminas y unos cuantos remaches. Quedó una bandera simulando ondear en un asta tubular. Las teorías de la conspiración, desmentidas constantemente por la NASA, seducen con la idea de que ya existe una rústica base lunar o que se liberó una carga atómica sobre la superficie del satélite y que eso impide el regreso. La Agencia declara que los niveles de radiación solar que llegan a la Luna, la cual carece de atmósfera, serían insostenibles para la existencia de una colonia permanente (¿entonces por qué no una colonia temporal?) y que salvo la urgente necesidad de supervivencia de la especie, no se requieren de humanos para poder llevar a cabo experimentos científicos.


Vida posterior
Tras el viaje lunar, Armstrong continuó trabajando en la NASA y después dio clases en la Universidad de Cincinnati, presidió empresas de tecnología, concedió algunas pocas entrevistas y conferencias, y vivió el resto de su vida en una casa de campo en Ohio. Su carácter era bastante reservado y se alejó siempre de los reflectores. Pero el asombro por el logro del que formó parte, que ahora sigue su curso en la misión marciana Curiosity, nunca terminará: aquella aventura abrió la percepción de que nuestros conocimientos como humanidad pueden conducir a un grupo de hombres más allá de las fronteras de este planeta y, con sus resultados, ayuda a formar una idea más próxima del universo que habitamos. Descanse en paz ese gran explorador.


Neil Armstrong (1930-2012), Michael Collins (1930) 
y Edwin "Buzz" Aldrin (1930). Foto de la misión Apolo 11.








miércoles, 25 de julio de 2012

Otra vez contra los jóvenes


Luis González de Alba escribe en esta columna sobre los jóvenes de #YoSoy132 que, tras reunirse en Atenco con otros movimientos sociales, firmaron diversos documentos, y refiere que “desde Atenco declararon el fin del capitalismo y otras demandas rete buena onda”. Y poco después de enumerar lo que él ve como errores, regaña al estilo de un maestro estricto frente a la clase:

O es un delirio de cabezas huecas o una trampa montada por provocadores porque, para llevar adelante ese plan les hace falta algo más que los elogios diabetígenos de las radical-chic que no han militado jamás en la izquierda: les falta, jóvenes y no tan jóvenes, nada menos que el Ejército Rojo, cabezas de chorlito. Abran Wiki y con copy-paste impriman copias para todos. En los libros por el suelo en el área de Humanidades de CU se encontrarán uno delgado y fácil de leer, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Gugleen el nombre del autor: Lenin. Así nomás, sin apellidos. Pero, más importante aún: sobrevive un buen número de ex guerrilleros que en los años 70 eligieron una vía rápida para alcanzar lo que los sóviets de Atenco plantean: pregúntenles cómo les fue. De ahí nos viene el término “guerra sucia” y no de las bobadas a las que ustedes ahora dan ese nombre. Por cierto, hay barata de pañales en Walmart, la tienda buena, enemiga de Soriana, la tienda mala.

Caramba, se dice uno, de veras que esas son ganas de ningunear de nuevo a los jóvenes. En lugar de procurar hacerlos crecer, les recomienda una barata de pañales en Walmart. 
    Sin embargo, al contrario de lo que el texto parece sugerir, se han comprendido varias cosas a partir de la caída de la Unión Soviética, el fracasado modelo económico y social que evolucionó con mayor éxito en Rusia y que pervive en la actualidad en los deslavados colores locales de Cuba y Corea del Norte. Una de estas cosas (amén de otras en el terreno filosófico, estatal, económico) fue que en su diseño como Estado y forma de vida, sus ideólogos y constructores se olvidaron de tomar en consideración la fuerte influencia, para bien y para mal, del factor humano y la variedad de psicologías, creencias, conocimientos y deseos que hay en éste, que hacen que resulte imposible que el individuo pueda ser bueno por decreto o quiera aspirar ciegamente a la repetición mecánica de felicidad y forma de vida de los padres (como pretenden aquellos que defienden el derecho a vender o heredar el puesto de trabajo, como si ser maestro, por ejemplo, fuera un gen heredable). En su lucha ideológica contra el capitalismo (cuyos errores fueron y son tan notables como los comunistas) tergiversaron su realidad: “aquí todos somos felices”, a pesar de los desastrosos planes quinquenales y las consecuentes crisis brutales, además de la constante fuga de cerebros. Científicos, médicos, artistas, ingenieros, huyeron de los países socialistas, amén de los desaparecidos en las purgas de opositores o críticos al sistema.
    Todo ello aunado a una burocracia elefántica, el caudillismo apostólico de sus dirigentes políticos; la errónea forma de producción en la que se embarcaron, con productos igual de insostenibles que los capitalistas, pero sin el condicionamiento extra para mejorarlos y evolucionarlos que genera el incentivo del lucro; la tardía comprensión de que el estado lo gobernaban individuos que se volvían propensos, desde una posición de poder, a llevar a cabo abominables actos criminales (léase el libro Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn), productos históricos estos últimos de la errática confusión vital de millones de personas (que parte de lo individual para proyectarse a lo social).
    Esta carencia de conocimiento acerca del factor humano (la mano de obra de la productividad), derivó en que no se alcanzaran jamás los frutos a los que esa ideología y práctica aspiraba: entre otras cosas, la abolición de las clases sociales, la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, la repartición equitativa y proporcional de las ganancias generadas por el concurso de todos, un entramado de intercambio de bienes justo, medios de comunicación que efectivamente fueran vías de información, conocimiento y, ¿por qué no?, entretenimiento.
    Que estos reclamos vuelvan a permear en la juventud, y no sólo en los de #YoSoy132 ni sólo en la mexicana, a más de dos décadas del fin de la Unión Soviética más que un motivo de ironía sobre la necesidad de un Ejército Rojo, debería ser tema de reflexión y hasta de orgullo: una nueva generación de personas toma el relevo de un sueño humano que lleva siglos en vigencia y se preocupa por su mundo y comienza por su casa. Que no se les crea tan desorientados o rematadamente ignorantes: pertenecen a un grupo de jóvenes con una consciencia más clara de los errores del pasado y de los retos del futuro. Por eso han buscado el pacifismo y la marcha dominical, para que no se les pueda tachar de revoltosos huevones (aunque no falta el apuntado a decirlo). Por ello mismo no es que no acepten el necesario cambio de gobiernos, sino que les indigna que se haya llevado a cabo con prácticas que aprovecharon la pobreza, la desinformación o el cinismo de algunas personas. Si esos métodos requirieron una fuerte inversión de capital público y privado (y quizá hasta del narcotráfico), ¿con qué métodos esperarán recuperar su dinero y cuáles son los dividendos que esperan? ¿El gran capital ha vuelto a ganar, ha terminado por comprar las consciencias, con tal de que el mundo siga como está un tiempo más, seis años más, y se acerque ya sin retorno a su precipicio?
     Ante esta situación, ¿debemos ironizar sobre los jóvenes o apoyarlos?








viernes, 20 de julio de 2012

Una utopía


No estaría mal que un día las cosas fueran diferentes y la revelación de un íntimo destino compartido abrazara al errático género humano. León Felipe (1884-1968), español exiliado en México tras el golpe de Estado franquista, escribe en el parágrafo II de sus "Prologuillos":

                                     Poesía...
                                     Tristeza honda y ambición del alma...
                                     ¡cuándo te darás a todos... a todos,
                                     al príncipe y al paria,
                                     a todos...
                                     sin ritmo y sin palabras!...













