jueves, 21 de abril de 2016

PODRÁ NO HABER ACTORES, PERO SIEMPRE HABRÁ CINE




RASTREADOR DE ESTATUAS
Dirección: Jerónimo Rodríguez.
Guión, producción, montaje: Jerónimo Rodríguez.
Dirección de fotografía: Jerónimo Rodrigues y Jorge Aguilar.
Casa productora: Cine portable
Sonido: Roberto Espinoza.

La unión sutil que Jorge, el protagonista de El rastreador de estatuas (2015), va descubriendo en todas las esculturas de hombres célebres que encuentra a su paso, mientras busca la del médico portugués Moniz Egaz, es el hilo conductor en este sereno cuento íntimo del hombre en busca de configurar (y reconfigurar) sus recuerdos, no sólo respecto a su padre muerto, sino con la historia de su país, y con ello encontrar su sentido, su pertenencia, pues él siempre se ha sentido desenraizado, extranjero, exiliado.
Para relatarnos esta historia de memoria, olvido y cambio, el director Jerónimo Rodríguez apostó por la experimentación, por configurar una película atractiva a través de la oralidad y de técnicas narrativas visuales mucho más propias del documental, como los insertos de archivo (fragmentos de películas, de operaciones cerebrales, revistas políticas, partidos de futbol) o los planos fijos en parques y calles existentes, levantadas estas últimas imágenes con el cuidado no del fotógrafo que busca los mejores ángulos de la luz, sino del reportero que sabe que lo importante es capturar la escena en el momento pues no habrá otra oportunidad. El efecto inmediato en el espectador es que la película posee fuerte influencia de “lo real”, a pesar de que carezca de actores. El orden o desorden en la cama de una habitación, un cielo nublado a través de una ventana, una lluvia sobre el patio, la calle y los autos, la sala de la casa de su padre, una intersección nevada en una calle de Estados Unidos, parece hablar con mayor fuerza de los personajes y la sociedad, que si estos fueran representados por mimos vivos, dramáticos, con toda su corporalidad.
     Sin actores, la importancia de la historia recaerá, por tanto, en una voz masculina en off de matices tonales apenas acentuados y que bien podría corresponder en edad a la de un contemporáneo del protagonista. Quizá al principio se podría calificar a esa voz de plana, incluso aburrida, sin embargo el ritmo de las acciones narradas y la profundidad de estas, cautivan irremediablemente al oyente de la historia de Jorge, documentalista chileno que trabaja en el extranjero. Una tarde, mientras ve junto a su novia un documental cuyo tema son los enfermos mentales, aparece en la pantalla por unos segundos la estatua en Lisboa de Moniz Egaz, inventor de las lobotomías. Aquel lapso es suficiente para desenterrar en Jorge un recuerdo de su propio padre, neurocirujano de profesión, y la ocasión en que de niño, está seguro, aquel lo llevó a un parque de la ciudad de Santiago a contemplar un busto de ese mismo médico.
     El asunto se complica cuando, para comprobar la validez de su recuerdo, Jorge acude al parque que le parece y no encuentra sino un monolito donde pudo haber estado alguna vez una estatua. Ni los vecinos, ni los jóvenes que por allí pasan, pueden darle razón de quién estuvo alguna vez inmortalizado en aquel lugar. Aquel, pues, se convierte en el principio que lo lleva de parque en parque, de jardín en panteón en calle, a la búsqueda de la escultura y de revivir un recuerdo, al tiempo que, en el encuentro con otras estatuas, profundiza en la figura paterna y en los difíciles tiempos históricos de la represión en Chile.
Así, por ejemplo, cuando Jorge encuentra el busto del poeta mayor de Rusia, Alexander Pushkin, una relación de ideas lo lleva a investigar sobre éste, su muerte durante un duelo, los duelos llevados en Chile (la película señala, con evidente interés narrativo, que precisamente Salvador Allende había protagonizado la última ocasión registrada en Chile en que fue usado ese método de “defensa del honor”), la relación simbólica, en el ámbito del futbol, entre la capital soviética y Santiago en la época anterior y posterior al golpe de Estado de 1973.
   Esta unión de puntos, este jalar el hilo, le sirve a Rodríguez para ampliar el discurso del retrato intimista que nos narra. De esta manera, y a través de las estatuas de distintos personajes (abates, futbolistas, exiliados polacos), este filme abarca una serie de hechos que rebasan al tiempo que enmarca al personaje. Comienza a comprender a su padre, inserto en un ahí-y-entonces, y a verse a sí mismo en un aquí-y-ahora derivado y dependiente de aquellas fechas históricas, y de que lo único seguro siempre será el cambio. El hecho mismo de que una estatua, regularmente considerada como cincelada para durar, para permanecer en el tiempo, se pueda perder, indica la fuerza de ese inevitable cambio. Moniz Egaz es el ejemplo justo. Su terapia invasiva para “tranquilizar” a los pacientes, que le haría merecedor del premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1949, el día de hoy es seriamente desacreditada. Del más grande premio en vida, de intenciones médicas honestas, a convertirse en un referente de lo que no se debe hacer...
     Será la consciencia del inevitable devenir, del devenir tal cual ocurre, del río en el que no se baña uno dos veces, lo que terminará por definir la historia de Jorge. Cuando la serpiente se muerde la cola, cuando finalmente el personaje se da por vencido de encontrar alguna vez la estatua de Moniz Egaz en Santiago y, por circunstancias favorables, viaja a Lisboa, tiene la firme intención de ver dicha estatua (y un malentendido lo lleva a ver otra, en lugar de la más lucidora), el círculo se cierra para este personaje desengañado de las ideologías, desconcertado ante su tiempo, reencontrado con la figura de su padre: Jorge se da cuenta que no sabe nada, pero allí, frente a aquella estatua, se siente, no obstante, un poco mejor. Las respuestas no cuadran, no se ve claro nada, no es lo perfecto, pero es lo que hay, lo existente, es con lo que hay que vivir: habitando la rueda de la historia. 
    Y ahora llegamos al punto del título bequeriano de nuestro post: una buena historia construye el cine, más allá de si cuenta con tomas espectaculares, actores famosos, escenarios rocambolescos. El rastreador de estatuas,  lo confirma. 

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