martes, 21 de abril de 2015

Elegía por la ciudad de Nimrud (anotada)





Escribo una elegía por Nimrud no como poeta (sé que carezco de los dones y la disciplina para adentrarme por ese camino), sino como fervoroso de la historia que, en las noticias recientes, ve con estupor que esta ciudad de la antigua Asiria ha sido detonada por órdenes de los dirigentes de eso que se hace llamar Estado Islámico, un emergente estatoide teocrático que ha brotado como barro de grasa y azota con su fanatismo redentor regiones de Irak y Siria.
Como mi elegía no es de poeta, resulta tosca, por decir lo más; espero que ciertos matices históricos y reflexivos puedan ayudar a entender la frustración que me provoca el indignante final de este sitio arqueológico.




Elegía por la ciudad de Nimrud

1 Oh Nimrud, mañanera flor urbana del Tigris, desconocida para mí: no estabas muerta.
  
2 Oh Nimrud coronada, tu seno rebosante
3 de bueyes y gansos y antílopes y patos grandes y corderos
4 y ocas y jerbos, cerveza y pan,
5 alimentó a 69,574 personas en el Palacio del Alborozo
6 hace dos mil ochocientos noventa y cuatro años:
7              Nimrud, que conociste los primeros acueductos,
8 no estabas muerta.
             
9 Oh, anciana Nimrud, tu verdugo no fue el babilonio Nabopolasar
10 que dejó a ti y a tus hermanas principales, Assur y Nínive, malheridas, catatónicas,
11 a la intemperie, flores pisoteadas y secas.

12 Oh, Nimrud, mucha agua mucha, mucha, día tras día,
13 fluyó por el Tigris, todo cambió sobre el terreno
14 donde tu forma física reposaba.
15                                           (Triunfó el Único dividido en únicos, que devoró a tus dioses
16                                              y con tus joyas, tus anillos, tus collares,
17                                             engalanó los vestidos de sus propias leyendas).

18 Cuando la niña arqueología levantó el sudario de arena con que te arropó el desierto
19  y contempló forense tus huesos
20  notó que no estabas muerta: tu labio de piedra se movía:
21  hablaron tus muros, la orientación de tus calles,
22  tus esculturas, tus bajorrelieves, tus tablillas.

23 Oh, Nimrud, no sabíamos que las huestes de Nabopolasar seguían en campaña
24 y ayer mismo, los bisnietos guerreros de sus bisnietos guerreros
25 de tus bisnietos guerreros, los leidores unilectura trastornados por la literalidad,
26 en la locura de la interminable guerra,
27                               como perros rabiosos que en su enajenada enfermedad
28                               muerden la mano que desde el fondo del tiempo los alimenta,
29 te desconocieron (damnatio memoriae)
30 y con sus hocicos criminales arremetieron contra tus inermes muros y
31 cimientos, desplumaron tus aladas piedras.

32 No estabas muerta, Oh Nimrud,
33 Me pregunto si lo estás, si aún ahora, tierra revuelta, tumba de ti misma, lo estás. 




Algunas notas aclaratorias a los versos

Verso 1. La zona de Nimrud ya estaba poblada siglos antes de que Salmanasar I, rey asirio del imperio medio, la convirtiera en centro administrativo, hacia el 1300 a.n.e. Los asentamientos humanos a lo largo de los cauces de los ríos Tigris y Éufrates, abriéndose paso en esa fértil y abundante región, fueron los primeros hasta la fecha de que se tiene certeza que derivaron en núcleos netamente urbanos, hace cinco mil años. Nimrud, también conocida como Kalha, fue de las flores mañaneras de este reciente, pero ya viejo, jardín en llamas de la civilización.