martes, 10 de julio de 2012

Apaga la televisión




Hay gente que afirma que la televisión no los influye al momento de tomar una decisión electoral. "¿A mí? No, cómo crees, yo tengo la suficiente capacidad para discernir qué creo, qué pienso y qué decido". Sin embargo, ese artilugio, situado a la mitad de la sala, o incluso en las habitaciones, como un miembro más de la familia o un amante, abierto a todas horas para evitarnos el aburrimiento, influye en nuestra psicología más de lo que desearíamos. 
    Para entender esto es necesario comprender un poco cómo funciona la mente humana. Por principio,  habría que desligar un poco al cerebro como tal (que es el órgano encargado de ordenar la ejecución de un sinfín de actividades vitales automáticas, como respirar, bombear el corazón, enviar las señales de dolor o placer, etcétera) de la mente (donde residen nuestras emociones y recuerdos, elaboramos pensamientos y, en fin, se halla nuestra consciencia y esa enorme región agazapada donde se ubica el inconsciente). Mientras el cerebro es multitareas, nuestra mente consciente sólo en contadas ocasiones requiere serlo y, regularmente, se ocupa de una situación por vez, aplazando por un tiempo el resto de las cosas hacia el campo del inconsciente. Un ejemplo de ello sería el juego: cuando estamos atrapados en la emoción de éste, cualquiera que sea, difícilmente nos ocupamos de recordar el vencimiento de los pagos o la lista del mercado o del color de los calzones que llevamos puestos. Es decir, en aras de privilegiar la estrategia, el deseo de suerte o la acción física, relegamos para otro momento los demás pensamientos que no requerimos. A veces, en ese desplazamiento, los podemos llegar a enviar hasta el inconsciente y dejarlos bien enterrados allí (hasta que algún suceso disparador, en algún momento, puede hacerlos resucitar como zombis o, en ocasiones, como con ciertos recuerdos, los reintegra felizmente del olvido). 
    En ese contexto mental, la televisión adquiere una influencia desproporcionada sobre el receptor de sus contenidos. Si Goethe llegó a escribir que "en el teatro, por la diversión de la vista y el oído, la reflexión queda muy limitada", aún así el público teatral siempre ha podido practicar la sana crítica directa y comunal del abucheo, el tomatazo y el linchamiento (bueno, las dos últimas no tan sanas para ninguno de los involucrados, sobre todo para los actores): es decir, como acto social que engloba la presencia física de espectador y el actor, el auditorio puede mostrar su conformidad o disgusto incluso mediante la intensidad del aplauso. En ese aspecto, la televisión era (y busca mantenerse) autista: sólo expresa, barbota, grita, sonríe, miente, tergiversa sin que el espectador tenga mayor opción que la de indignarse individualmente, es decir, interioriza su disgusto. La posibilidad de replicar y contradecir el mensaje emitido en pantalla es nulo y acudir a las puertas de las televisoras, ya se vio, sólo contribuye a que esa máquina desprestigie a sus opositores. Por mucho que su crítica alcance el radio de sus relaciones personales más cercanas, el televidente insatisfecho fracasa ante la abundancia de avisos, notas y anuncios sutil o burdamente producidos por el aparato.
    Encendido durante horas (según el último reporte de la compañía Nielsen de 2011, aumentó 22 minutos la sintonía respecto al 2010), la televisión abastece al telespectador de contenidos que, de otra manera, no podría extraer de su propio medio. Le muestra paisajes de ensueño a los que no podrá acceder jamás: vistas aéreas de cañones y lagos, el tránsito en ciudades alejadas del mundo, programas que con sus gritos, carcajadas y escenas bobas lo distraen de la angustia de hallarse frente a sí mismo, amén de cortar brutalmente la atención para recordarnos en escenas de veinte segundos o más, la necesidad que tenemos de comprar champú, ser libres con un automóvil, hallar nuestra paz interior con un medicamento, ser aceptados por nuestros iguales si no tenemos barros. Y debe tomarse en consideración que la mayoría hemos sido cañoneados por este instrumento desde la infancia. 
