lunes, 16 de diciembre de 2013

Crónica a retazos del que fue a la FIL a presentar su primera novela y, al mismo tiempo, decidido a encontrar más trabajo en su oficio de editor porque está jodido y no sabe cómo llegó a ese estado en la vida.


DÍA 1. Sábado 30 de noviembre de 2013


Parto del Distrito Federal con el sentido de saberme humano en este momento, vendedor de mis horas, esclavo de la realidad y sus obligaciones, cargando sobre mis hombros el conocimiento del único trabajo que sé hacer: libros. Libros bien redactados, bien traducidos, bien formados, y ficciones mías que podrían ser libros. Voy en busca de trabajo como todos los que van en busca de trabajo.
Y también presentaré una novela.



DÍA 2. Domingo 1 de diciembre de 2013



Llego a la FIL después de dejar mi maleta en casa de un mi primo arquitecto, y que agradezco al destino que sea mi primo. En la entrada, encuentro a un escritor amigo, quien con buen ánimo invita el boleto para que yo entre a la FIL y pueda buscar a mis editores, que me tienen uno de esos pases “todo evento incluido”. Soy el escritor de bajo nivel adquisitivo que va ensoñador a presentar su novela a la FIL y por eso alguien, por pura buena onda solidaria de gremio, le dispara la entrada. En las apuraciones, nuestra despedida (llegando y despidiéndose) resulta hasta tosca, pero fraterna.
Voy alegre como el que sabe de la tristeza, como pudiera haber dicho cualquier día de la semana el tao.


Uno considera ser un tipo medianamente culto y de pronto se topa uno con que allá afuera (aquí dentro de la FIL, entre los estantes de la colorida FIL) hay un mundo inabarcable, inaccesible, de libros, de historias, de sagas, y de carencia de tiempo para recorrerlas todos. La medianía culta se transforma en indigencia culta. La triste imposibilidad de la especialización en todos los campos nos asalta ante esa innadable marea de libros.
Lo único bueno es que uno ha leído a Homero y Shakespeare y Cervantes. (Uno es medianamente culto). Y a algunos de los que han venido después. Con eso ya sabe que los volúmenes de literatura que se ofertan tratan de lo mismo, pero evolucionado por los diferentes factores sociales e históricos, crecido, muchas veces retorcido, revuelto. Uno también, con la propia obra, aspira a dar su nuevo ajuste de tuerca a la literatura. Un ajuste de tuerca que quizá pase inadvertido entre tantos libros actuales que también dan su torcedura y probablemente superan nuestras pobres historias.


A la hora del hambre las enchiladas están a 90 pesos. En estos momentos sé que tengo presupuesto presentable, así que me pido una orden. Pero por decirlo de alguna manera, la comida está hecha sin amor. Y yo que he comido unas menos caras enchiladas más sabrosas, comienzo a sentir una especie de pena ajena (mía, por mexicano) con respecto al gusto al que deforman estos malos cocineros los paladares de los israelíes, los argentinos, austríacos, hindúes, españoles, estadounidenses, canadienses, japoneses, chinos, colombianos, bolivianos, latinos, africanos, asiáticos, europeos, australes... La FIL viene llena de extranjeros y estos cocineros le ofrecen lo peor que tenemos para su boca. Y a un precio gandalla. Yo hubiera dado 15 pesos, sólo por la materia prima, y sin propina.
(Me comí hasta la última parte de esas malditas enchiladas, tratando de pensar más en lo que quisieron ser que en lo que fueron y porque no tengo estómago para dejar nada en el plato. Pero en mi triste vida jamás había probado algo tan tieso. La enchilada es amistosa calidez al paladar, jamás un frío reto a los dientes).


La ciudad de Guadalajara, de enorme cielo abierto, suelta en el ambiente el fuerte olor de sus raíces hospitalarias, acoge a la FIL con fervor. Aquellos 119,419 m2 de construcción se llenan de visitantes hasta el tope recorriendo pasillos de colores vivos, inmersos en ese mundo diseñado para invitar a la imaginación, el intelecto, las destrezas y capacidades, a desarrollarse (a seguir desarrollándose) a través de la lectura. La majestuosa ciudad de Guadalajara, en el edificio de la EXPO, está abierta a recibir tradiciones y raíces ajenas como propias por una semana. Uno de verdad no sabe a qué asistir. Hace un plan sobre el programa de mano, pero es un mal plan, porque mucho quedará fuera. Y sin embargo va en busca de lo posible y trata de aquilatar las conferencias a las que acude: lugares donde se extienden ideas, se establecen puentes, se tienden manos, se comparten propuestas, se confirman dudas y se desechan certidumbres, o simplemente se levanta la ceja, incrédulo.


