Caso práctico en el metro
Ante la disyuntiva de escaleras comunes
o mecánicas, la madre, mirada y pelo marchitos, espalda
agobiada, estrés, sofrena al hijo de diez años que ya quiere
correr por las poco frecuentadas normales.
-¡Por las eléctricas! -exclama con
fastidio-. ¿No ves que ya hicimos mucho ejercicio?
El niño pierde todo ánimo, y aunque
sus ojos se dirigen al suelo, a la ranura de la repartidora de
escalones de hierro, parece más bien que se han ido a esconder al
fondo de sí mismo, donde algo como que no le cuadra.
-Sí, acuérdate -continúa la madre,
poniendo una mano sobre el hombro infantil-... Hace rato, cuando tú
estabas jugando y yo sentada viéndote.
Y ni la menor nube de ironía o
bochorno empaña el cielo de su afirmación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario