Camino el tres de octubre a un lado del
templo de San Hipólito y leo en una pinta con aerosol sobre una
camioneta blanca: “Si Gandhi aquí viviera, sería violento”. En
la tranquila cotidianidad de esta calle, pienso en los
enfrentamientos del día anterior entre granaderos y “anarquistas”,
durante la conmemoración del cuarenta y cinco aniversario de la
matanza de estudiantes en Tlatelolco, y la pinta me parece una
monstruosa estupidez, como los discursos y las palabras al aire que a
veces se escuchan en una marcha.
Estos “anarquistas”, que han
adoptado el recurso de la provocación urbana (y a falta de mayores
discursos programáticos), justifican de manera burda su, digamos,
“mensaje”: asociar falsamente a sus “demandas” a filosofías
de acción y figuras históricas que provocaron grandes cambios en
sus países y con ello confundir a la opinión pública.
Por supuesto, que ellos no son
anarquistas y Gandhi no sería violento. No piensen los “anarquistas”
que en la India todo era amor y paz durante el colonialismo inglés.
No obstante, la revolución de Gandhi tuvo la novedosa virtud de
luchar sin violencia, actuar de brazos caídos, provocar con la
indiferencia ante el enemigo y sus exigencias el desconcierto de éste
y su consiguiente pasmo. ¿Qué le quedaba al inglés ante una masa
que se oponía a obedecerle al mejor estilo del Bartleby melvilliano?
Sus represiones terminaron por situar a los ingleses en el reflejo
extremo que el espejo de su moral protestante no quería apreciar: el
de los necios, los violentos, los injustos.
Como se ve, los “anarquistas”
mexicanos no saben de lo que hablan. Como carecen de un discurso
articulado, el resto de nosotros tampoco sabemos qué buscan hacer
con estos ataques a la paz pública. Lo único que parece es que este
grupo vandálico ha despertado entre muchos analistas la sospecha de
que pueda tratarse de unos nuevos “halcones”, un grupo de boicot
gobiernista para reventar ante la opinión pública las exigencias
válidas de otros grupos que se manifiestan contra el gobierno.
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