Veo pasar a tanto solitario escritor jugando a las multitudes: eso ha sido reconocer a tanto escritor en la FIL. Reconocer a los que son como uno. Hasta en un oficio tan solitario y desalmado como el de escritor emociona ver multitudes de lectores buscando entre letras algo que les apasione. Se comprueba que la vigencia de las historias se halla más allá del costo que tiene un libro y lo que lo rodea (la fama, la venta o el diseño): es literatura, vida enlatada en palabras, hablando a la vida del lector. Es el diálogo lector-escritor. Y rodeados de eso, de lectores, es como uno se divierte viendo a tanto solitario escritor jugando a las multitudes.
¿A dónde habrá ido a parar esa piedra que se arrojó al estanque?, parece que se preguntan todos ellos (los que reconozco), mientras alguien los detiene y se toman una foto.
Esa noche, en un bar, un editor español de libros técnicos especializados, me contará que de todas las ferias, y que ha ido a Frankfurt y Madrid y así, esta es su favorita.
-Aquí tratan al escritor como rockstar. Y algunos se lo merecen.
-Yo también soy escritor. Vengo a presentar mi primera novela.
-Rocanrol, entonces.


Mi primo arquitecto me dice que en esta ciudad hay una sensación diferente, un ser y estar diferente cuando es la FIL. Como que la gente se relaja.
Luego me echo unas chelas y me quedo hasta tarde escribiendo esto en su sala.


Día 3. Lunes 2 de diciembre de 2013.

En el segundo día de FIL, el escritor con primera novela se siente nervioso. Recibe el mensaje de que requieren su presencia muy temprano en el salón de derechos, al parecer por parte de una agencia literaria que probablemente está muy interesada en vender estos al por mayor. Pero como no entiende de qué se trata eso y cómo le puede beneficiar, consulta con un editor veterano que está pasando justo por allí, quien le dice que ese mensaje quizá signifique que alguien (que además el editor veterano conoce en persona porque trabaja justo con ellos) está dispuesto a representar al escritor con primera novela. Lo cual suena a muy buena noticia. “Ahí me platicas qué pasó”, se despiden.
Avanzando sobre la alfombra azul suena a que un libro (el libro de los desvelos de uno) ha caído en manos de un olfateador de talentos y se está corriendo como fuego. Hay un mensaje allí: ¡alguien le ve futuro a la literatura que el escritor hace con los malabares de su primera novela! ¡Puede que en esas noches de desvelo el escritor haya abierto, palabra tras palabra, una mina de oro!
En fin, que se va a comentarle eso a un su amigo de la editorial, gestor de proyectos, y él le comunica que creen poder intercambiar la novela con una editorial chilena, lo cual tiene al decirlo ese justo grado de precaución necesaria para tampoco darle alas al joven escritor, pero que qué era eso de que lo habían mandado a llamar. “Pues es lo que te quería consultar, que si tú los ubicas. ¿Qué crees que signifique eso? ¿Me acompañas a ver?”, y allí van a ver, directo al salón de derechos, pero no encontraron a nadie y dejaron una tarjeta de presentación.
Media hora después, se encuentra con una amiga community manager y se entera que quienes al parecer llamaban al escritor con primera novela eran otras personas, relacionadas con los representantes de talentos, sí, pero no en el plano de negocios internacionales, sino de amigos que se han colado a la FIL. Y que el mensaje pasó por varias etapas tontas hasta derivar en el hecho de que lo bueno era que aquellos agentes literarios no hubieran estado presentes porque siente que hubiéramos tenido una situación así:
-Hola, ¿qué tal? Me dijeron que querían hablar conmigo -sonrisa de oreja a oreja, ganas de que alguien se tome el paciente trabajo de encontrarle sitio a mis obras en el mundo y no lo tenga que hacer todo yo, dejar esa versatilidad de hombre orquesta para dedicarse por entero a escribir con la seguridad de que alguien se está encargando de gestionar lo que sale de la pluma.
-Y usted es...
-El-escritor-con-primera-novela -hubiera dicho con aplomo y prestancia y luego hubiera pensado: “ustedes lo deben saber mejor que yo, ¡ustedes me mandaron llamar para convertirme en estrella internacional!”
-No, no lo conocemos. ¿En qué les podemos servir?
Pero no pasó eso.
Todo se debió a mensajes equivocados y que al menos pude desactivar a tiempo.


