25 de marzo de 2015
Salón Bombay, México D.F.
Como todos sabemos, la palabra construye y
destruye mundos.
En las narrativas extensas, como la
novela, esto siempre es más notorio. A partir de la palabra escrita, se crea el mundo, se abre un espacio
imaginario. Conforme más se avanza en la lectura, más completo y complejo va configurándose
ese espacio, esa dimensión alterna que el lector habita, gracias a la palabra.
Y después, tras la página final, lo que algunos teóricos como Luz Aurora
Pimentel denominan “el espacio diegético”, ese mundo donde ocurrieron las cosas
gracias a la palabra, colapsa ante la ausencia de ésta.
Por supuesto, no es un colapso más
que en el sentido de palabras escritas que han sido leídas. La memoria del
lector persiste. Yo soy de los que, esperanzadamente, cree que, a pesar de los
naturales olvidos que provoca el tiempo, una buena ficción queda en la memoria
más por lo que representa que por la descripción paso a paso de sus eventos
dramáticos. Una buena ficción permanecerá en el lector aún incluso si éste no
se toma el trabajo de diseccionarla.
Pero no nos desviemos. Dijimos que
la palabra construye y destruye mundos.
El reto del cuento corto es que el
escritor lo tiene que hacer nacer, crecer, desarrollar, madurar, explotar siquiera
con la sorpresa de una chinampina en la cara del lector antes de que éste le dé
tiempo siquiera de parpadear. Las narrativas cortas comparten con el haikú ese
hechizo de mariposa que emprende el primer vuelo con las alas hechas fuego, y a
los primeros dos aletazos ha sido clímax de existencia y de fin. Si les
desagrada el símil de la mariposa que es llama, incendio, también se puede
pensar en el cuento corto como un duelo de Saloon y botas vaqueras entre el
lector y autor. Si el lector no se la cree, el escritor pierde y tendrá que
cargar su camiseta agujereada como distintivo de su derrota. Si el autor
sorprende, mueve a la reflexión, provoca una sonrisa cómplice, gana. Pero de
todas formas tendrá que cargar con su camisa agujereada porque ya se sabe que
sea o no un escritor que gane o pierda ante su lector, siempre estará jodido y
quebrado y pobre.
En una oración, en dos párrafos, el
cuento corto fabrica toda la magia. El fin mismo es el principio que explica
todo. A veces su misma rapidez puede desorientarnos y sólo el regreso al título
nos ayuda a quitar la cara de asombro. Y aquí podemos señalar que lo bueno de
los cuentos cortos es que admiten la segunda, la tercera, la cuarta lectura de
inmediato. Si es bueno, las resistirá sin deslavarse ni perder su brillo.
Sin duda, esta modalidad de la narrativa
es un arte difícil, en el que TeMok Saucedo ha jugado con buena fortuna. Pero
aquí tenemos que, no obstante lo anterior, el libro artesanal que hoy
presentamos A nadie se pulke de mi
muerte, está hecho por un poeta forjado al hachazo limpio del verso capaz
de lo sublime y lo arrabalero, en lucha contra el bien decir y lo
ortográficamente correcto... (aunque en esto de la ortografía habría que hacer un
paréntesis y puntualizar que la actitud ortográfica de TeMok me parece más una
rebelión deliberada contra la autoridad de lo “correcto” (en la línea de
clásicos como Chin, chin el teporocho,
de Armando Ramírez) que lo que algunos puristas puedan considerar erratas. Los
que hemos leído otros textos del camarada, podremos haber notado otras
preocupaciones estéticas. Habría que definir entonces ese método como cierto
eclecticismo narrativo, pero también bandera y sello de un artista
multidisciplinario que se juega sus recursos en la fina cuerda floja que brota
cuando un arco de violín prende las notas escondidas de un serrucho).
Cerremos el paréntesis, que daría
para más, y continuemos con lo nuestro. Decíamos que TeMok le ha entrado al
hachazo limpio de versos (o si quieren, ya que lo recordamos, al serruchazo
limpio de versos) que van de lo sublime a lo arrabalero y eso también lo
encontrarán aquí, pues la búsqueda de nuestro autor está atada a la irrestricta
libertad de decir: intuye con bases que la verdad implícita en las malas palabras es tan
cierta, válida y legítima como la verdad de, por ejemplo, la palabra “maravilla”.
En este libro hallarán, condensadas
en una ficción, las promesas que lanzan los compositores de canciones de amor a
sus musas y las terribles consecuencias. Verán los gritos de celo a deshoras
que le dedica un personaje a su amada perdida que decide lobotomizarse el corazón para que ya no
exista el recuerdo. Asistirán al cuento “La elección” cuya estructura juguetona
nos recuerda que todo es el jardín ese
de los senderos que se bifurcan, las acciones que se toman en un sentido en
lugar del otro, al tiempo que como lector también se debe hacer una primera
decisión de lectura (ahora recuerdo que la propuesta que como autor lleva a
cabo TeMok ante el lector es la de que el texto se rearme según el gusto de cada quien, como
en el poemario En tu tumba, de este
mismo autor, editado por Fridaura). En A nadie se pulke de mi muerte, encontraremos la reconstrucción literaria de clásicos de la minificción y la poesía iberoamericanas (el título mismo ya nos remite a "Rico Neutle" Efraín Huerta) y el saludo que le lanza a la
escuela infrarrealista para dar una esquemática definición de dicho movimiento,
mediante una bequeriana. (Surge la duda de si el Infrarrealismo es un movimiento
derivado del romanticismo. Pero allí ya no me meto, pues mi conocimiento es
escaso).
Y, bueno, si después de leer este
libro, que les puede durar lo de una ida al baño hasta más allá de lo de siete
días pensando un texto de presentación; si al leer este libro, su contenido les
parece bien o mal, al menos tenemos la seguridad de que eso es algo que, en el
cuento autorreferencial titulado “Epitafio”, podrán averiguar de la mano del
mismísimo autor, quien, cual Virgilio en su propio laberinto, los llevará a
conocer su lápida y lo que él opina de tu crítica, porra, chiflido, etcétera y
hasta de este texto de presentación. Después de todo, tras la construcción de
mundos con la palabra está el colapso, la nada, el vacío. Y eso es algo que
nuestro autor sabe muy bien y no duda en pregonar.
Sólo me gustaría agregar un apunte final sobre
este libro como artículo en sí. Me parece que vivimos en una época de crisis
editorial que los nuevos editores toman sin arrendarse. Enfrentamos una época
de anomia, indiferencia, brutalidad capitalista que agobia y somete a las
empresas culturales. Los editores en resistencia han encontrado la forma de
darle la vuelta. Este libro de minificciones, en formato de cartera, demuestra
la necedad de los editores que, por afuera del sistema, creen aún en la creación,
en la necesidad de trascender las libretas y apuntes de los escritores y darles
salida a los textos, para que lleguen a los lectores y allí provoquen la
generación de la transmisión de las ideas, del encuentro con la torcedura de la
realidad.
TeMok Saucedo
A nadie se pulke de mi muerte
Editorial La tinta del Silencio
Libro de cartera, páginación en abanico
México, 2015.
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