Versos 2-7. Descubierta en Nimrud en 1957, la Estela del Banquete nos describe en caracteres cuneiformes la celebración de diez días con la que Asurnasirpal II da por concluidos los trabajos de fortalecimiento de la ciudad y construcción del Palacio y acueducto (en 879 a.n.e.) y la nombra capital del imperio asirio. Dicha capital duraría unos ciento cincuenta años antes de que Sargón la trasladase a Dur-Sharukin (la moderna Khorshabad) en 717 a.n.e.
La estela es la placa conmemorativa de la fundación, reconstrucción, embellecimiento de la ciudad, el “informe” final estatal de la gloria de los trabajos realizados, en el que el monarca habla en primera persona de los elementos que hubo en la solemne bacanal. Los animales mencionados en mi planto palidecen en número con los que se mencionan en la Estela. Sólo el nombrar el banquete llenaría una página entera. Pero según los cálculos, a cada persona le tocaría un kilo diario de carne:

“Cuando yo inauguré el palació en Kalah, agasajé por diez días con comida y bebida a 47,074 personas, hombres y mujeres que fueron invitados a asistir de cualquier parte del reino entero, así como a 5,000 personas importantes, delegados de los países Suhu, de Hindana, Hattina, Hatti, Tiro, Sidon, Gurguma, Malida, Hubushka, Gilzana, Kuma y Mushashir, además a 16,000 habitantes de Kalah de todas formas de vida, 1,500 oficiales de todos mis palacios, en total 69,574 invitados de todos los países mencionados incluido la gente de Kalah; y todavía los proveí de los medios para que se limpiaran y ungiesen. Les hice los debidos honores y los envié, saludables y felices, a sus países.”

            (Por si aún te lo preguntas, el jerbo, que se sirvió en esa comilona, es un roedor saltador al estilo canguro).


Versos 9-17. Nabopolasar (¿?-605 a.n.e) fue coronado rey de Babilonia en 626 a.n.e., tomando algunas de sus ciudades sureñas, como Uruk, y la propia Babilonia, tras haber derrocado a los reyes títeres impuestos por la capital Asiria en Nínive. Abrió la comunicación diplomática con sus vecinos elamitas, devolviéndoles las estatuas sagradas que en conflictos anteriores les habían rapiñado.
De cierta manera, los babilonios buscaban su independencia y remontarle el marcador al imperio asirio.
Diez años después, los babilonios, con el decidido Nabopolasar al frente, habían pasado a la ofensiva y fueron a contracorriente el río Tigris hacia el norte, donde para el año 612 a.n.e. ya habían destruido, saqueado y ocupado las importantes ciudades de Assur y la capital Nínive.
Kalah (Nimrud) se encontraba entre ambas ciudades y fue paso obligado de la devastación y el saqueo de Nabopolasar. Quemaron, destruyeron, y los sobrevivientes emprendieron el camino del errabundo. Sus ruinas continuaron intermitentemente habitadas durante muchos años, pero los cambios de centros políticos, convirtieron a Nimrud en un pedazo olvidado de tierra a la que el polvo cubrió en pocos años. Luego durmió siglos, en el cementerio de la media luna fértil.
Para el medioevo, al surgimiento del Islam en la región de la para entonces olvidada Asiria, Kalkhu era sólo un recuerdo en los libros hebreos y cristianos.

Dicho sea de paso, ahora que hablamos de libros hebreos, que las historias sumerias (como el diluvio de Hathrasis, contenidas en La gesta de Gilgamesh, el poema más antiguo del mundo), fueron copiadas deficientemente en textos como la historia de Noé, en el Génesis. La historia se repite también con Noé en el Corán, pero con menor elaboración.
Sin lugar a dudas, inundaciones existían cada determinado tiempo en aquella región, pero el evidente tratamiento mágico/literario similar indica que aquel relato era uno de esos duraderos y aleccionadores que quizá se recordaba en comunidad y verbalmente en ocasión de los desbordamientos de ríos o de las lluvias torrenciales.


Versos 23-31.
Como saben, Estado Islámico sumó a la lista de sus crímenes de lesa humanidad los patrimoniales, con la destrucción, el pasado 15 de abril, del ala norte del Palacio de Asurnasirpal II.
En un absurdo y desproporcionado intento por acabar con dioses enemigos para instaurar “al de verdad”, se fueron contra dioses muertos. Dioses que ya no reciben culto en ningún lugar.  (Se puede pensar, por supuesto, que al “dios” que atacan es a la ciencia, en su avatar de ciencia social, tan cara a los occidentales).  