Pero ya que está enterado que hay allí agencias literarias, ¿por qué no?, mostrarles la obra y quién sabe si es chicle y pega. (Aunque lo más probable sea que se interesen en el asunto hasta que yo haya agotado al menos un par de ediciones completas en el menor tiempo posible. Ja.)


Tengo una canción que se llama “repartiendo tarjetas voy”. Porque pase lo que pase con mi obra de ficción, ando buscando el trabajo que sé hacer. Y voy cantándola en mi mente (y eso me quita el mal sabor de boca del malentendido) cada vez que encuentro a alguien que tiene una editorial y nos saludamos, hormigas tocándose las antenas, intercambiando esos rectángulos de datos en papel. “Repartiendo tarjetas voy / y un buen editor yo soy”.
Una rima sencilla, pero está acompañada de poderosas guitarras eléctricas. En fin. Pedir trabajo es vivificante, aunque pueda ser que no se consiga.


Rocanrol, entonces. Voy al stand de mi editorial y de repente veo que alguien mira el libro y me acerco a comentarle que yo lo escribí. Me mira incrédulo y luego ve la fotografía. Y nos despedimos y se va a seguir recorriendo ese indescifrable laberintos de libros. Pienso que es
a) otro lector apretado de fondos, que le encantaría pero no tiene más que su credencial para votar en la cartera, como yo ante todos los libros que quisiera adquirir.
b) un ser humano que piensa que ese escritor (yo) parece medio loco y lo mejor es evitarlos (abajo el rocanrol).
Con respecto a ese hombre, prefiero seleccionar el inciso a) y me siento a una mesa del stand a repasar mi plan de recorrido por la FIL. Entonces alguien adquiere el libro. Veo a mi lector tomarlo, leer un poco la contraportada, y llevarlo a la caja, donde le indican que el güey que está allí sentado, que simula no sentir emoción, es el escritor de esa-novela.
-Ah, pues póngale la firma.
-Por supuesto, cómo no.
Y esa firma es un abrazo agradecido a esos valientes lectores de primeras-novelas que se arriesgan por lo que no conocen, sólo por el hecho de que su espíritu de lector desprejuiciado les pide la aventura del azar.  


Llega en la tarde una amiga editora con la que he trabajado libros educativos y me comenta que es la primera vez que está en la FIL. Por supuesto, hay que conseguirle el programa de actividades, para que vaya tomando consciencia del maratón que es. (Yo en dos días he querido estar en todos lados). Actividades encimadas unas de otras. Conferencias que se deben ver y escuchar. Libros que se presentan para alimentar el río confuso, revuelto, de la literatura. (Y aunque por momentos se pensaría que aquí, en estos kilómetros de libros están todos los libros, lo cierto es que no lo están).
Le comento que esto, por supuesto, es mucho más divertido que, por ejemplo, una feria de tractores.
-Nunca he estado en una feria de tractores.
-Yo tampoco. Pero supongo que las empresas fabricantes de tractores o distribuidores se reúnen en alguna convención. Y entonces toda la papelería del evento, el espectáculo del diseño, presenta sólo tractores y tractores. Aquí, en cambio, la posibilidad del juego que dan ideas y visiones literarias hace que los diseñadores suelten más su imaginación.
-Bueno, tú ya andas como pez en el agua, ¿verdad?
Me doy cuenta que sí. Es sorprendente y digno de admirar el hecho de que haya tantos editores y escritores, mujeres y hombres reunidos en un mismo sitio, compartiendo ideas sobre el libro, la lectura, la industria, el lenguaje, el contenido y el continente, el futuro y el pasado, lo extranjero y lo nacional, lo virtual y lo real. Me gusta estar aquí, en Guadalajara, adentrado en mi medio de trabajo que, he de decirlo, a veces es muy gratificante.