   Cualquier persona que haya acudido a un centro comercial o la tienda de la esquina ha experimentado ante el escaparate la duda de cuál producto adquirir. Y allí es donde el inconsciente trabaja para resolver la disyuntiva: regularmente se adquiere aquello con lo que se está familiarizado, que da una sensación de seguridad por conocido, que a fuerza de repetición de sus bondades se ha enquistado en la mente, a pesar de que el consumidor no haya llevado a cabo el mínimo esfuerzo de comprobar por sí mismo cuál de los dos, tres o cuatro productos le resulta mejor. 
    Las dos grandes corporaciones televisivas del país (y las grandes dentro del espectro de paga) se empeñaron, durante las pasadas campañas electorales, en encumbrar con calificativos bienintencionados y entrevistas a modo al candidato priísta, ensalzando sobre todo su cuestionable galanura, en detrimento de las propuestas. Hasta ahora, la pregunta de qué plantea Peña Nieto (aparte de una continuidad del calderonismo) sigue siendo un misterio para muchos mexicanos y los medios impresos de otros países, como Die Spiegel en Alemania. Y eso sin mencionar la reiteración de machaconas encuestas "copeteadas" en las que lo colocaban con una ventaja apabullante: una especie de rechazo generalizado a priori con el que se buscaba desmotivar al electorado opositor. Ante estos mecanismos es válido preguntarse si de verdad el electorado que no tiene mayores fuentes de información de verdad pudo  tomar una decisión informada o sólo fueron guiados por los "analistas" a inclinarse por un candidato (todo esto sin tomar en cuenta la grave compra de votos). 
    De esa misma manera cínica, a los pocos avances del PREP, las televisoras buscaron legitimar de inmediato sus premoniciones encuestoriles, señalar un vencedor (con la rápida intervención de quien ocupa la presidencia) y desacreditar a cualquiera que se atreva a levantar la mano y decir que no está de acuerdo. Y procurarán hacerlo por el resto del sexenio, como arroparon de la misma forma a Felipe Calderón, presentando los hechos a su habitual manera: segmentados, descontextualizados, incompletos... Algunas personas, siguiendo fielmente ese guión, comprándolo de inmediato, ya expresan que los "perdedores" deberían resignarse, ponerse a trabajar, comenzar el cambio por ellos mismos y no estorbar en el avance de México, como si ese avance tuviera que ser ciego a las irregularidades y las injusticias.       
    Queda, ante la avalancha de mensajes que inducen tendencias, una esperanza. Esta vez los consorcios televisivos se han topado contra el avance de los tiempos: las redes sociales virtuales. Cierto, no son la panacea de la libertad, tienen sus lados oscuros (y peor aún, podrían desarrollar ciertas inclinaciones granhermanescas), pero también su mayor virtud: la capacidad de compartir y generar contenido que se instale en igualdad de condiciones frente al televisor y que ello también influya en sus propios ámbitos, con mucha mayor fuerza porque quien emite el mensaje es una persona cercana, mucho menos inalcanzable y sordo que los opinólogos detrás de los rayos catódicos que surcan un vidrio. La capacidad de organización que éstas suscitan ha quedado demostrada en las movilizaciones a lo largo de todo el país que exigen la revisión imparcial (¿se podrá lograr eso?) del proceso electoral recién transitado, y que podrían llegar a emular los logros obtenidos por la Primavera Árabe (aunque aquí faltaría el respaldo de la OTAN y de Estados Unidos, quienes preferirían mantener a Peña Nieto en el poder).
    La otra esperanza que resta es mirar el aparato televisivo siempre desde un punto crítico, experimentar las decisiones de compra (que son las que nutren al sistema) más allá de un irreflexivo condicionamiento y, lo más recomendable, simplemente apagarlo y leer un libro, contemplar un cuadro, charlar sobre la vida con los que nos rodean, reflexionar sobre las bases en que hemos construido este mundo, jugar o salir a caminar. Hay mucha vida propia, nueva, refulgente, esperando afuera de cualquier pantalla. 
   













jueves, 28 de junio de 2012

Cierre de campaña en el Zócalo

Llevé a mi hijo de siete años al Zócalo, al cierre de campaña. En un descuido, volteé a la izquierda, y cuando regresé la mirada hacia él, ya tenía una cachucha del PT en la cabeza.
   -Me la regalaron -dijo.
   -Más bien, nos regresaron parte de los impuestos en forma de gorra.
   Le expliqué, entre otras cosas, que nada de lo que se recibía de los partidos políticos era gratis. Y que aunque somos simpatizantes, en líneas generales, del proyecto alternativo de nación de López Obrador, eso no significaba que creamos que todo lo que él dice sea la pura verdad. Pero que comparado con los otros políticos de la lid electoral y con sus respectivas historias y sus formas de enfrentar los retos, AMLO y su gabinete pueden representar el comienzo para México del largo camino en el que todos debemos cooperar para transitar, en este mundo extraño del siglo XXI (sometido al abuso de los recursos naturales y a la explotación del hombre por el hombre en busca del abstracto beneficio), hacia una nueva forma de entendernos entre los mexicanos, con otras naciones y entre la humanidad.
   Pero mi hijo ya no me prestaba atención, entretenido en escuchar los cánticos y gritos de apoyo de aquella fiesta de optimismo. No importa, me dije. Estábamos ahí por pura convicción, no por una gorra: para demostrar que tenemos esperanza de un cambio y no un retroceso, y que la pondremos en una boleta. Nuestro voto no es un cheque en blanco: esperamos que dicha esperanza no se desvíe demasiado y que siempre esté dispuesta a rectificar en lo que pueda estar equivocada.
   



martes, 26 de junio de 2012

Comentario antes de las elecciones


Durante las fases más decadentes del histórico gobierno del PRI (que yo ubicaría más notoriamente entre Díaz Ordaz y Zedillo), existió una forma de pensar y actuar muy popular entre las clases dirigentes del país conocida como “priísmo”. Dicha alienación provocaba que algunos individuos enquistados en los altos mandos del servicio público consideraran que el poder del estado se podía utilizar para satisfacer caprichos personales e imponer cortas ideas grupusculares. Más que buscar el desarrollo y la prosperidad de un pueblo, lo que había que hacer era mantenerlo “disciplinado” (aunque sus disciplinas fueran verdaderos baños de sangre) y consciente de que “hay clases, ¿eh?”.
        Esta forma de pensar se extendía a todos los niveles del aparato estatal, y muchos burócratas, desde su propio ámbito, también ejercían esas mismas prerrogativas y abusaba de su posición para obtener un beneficio personal en cualquier ramo. Uno de sus dichos populares más arraigados era: “No me den. Pónganme donde hay”. Otras perlas de su ideario folclórico tenían que ver con cómo situaban a sus allegados en puestos para los que no estaban capacitados o en cómo debían alinearse a su influencia cualquiera que pudiera tener intenciones críticas: “Él es el orgullo de mi nepotismo” (López-Portillo en referencia al puestazo de su hijo), “En Televisa somos soldados del PRI” (Emilio Azcárraga "El Tigre" ante las críticas de ser parciales) y esa que resume con mayor puntualidad su ideología: “El que no transa, no avanza”. En la práctica, estos menesteres los podía llevar a cabo (y aún se estilan, dado que cambiar un hábito es muy difícil) un policía de tránsito pidiendo una mordida o una secretaria adoctrinada o coludida con su jefe para apresurar lentamente un trámite que debía ser gratuito y expedito.
     Entre las clases medias existía también el denominado “priísmo”, que impulsaba a gente sin partido o de la iniciativa privada no a considerar a un aspirante por sus planes de gobierno, sino a pagar algunos favores y dinero para que el irremediable candidato fuera uno que le permitiera hacer "negocios" con el gobierno, negocios de amigos que se han ayudado mutuamente. Entre estos negocitos se encuentran esos aparatos monopólicos o duopólicos que tanto freno han metido al desarrollo del país, como Telmex (y sus subsidiarias, Telcel), Televisa, TvAzteca, y aquellas de los amigos extranjeros, como la banca española y estadounidense. (En la actualidad han llegado nuevos invitados que pretendan hacerse los invisibles, como Monsanto o Walmart.)
     Entre las clases bajas del país existió también esta situación mental. Y llegaba a sus más terribles aberraciones en esa triste justificación de quienes no querían o no sabían pensar en los asuntos del país y daban un voto de inercia al PRI porque “así se los había enseñado sus padres”, o porque temían, con justa razón, que las migajas que recibían en ayudas sociales (de un pastel que ya se había repartido para sufragar costosas mansiones, viajes, vinos, yates) pudieran desvanecerse de la noche a la mañana.
        Una época triste en que la libertad de expresión, los trabajos, las finanzas del país, el desarrollo en general, eran controlados por la dura ley del "peladito" más fuerte y no del que pudiera estar mejor preparado. El priísmo era la extrapolación al ámbito del servicio público de los defectos humanos más deleznables: avaricia, egoísmo, pereza, vanidad, autoritarismo... Los tiempos trajeron lentos cambios: ideas, ciudadanos, organizaciones, movimientos e incluso los partidos de oposición fueron minando aquella estructura hasta completar, en 2000, la alternancia partidista. No ha sido fácil y el resultado no ha sido perfecto. Como sabemos, esto no representó necesariamente nuevos paradigmas ni mejorías de nuestro Estado, pero al menos quedaron desterrados durante doce años los cuadros priístas (personas de carne y hueso) que ayudaban a mantener y aceitaban aquella maquinaria de corrupción, sobajamiento y clientelismo. Y ese destierro sí fue un avance.
          El punto al que voy es claro: no basta que hayan transcurrido doce años para que el país haya cambiado y creamos, como el ingenuote de Vicente Fox, que la vuelta del PRI pueda venir sin esa clase de ideología (y personas). Tampoco bastarán seis años de otro partido. Pero una cosa es segura: lo mejor es mantener a muchos de esos personajes (aunque algunos ya hayan "chapulineado" camaleonamente) fuera del ámbito del servicio público al menos unos tres sexenios más. Seguramente con medio siglo fuera del poder, uno podría considerar que el regreso del PRI de verdad pueda ser una opción. 






sábado, 16 de junio de 2012

No quiero votar por un partido o un candidato



Yo no quiero votar por un partido o un candidato. Yo quiero votar por una reconstrucción pacífica del estado mexicano que se adapte a las condiciones particulares del momento histórico y ecológico del planeta. Que sea más una ayuda para el desarrollo de la humanidad que un estorbo.
    Eso es lo que me gustaría votar. Por el principio de eso.







miércoles, 16 de mayo de 2012

Primera actualización

Este blog pretende ser un poco menos caótico que el anterior y estará inclinado al análisis crítico, sobre todo en los ámbitos político, literario y, válgame dios, científico (dejaré mis arranques e intenciones líricas para mi vocación fabuladora, antifabuladora, refabuladora, que no por ficcionales dejan de tener cierto sentido). 
     Mi intención es escribir con mayor regularidad en él y promover la discusión de algunas ideas (las eternas ideas) en este mundo girante plagado de errores inmediatos que, a veces, parecen también eternos (¡y lo son!). Con ello, por supuesto, no asumo ninguna especie de bastón de mando moral ni la envidiable capacidad de conocer la inefable verdad. Sólo quiero señalar y profundizar en ciertas cosas que llaman mi atención y, con un poco de suerte, la de ustedes, pues no soy más que otro humano en el camino, sumido en la duda ante las diez mil cosas (como dice el Tao Te King) que, por el arte dialéctico, quiere encontrar una forma de expresar lo que lo confunde, alegra, entristece, anima, deprime, gusta o disgusta, pero sin arrogarse la capacidad de sentenciar lo definitivo.


Diego Velázquez Betancourt 
 
PD. Como tengo que vivir de algo (y supongo que no será de este blog), perdónenme si a veces no responda a sus amables comentarios, pero haré todo lo posible por darles respuesta. Por otra parte, todo troll (con su enorme capacidad para el desmadre) es bienvenido.