sábado, 13 de febrero de 2016

CHAINED: TUTELAJES CORRUPTORES



Chained (2012, 94 min.)

Escrita y dirigida por Jennifer Lynch

Basada en un guión de Damian O'Donnell

Protagonizada por Vincent D'Onofrio, Julia Ormond, Eamon Farren


Chained es una de esas historias en que el efectismo, el a güevo querer ofrecer una revelación final, una vuelta de tuerca a favor de cierta coherencia, termina por dar al traste con una buena película. Porque se ha de decir, en favor de esta obra, que cuenta con una narrativa donde fotografía y guión se acoplan con manejo solvente la mayor parte de la cinta. La sensación de inerme opresión claustrofóbica, a pesar del retrato de grandes espacios abiertos, es inevitable cuando los retratados no están cercanos, sino difuminados, étereos, completamente anónimos.

Cartel promocional
    Y lo de anónimo viene bien al hablar de esta película, en la que se hace un retrato ficticio de la bestia humana por excelencia, el enfermo más terrible entre los enfermos: el asesino serial. En esta historia, un feminicida muy eficaz secuestra a una madre y a un hijo y, tras deshacerse de la mujer, decide esclavizar al niño de 10 años. Se enfrentan cara a cara la inocencia de un chavo criado con videojuegos, enmedio de una situación familiar favorable (como al menos parece pintar al principio de la película), contra la realidad más brutal con la que se puede topar cualquiera: la corrupción sanguinaria del alma humana. Si nos lanzamos más lejos con la comparativa de arquetipos, hasta podríamos afirmar que es la lucha entre el individuo que tiene esperanza versus la maquinaría despiadada que exprime para satisfacerse a sí misma.
    Desde el principio, el asesino impone sus condiciones: el niño será su esclavo, se llamará Conejo, hará la comida, llevará en orden el tétrico álbum de recortes periodísticos, se alimentará de sus sobras, se encargará de limpiar el desmadre que deje él cada vez que arrastre a una mujer a la casa y tratará de ser invisible el resto del tiempo.
    Los intentos de escape, siempre monitoreados por el monstruo, terminan por doblegar la pobre resolución de aquel niño y someterla por completo. A lo largo de la película, comienza a perfilarse una constante: el monstruo quiere convertir al niño, al adolescente, en un hijo suyo. Y como monstruo inteligente (lleva años cometiendo sus atrocidades sin ser atrapado), pretende que el joven se cultive en las cosas que al “tutor” le fascinan para que “comprenda” cómo es la realidad de las cosas y por qué al no le ha quedado más salida que aquellos crímenes. Lo somete a una violenta educación en anatomía y fisiología, con libros, pero también con clases prácticas de las que el joven participa como testigo y en las que preferiría no tomar parte. Y allí es donde el nudo se hace más fuerte: ¿puede la autodeterminación de los humanos elevarse por encima de la presión externa ejercida sobre él? ¿Puede la maldad convertirse inevitablemente en un deseo del oprimido para liberarse del yugo al imponerlo a alguien más? La película resuelve, a mi parecer, muy bien, con una primera vuelta de tuerca esos cuestionamientos. (Al menos, esa primera vuelta de tuerca, “me conforta” a mí como espectador. Si ese clic no existiera, la película hubiera sido una de esas sin esperanza que probablemente hubiera llevado estos apuntes más lejos).
    Lo excesivo es la segunda vuelta de tuerca, que se desarrolla en los últimos cuatro o cinco minutos. Esa es una parte que sobra por completo y que deja a esta película en semipalomera, por darle una calificación de esas que se estilan. 

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