Y uno se regresa a la casa del primo en camión. Comienza a leer unas revistas que le han dado y de la mi bolsa se caen unos tres, cinco pesos. Un pasajero le advierte de la caída de los pesos y uno los recoge. Entonces, de la nada, la señora que va al lado dice que en este país no estamos para tirar el dinero (uno está de acuerdo), pero eso es justamente lo que hacemos, por otra parte, con los gobernantes que tenemos (y uno está más de acuerdo).
-O con los parásitos del sistema -continúa ella-, como esa señora, Quien-fue-candidata-a-la-presidencia-por-un-partido-grande, a la que le grité sus cosas cuando estaba en una conferencia de prensa. Hasta me quisieron callar los reporteros, pero no me dejé... Es que no es posible, yo he vivido la mayor parte de mi vida en el extranjero y me da coraje de verdad que los políticos parasiten a mi país con su corrupción y sus aires.
-¿La quisieron callar los reporteros?
-Sí, me dijeron que no era el momento... Pero a ver, ¿cuándo va a ser el momento?... Yo no la encuentro todos los días, ¿o qué? ¿Voy a esperar a que alguien hable por mí?
Y de pronto el pasajero que me ha avisado de mis pesos tercia en la plática y ese camión que parte de la Expo y llega más allá del estadio Jalisco se convierte en una mesa de opinión sobre política y las asechanzas de lo que se viene con las reformas del presidente mal peinado. (Actualización: ya fueron aprobadas, por desgracia). Y en esa mesa, otro pasajero incluso saca de su mochila un libro que acaba de adquirir y del que recomienda su lectura. Y el chofer de vez en cuando, cada que el semáforo se pone en rojo, se voltea, frunce el ceño con agradable incredulidad y se sonríe un poco. ¿Será eso a lo que se refería mi primo con el espíritu de la FIL que hay en la ciudad?


Día 4. 3 de diciembre, martes

Los que me conocen saben que ayer también fui al feisbuq. Dejé un post con fotos rescatables y me salí. Luego seguí escribiendo hasta tarde estas impresiones. No fui a una fiesta a la que una socia sí. Cuenta que hubo baile, hubo fiesta, hubo chelas gratis (para ellas y aunque no eran gratis) y yo no estuve allí. Yo quise saber si debía ir, pero por más que marqué no me respondieron y mi flojera (y los viáticos) me dejaron en casa de mi primo. Eso no impidió que me tumbara un par de cervezas allí y me acostara tarde y cansado. No llegué en la mañana. Arruiné dos horas el plan FIL (llegué sólo para enterarme que el criterio que se usaba para contratar traductores en un plan internacional de traducción bajo la égida del gobierno de Argentina, era cuando los burócratas le preguntaban a alguien de una editorial si conocía a un traductor y ya iban recomendados... así). (“¡Pues sí!”, me dirán después mis editores, poniéndome otra vez con los pies en la Tierra, “bienvenido a América Latina”.)


Yo repartiendo tarjetas profesionales:
-Soy el corredor de carreras y el mecánico y sé traer piezas del extranjero y pintar carrocerías con diseños bien locos o bien cuerdos, según las necesidades. Para conducir el libro, el pulso no me falla porque soy experimentado y sé exactamente dónde está la curva y dónde está la recta, además de que también conozco la forma de acelerar en digital. Además cuando manejo no tomo y viceversa. ¿Qué más se necesita para que yo corra algunos circuitos para tu escudería?
Pero por supuesto no es así. No, no, siempre es un poco más formal e inexacto...



