Chained
(2012, 94 min.)
Escrita
y dirigida por Jennifer Lynch
Basada
en un guión de Damian O'Donnell
Protagonizada
por Vincent D'Onofrio, Julia Ormond, Eamon Farren
Chained
es una de esas historias en que el efectismo, el a güevo querer
ofrecer una revelación final, una vuelta de tuerca a favor de cierta
coherencia, termina por dar al traste con una buena película. Porque
se ha de decir, en favor de esta obra, que cuenta con una narrativa
donde fotografía y guión se acoplan con manejo solvente la mayor
parte de la cinta. La sensación de inerme opresión claustrofóbica,
a pesar del retrato de grandes espacios abiertos, es inevitable cuando
los retratados no están cercanos, sino difuminados, étereos,
completamente anónimos.
Cartel promocional |
Y
lo de anónimo viene bien al hablar de esta película, en la que se
hace un retrato ficticio de la bestia humana por excelencia, el
enfermo más terrible entre los enfermos: el asesino serial. En esta
historia, un feminicida muy eficaz secuestra a una madre y a un hijo
y, tras deshacerse de la mujer, decide esclavizar al niño de 10
años. Se enfrentan cara a cara la inocencia de un chavo criado con
videojuegos, enmedio de una situación familiar favorable (como al
menos parece pintar al principio de la película), contra la realidad
más brutal con la que se puede topar cualquiera: la corrupción
sanguinaria del alma humana. Si nos lanzamos más lejos con la
comparativa de arquetipos, hasta podríamos afirmar que es la lucha
entre el individuo que tiene esperanza versus la maquinaría despiadada
que exprime para satisfacerse a sí misma.
Desde
el principio, el asesino impone sus condiciones: el niño será su
esclavo, se llamará Conejo, hará la comida, llevará en orden el
tétrico álbum de recortes periodísticos, se alimentará de sus
sobras, se encargará de limpiar el desmadre que deje él cada vez
que arrastre a una mujer a la casa y tratará de ser invisible el
resto del tiempo.
Los
intentos de escape, siempre monitoreados por el monstruo, terminan
por doblegar la pobre resolución de aquel niño y someterla por
completo. A lo largo de la película, comienza a perfilarse una
constante: el monstruo quiere convertir al niño, al adolescente, en
un hijo suyo. Y como monstruo inteligente (lleva años cometiendo sus
atrocidades sin ser atrapado), pretende que el joven se cultive en
las cosas que al “tutor” le fascinan para que “comprenda”
cómo es la realidad de las cosas y por qué al no le ha quedado más
salida que aquellos crímenes. Lo somete a una violenta educación en
anatomía y fisiología, con libros, pero también con clases
prácticas de las que el joven participa como testigo y en las que
preferiría no tomar parte. Y allí es donde el nudo se hace más
fuerte: ¿puede la autodeterminación de los humanos elevarse por
encima de la presión externa ejercida sobre él? ¿Puede la maldad
convertirse inevitablemente en un deseo del oprimido para liberarse
del yugo al imponerlo a alguien más? La película resuelve, a mi
parecer, muy bien, con una primera vuelta de tuerca esos
cuestionamientos. (Al menos, esa primera vuelta de tuerca, “me
conforta” a mí como espectador. Si ese clic no existiera, la
película hubiera sido una de esas sin esperanza que probablemente
hubiera llevado estos apuntes más lejos).
Lo
excesivo es la segunda vuelta de tuerca, que se desarrolla en los
últimos cuatro o cinco minutos. Esa es una parte que sobra por
completo y que deja a esta película en semipalomera, por darle una
calificación de esas que se estilan.
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