La primavera árabe y la radicalización de este estatoide criminal, han puesto el dedo en la llaga acerca de la necesidad de nueva construcción estatal en los países musulmanes (y no sólo en ellos: la situación de las cosas, la rampante pobreza, la depredación de recursos naturales indica que dicha reforma tendría que ser mundial). Hace falta, a nivel panárabe, establecer una reforma, al estilo Juárez. La escritora somalí Ayaan Hirsi Ali propone cinco tesis que podrían ser punto de inicio de dicho proceso.

Versos 32-33.
¿Habrá muerto Nimrud? ¿Ahora sí habrá sido su verdadero final? Espero, como aquel taoísta del cuento, que de lo malo pueda salir algo bueno, aunque en este momento el panorama sea muy oscuro.
            Quizá la memoria colectiva sea la que la mantenga viva. Dejo aquí algunos enlaces sobre Nimrud para el interesado. 

Un completo catálogo de archivos y recursos online.
Un libro de 2002 de conferencias sobre esta ciudad.  
Una página con algo de joyería y utensilios encontrados en Nimrud. 












martes, 7 de abril de 2015

Presentación A nadie se pulke de mi muerte, de TeMok Saucedo


25 de marzo de 2015
Salón Bombay, México D.F.



Como todos sabemos, la palabra construye y destruye mundos.
En las narrativas extensas, como la novela, esto siempre es más notorio. A partir de la palabra escrita, se crea el mundo, se abre un espacio imaginario. Conforme más se avanza en la lectura, más completo y complejo va configurándose ese espacio, esa dimensión alterna que el lector habita, gracias a la palabra. Y después, tras la página final, lo que algunos teóricos como Luz Aurora Pimentel denominan “el espacio diegético”, ese mundo donde ocurrieron las cosas gracias a la palabra, colapsa ante la ausencia de ésta.
Por supuesto, no es un colapso más que en el sentido de palabras escritas que han sido leídas. La memoria del lector persiste. Yo soy de los que, esperanzadamente, cree que, a pesar de los naturales olvidos que provoca el tiempo, una buena ficción queda en la memoria más por lo que representa que por la descripción paso a paso de sus eventos dramáticos. Una buena ficción permanecerá en el lector aún incluso si éste no se toma el trabajo de diseccionarla.
Pero no nos desviemos. Dijimos que la palabra construye y destruye mundos.
El reto del cuento corto es que el escritor lo tiene que hacer nacer, crecer, desarrollar, madurar, explotar siquiera con la sorpresa de una chinampina en la cara del lector antes de que éste le dé tiempo siquiera de parpadear. Las narrativas cortas comparten con el haikú ese hechizo de mariposa que emprende el primer vuelo con las alas hechas fuego, y a los primeros dos aletazos ha sido clímax de existencia y de fin. Si les desagrada el símil de la mariposa que es llama, incendio, también se puede pensar en el cuento corto como un duelo de Saloon y botas vaqueras entre el lector y autor. Si el lector no se la cree, el escritor pierde y tendrá que cargar su camiseta agujereada como distintivo de su derrota. Si el autor sorprende, mueve a la reflexión, provoca una sonrisa cómplice, gana. Pero de todas formas tendrá que cargar con su camisa agujereada porque ya se sabe que sea o no un escritor que gane o pierda ante su lector, siempre estará jodido y quebrado y pobre.
En una oración, en dos párrafos, el cuento corto fabrica toda la magia. El fin mismo es el principio que explica todo. A veces su misma rapidez puede desorientarnos y sólo el regreso al título nos ayuda a quitar la cara de asombro. Y aquí podemos señalar que lo bueno de los cuentos cortos es que admiten la segunda, la tercera, la cuarta lectura de inmediato. Si es bueno, las resistirá sin deslavarse ni perder su brillo.