Día 5. Miércoles 4 de diciembre de 2013

Me levanto tarde después de haber estado la noche anterior hablando en voz alta para tratar de encontrar las palabras que definan un poco lo que es mi primera novela. En algún momento, mientras camino el pasillo balbuciendo ideas, me viene a la mente un hecho: uno escribe porque mediante la palabra hablada es muy malo. Uno escribe para no tener que explicarse. La obra se explica a sí misma ante los demás y si se es lector, ella hablará. Uno escribe porque la velocidad a la que van cayendo los caracteres sobre la hoja en blanco permiten al cerebro encontrar, a veces, la palabra justa. Al hablar uno, que siempre se ha negado sistemáticamente a los brindis o los discursos, ha desarrollado con mayor éxito la glosolalia y la inexactitud.
Pero a las doce del día, con algunos bocetos mentales, se instala frente a la silla y el reportero con grabadora en mano a la que da clic y está perdido: para siempre quedarán grabadas en bits sus dudas. Sin embargo, uno fluye sin darse cuenta por caminos tersos. Quizá es la cara comprensiva del entrevistador o la libertad que presta a las preguntas para que el entrevistado se pueda ir por las ramas y yo, chango verbal, brinco de una a otra casi con soltura, excepto que a veces una rama se rompe y tengo que sujetarme de otra hasta atravesar el bosque de mi propio discurso seco y quebradizo.
El reportero apaga su grabadora y con una gran sonrisa agradece la entrevista y desaparece. 
(Las siguientes entrevistas del día me darán nuevas oportunidades para demostrar mi falta de pericia expositiva. ¿Dónde habrá quedado aquel hombre que podía pontificar sobre cualquier tema?Ah, sí, ese tenía dos cervezas en el cuerpo y se quedó en la barra de un bar en el pasado).


Pero rocanrol.


Por la noche, sin saberlo, acudiré a una reunión casi clandestina. No es que se trate de una sociedad secreta, pues la invitación se ha rolado por todas partes. Una revista cultural (contracultural) cumple veinticinco años y convocan a una sesión larga de canto, charla, alcohol y quizá baile. No todas las publicaciones periódicas pueden jactarse de haber alcanzado un cuarto de siglo en un país donde cualquier iniciativa de ese tipo tiende a desaparecer, a veces, en su primer número. Una de las cantinas más tradicionales de Guadalajara, de esas de gran alcurnia e historia, será la anfitriona de la recepción. Pido aventón y me lo dan y en el camino resulta que estoy con el mero mero editor, un tipo de voz carrasposa y sarcasmo a flor de piel, que cuenta que el próximo número de su revista visitará las hazañas y desfazañas de los zombies. Yo le comento que tengo un cuento que se titula “El perro zombi”, de vena realista porque es un hecho misterioso que ocurrió en verdad. Historia verídica y calibrada por el método científico. (Ahora sólo falta que la acepten).
Llegamos al enorme salón donde ya hay una mesa puesta para los conferencistas, templete y sillas y mantel. En lo que esperamos que el lugar reúna a más personas, nos dirigimos al salón del fondo, hacia la barra, donde en el otro par de mesas comienza a ser ocupado por otros convidados, escritores que llenan páginas de diarios, ex rectores de universidades, editores de grandes editoriales independientes. Pero no son muchos. Apenas unos veinte, quizá. Cuando ha pasado un rato y parece que nadie va a venir, el editor de la revista se encarama en un taburete y pide silencio a gritos y decide que mejor ahí, en la barra se hará la presentación del evento, en lugar de seguir el protocolo (y el dueño de la cantina, más que enfadarse porque puso a sus empleados a poner el templete con anticipación, parece tomarlo con verdadero sentido del humor: se trata de otra travesura de ese hombre que se dedica a las letras y que no cree en los convencionalismos de ninguna especie).
Y a partir de allí, en el discurso se comparten anécdotas de la vida acelerada, se agradece por la amistad de los colaboradores, se habla de la necesidad quizá de convocar a la OFFIL, una serie de eventos antagónicos (probablemente complementarios) al programa de la FIL, pero desde el ámbito subterráneo.
Tras esto, un trovador mexicano de larga trayectoria en el mundo de la música, toma la guitarra y me tienta los resortes del alma con la letra imperiosa de una canción que lleva años rolando y que conserva su frescura horriblemente: “amo a mi país, pero él no me ama a mí”.
Pienso al recorrer con la mirada el espacio en el que estamos, que de cierta forma, aquella pequeña reunión (“selecta”, diría un quedabien, “desangelada”, señalaría un forastero; “íntima”, quizá pensaron entre ellos, que se conocían y reconocían), después de veinticinco años de trajinar de aquí para allá, de explorar unos trescientos temas en todo ese tiempo, no responde a todo lo que han sido. O responde por completo: esta gente excéntrica, escritores, editores y exrectores son el underground: están reunidos por fuera de los protocolos para celebrar casi en secreto al fondo de un bodegón enorme que, según me entero, suele ser normalmente un salón de baile. Y así, después de tanto tiempo, me siento en el lugar exacto. Y aquella banda heterogénea, aunque escasa, mantiene despierta a Guadalajara hasta las cuatro de la mañana. (Yo no he llegado a esa parte. Yo me he regresado como a la una a casa de mi primo en un taxi para tratar de despertar temprano para el día de la presentación).




Día 6. Jueves 5 de diciembre de 2013

Ha llegado el momento y la preparación nocturna que había ensayado días antes, se ha borrado de mis labios. Vuelvo a no saber cuál será mi intervención cuando mi editora le pasa el celular-micrófono al escritor que nos acompaña. Pero la actitud de mi presentador (por cierto, de lujo), a quien no trataba, pero de quien en la universidad había recibido una clase de cuento (que dicho sea de paso, me ayudó con una narración), y que espero seguir tratando, me infundió ánimos. Había un pequeño problema de sonido: lo que nosotros decíamos se retrasaba un segundo antes de salir a borbotones de las bocinas. Mi presentador se lo tomó con humor, señalando que aquella transmisión llegaría con diferencia porque nos comunicábamos desde la Luna, y luego, con amabilidad y buena actitud, hizo una sinopsis de mi novela que me pareció justa y muy elogiosa (y me la creí). Su atenta lectura me dio, por primera vez, idea clara de lo que yo había escrito. Y me sentí orgulloso. Mi obra estaba allí, metiéndose en el río de las palabras.



Mi intervención, por supuesto, es completamente olvidable: súmele a mis nervios en aquel stand que mi voz me desagrada y me llegaba repetida por las bocinas y me hacía tropezar. ¿En verdad acabo de decir lo que escuché que dije? ¿Puedo decir lo que quiero decir sin que esa voz me interrumpa? Y a tumbos, pero feliz, terminé mi participación. Y hubo firma de ejemplares, entrevistas, fotos, brindis de honor y en aquella feria me sentí de pronto subido al carrusel de las sorpresas, a la rueda de la fortuna, a los carritos chocones, al viaje espacial, entre los tantos rostros que la Feria tiene, ha tenido y tendrá, dejando mi libro en manos del azar y de esos lectores que, numerosos e interminables, congestionándose en el tránsito de personas la mayor parte de las veces con entusiasmo, pasaban por las diferentes casas editoriales y miraban portadas, contraportadas, leían fragmentos en voz baja o alta, metidos en su mundo y dispuesto a meterse con toda su imaginación (o el entusiasmo, en el caso de los libros técnicos) en los mundos que habitan esos artículos de papel y tinta que, innumerables, esperemos, duren muchos años más, insustituibles como la FIL.





miércoles, 20 de noviembre de 2013

Quesque vamos al mundial



Se dice que vamos al mundial. Suena bonito, pero es falso: no “vamos”, sino que “van”. Irá un grupo representativo de jugadores de futbol, de ese juego que a nivel profesional requiere del concurso de unas setenta a cien personas (entre jugadores, cuerpo técnico, cocineros, psicólogos, encargados de vestidor, administrativos, choferes, etcétera).
     Ellos se van y nosotros nos quedamos. 
     Se van las televisoras y nosotros nos quedamos. 
    A nosotros sólo nos toca ver la representación en tiempo real de lo que ocurre por allá, a nosotros sólo nos queda la máquina que conectará nuestra psique al sueño colectivo del viaje. Conoceremos (algunos por primera vez) manchones de la rica cultura brasileña (para beneplácito de sus políticos, que lucharon tanto por hacerse de la sede, que saben cómo el juego aduerme a su pueblo y a los pueblos de nuestra aldea girante, y de paso deja dinero). Nos enterarán de estadísticas súper especializadas  sobre el tamaño, color, textura, del tachón de los tacos de los futbolistas, cuyo conocimiento no aplicaremos jamás (excepto para aburrirnos en una fiesta y creer que nos estamos comunicando); se hablará de los favoritos, los analizarán esos narradores contratados para atragantarse de gritos y dar el espectáculo de la televisión, narradores de esos que son o chistosos o muy profesionales o tirando el cotorreo casero, siempre aderezado de unos buenos comerciales sobre lo que deberíamos ser o poseer, de lo afortunados que somos por ser mexicanos, de lo orgulloso que debemos sentirnos por lo que se nos dicta que somos.  
    Eso será ir al Mundial.
    En un mundo sin lectura (el mundo en que, sin saberlo, habitan muchos), será estar en una pobre realidad ficcionalizada por quienes buscan divertirnos de manera banal para conservar el estado de las cosas. Ir al mundial será permanecer en nuestro cotidiano formol mexicano de ignorancia.