Sin duda, esta modalidad de la narrativa es un arte difícil, en el que TeMok Saucedo ha jugado con buena fortuna. Pero aquí tenemos que, no obstante lo anterior, el libro artesanal que hoy presentamos A nadie se pulke de mi muerte, está hecho por un poeta forjado al hachazo limpio del verso capaz de lo sublime y lo arrabalero, en lucha contra el bien decir y lo ortográficamente correcto... (aunque en esto de la ortografía habría que hacer un paréntesis y puntualizar que la actitud ortográfica de TeMok me parece más una rebelión deliberada contra la autoridad de lo “correcto” (en la línea de clásicos como Chin, chin el teporocho, de Armando Ramírez) que lo que algunos puristas puedan considerar erratas. Los que hemos leído otros textos del camarada, podremos haber notado otras preocupaciones estéticas. Habría que definir entonces ese método como cierto eclecticismo narrativo, pero también bandera y sello de un artista multidisciplinario que se juega sus recursos en la fina cuerda floja que brota cuando un arco de violín prende  las notas escondidas de un serrucho).  
Cerremos el paréntesis, que daría para más, y continuemos con lo nuestro. Decíamos que TeMok le ha entrado al hachazo limpio de versos (o si quieren, ya que lo recordamos, al serruchazo limpio de versos) que van de lo sublime a lo arrabalero y eso también lo encontrarán aquí, pues la búsqueda de nuestro autor está atada a la irrestricta libertad de decir: intuye con bases que la verdad implícita en las malas palabras es tan cierta, válida y legítima como la verdad de, por ejemplo, la palabra “maravilla”.
En este libro hallarán, condensadas en una ficción, las promesas que lanzan los compositores de canciones de amor a sus musas y las terribles consecuencias. Verán los gritos de celo a deshoras que le dedica un personaje a su amada perdida que decide lobotomizarse el corazón para que ya no exista el recuerdo. Asistirán al cuento “La elección” cuya estructura juguetona nos recuerda que todo es el jardín ese de los senderos que se bifurcan, las acciones que se toman en un sentido en lugar del otro, al tiempo que como lector también se debe hacer una primera decisión de lectura (ahora recuerdo que la propuesta que como autor lleva a cabo TeMok ante el lector es la de que el texto se rearme según el gusto de cada quien, como en el poemario En tu tumba, de este mismo autor, editado por Fridaura). En A nadie se pulke de mi muerte, encontraremos la reconstrucción literaria de clásicos de la minificción y la poesía iberoamericanas (el título mismo ya nos remite a "Rico Neutle" Efraín Huertay el saludo que le lanza a la escuela infrarrealista para dar una esquemática definición de dicho movimiento, mediante una bequeriana. (Surge la duda de si el Infrarrealismo es un movimiento derivado del romanticismo. Pero allí ya no me meto, pues mi conocimiento es escaso). 
Y, bueno, si después de leer este libro, que les puede durar lo de una ida al baño hasta más allá de lo de siete días pensando un texto de presentación; si al leer este libro, su contenido les parece bien o mal, al menos tenemos la seguridad de que eso es algo que, en el cuento autorreferencial titulado “Epitafio”, podrán averiguar de la mano del mismísimo autor, quien, cual Virgilio en su propio laberinto, los llevará a conocer su lápida y lo que él opina de tu crítica, porra, chiflido, etcétera y hasta de este texto de presentación. Después de todo, tras la construcción de mundos con la palabra está el colapso, la nada, el vacío. Y eso es algo que nuestro autor sabe muy bien y no duda en pregonar.

Sólo me gustaría agregar un apunte final sobre este libro como artículo en sí. Me parece que vivimos en una época de crisis editorial que los nuevos editores toman sin arrendarse. Enfrentamos una época de anomia, indiferencia, brutalidad capitalista que agobia y somete a las empresas culturales. Los editores en resistencia han encontrado la forma de darle la vuelta. Este libro de minificciones, en formato de cartera, demuestra la necedad de los editores que, por afuera del sistema, creen aún en la creación, en la necesidad de trascender las libretas y apuntes de los escritores y darles salida a los textos, para que lleguen a los lectores y allí provoquen la generación de la transmisión de las ideas, del encuentro con la torcedura de la realidad.

 Muchas felicidades a TeMok Saucedo y a los editores de La tinta del silencio.





TeMok Saucedo
A nadie se pulke de mi muerte
Editorial La tinta del Silencio
Libro de cartera, páginación en abanico
México, 2015.