  


martes, 19 de noviembre de 2013

Breve nota sobre caricatura política


(El siguiente texto fue leído 
el 17 de noviembre de 2013
en el Tianguis Cultural del Chopo
 en ocasión de la presentación de la obra 
del caricaturista Silvestre Madera, Chicho)


Buenos días, compañeros, amigos y personas que van pasando y con curiosidad se detienen a escuchar lo que podemos decirles sobre el tema de hoy, que es la caricatura política.
     Como sabemos (y si no lo sabemos, lo vamos aprendiendo de una vez en caliente) el arte gráfico, como toda manifestación artística, es como un gran río que va a dar a la Mar Océano del arte-en-general; a este río en particular (el del arte gráfico), lo conforman varios afluentes. Uno de estos es la caricatura, de la cual hay mucho tipos, según la inclinación hacia la que va dirigido el mensaje y las predisposiciones propias del artista, y el cual es un dibujo (en México se le suele decir monito y llamar monero al que que los realiza) que busca retratar los rasgos más característicos de una persona real o fingida, exagerándolos para hacerlos más notorios y provocar la risa.
     Se dice que esta forma de arte, en su vertiente moderna, nació durante el Barroco, cuando los visitantes del taller de la familia Carracci resultaban víctimas adecuadas para que tanto los pintores como los aprendices se dieran vuelo en representar burlonamente a los visitantes al taller. 

Litografía del Museo Británico
 (Click en la imagen para ver más grande)


Sería hacia el siglo XVIII, en Inglaterra, que comenzaría a estructurarse el género de la caricatura política para hacer mofa de Lutero, el papado y hasta el rey. Luego Francia también desarrollaría el arte del cartón político para fustigar al rey Borbón.
     

Del libro Museé de la caricature, de E. Jaime, 1838


Considerando que el ambiente humano, las condiciones humanas de aquella época eran limitadas y la población en extremo analfabeta, comienza a ser uno de los medios favoritos y más instantáneos del incipiente periodismo para al menos cuatro cosas:
       a) enterarse de lo que ocurre entre los poderosos,
       b) reírse de ellos
       c) transmitir opiniones y
       d) adquirir consciencia.
     Por supuesto, ese camino de expresión es radical para el hinchado ego de los poderosos, pues la mayoría de seres humanos en posición de poder creen erróneamente que están iluminados y que sus errores son virtudes (véase, si no lo cree, el sexenio de Felipe Calderón, por mucho el más deplorable que ha tenido México desde Victoriano Huerta, quien fue un traidor). Por ello, el peligro de confrontar a los poderosos no estuvo exento de horribles momentos al ejercer el caricaturismo político en sus primeras épocas (y valga decirlo, también en las actuales). Algunos conocieron la cárcel, como el considerado mejor caricaturista de Francia, Honoré de Daumier.
      Joven e idealista, éste realizó una parodia del gobierno del príncipe Luis Felipe I. Lo representó como un obeso gigante patas flacas sentado en un trono. La abotagada cabeza de pera del monarca abre la boca para tragar cestas de comida que a través de una larga tabla unos lacayos suben cargando a sus espaldas hasta depositarlas en los labios reales. En el principio de la tabla, se puede ver a un recaudador de alimentos (es decir, impuestos) que le exige más a un pueblo desesperado, mientras debajo, con gorros napoleónicos alzados, unos hombres luchan por las migajas que puedan caer. Detrás de éste gigantón insaciable, aparecen otros dirigentes políticos que parecen rogar al rey algo de lo que sale por debajo del trono (una como culebra) y se embarra en papeles escritos doblados debajo. En la parte inferior de la litografía aparece el nombre Gargantúa, popular y desacomedido monstruo del folclore francés, que inmortalizó el escritor Rabelais.

(click en la imagen para ampliar)

Tras la publicación de esta caricatura, el gobierno no sólo destruyó la plancha litográfica y confiscó la mayoría de las copias, sino que Daumier y otros caricaturistas fueron encerrados durante seis meses, e incluso un año más tarde se promulgó una ley que prohibía la libertad de prensa. (Estas leyes son muy socorridas por aquellos gobiernos que desearían abolir la crítica, a la usanza de la Rusia Soviética estalinista o el actual gobierno norvietnamita, o los ayatolas musulmanes o ciertos territorios de la mal llamada democracia, como en República Checa, donde hasta los tribunales han intervenido para intentar censurar cartones que afectan a los ministros).
      En el caso mexicano han sido grandes los caricaturistas que han puesto su arte al servicio de la crítica, como el decano de todos ellos, José Guadalupe Posada, quien desde el siglo XIX y hasta 1913, año de su muerte, retrató y ridiculizó las costumbres, a los políticos y al pueblo, mediante la utilización de metáforas como la de la calaca o la “Calavera Garbancera”, mejor conocida como la Catrina. 



Sus logros más notables en el campo de la crítica se dieron en periódicos de corte antiporfirista y después de la revolución también satirizó a Madero. Es Posada un artista original por derecho propio, en quien las influencias no parecen demasiado claras, excepto quizá (y en esto estoy siendo muy arriesgado) las propias del pueblo mexicano. Sus notables parodias de la vida mediante el uso de las calaveras, no sólo causaron admiración en su época sino que impulsaron hasta hoy (a cien largos años de su muerte) el arraigo de tradiciones como las calaveras literarias y que México sea a veces considerado un país que se ríe de la muerte.
       En la actualidad, nuestro país cuenta con grandes caricaturistas, como el gran divulgador Rius (quien ha dicho que como en México no se lee, la difusión de revistas ilustradas sirvió para que la gente se enterara del acontecer nacional y mundial -no es cita exacta-), Rafael Barajas “El Fisgón”, José Hernández, Patricio, Helguera, Jis y Trino, El Fer, Boligán, entre otros, muchos de los cuales se han conglomerado en periódicos como La Jornada o en revistas como El Chamuco, la cual ha vivido diferentes etapas a lo largo de su existencia y en la tuve el gusto de colaborar durante 2007-2008. No crean ustedes que yo haya hecho mis pininos gráficos allí, sino que con un grupo de expertos nos encargábamos de labores editoriales y de diseño. Fue en la convivencia cercana con aquellos artistas que me pude percatar de su profesionalismo: no solamente se trataba de mantener una coherencia gráfica, sino de estar al tanto de diferentes temas, no sólo políticos sino globales y sociales, analizarlos y ponerlos en contexto de tal suerte que despertaran el humor (ese trágico humor amargo del mexicano ) y la reflexión del auditorio.
     Un último apunte para terminar estas brevísimas notas sobre la caricatura política y que puedan apreciar la obra de Silvestre Madera Chicho. Por allí hay quien dice que lo importante en este arte es la idea por sobre la imagen. Supongo que puede ser así y lo suscribo (allí está el caso del webcaricaturista español Xavier Águeda, quien con un trazado simple, casi infantil, logra colar temas de política, pareja, sexualidad y gamberrismo), aunque también soy de la opinión que el caricaturista que deja su impronta con mayor firmeza en el ánimo de sus lectores es aquel que es un artista en tres vertientes: el gráfico, el intelectual y el humorístico. Reunir esas tres características no es un requisito que cualquiera pueda tener (aunque sí desarrollar, si siente la vocación, con estudio, trabajo, disciplina y constancia, las cuales, por otra parte, sirven para destacar en cualquier actividad humana).

Muchas gracias. 
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(Obras de Chicho presentadas en el Tianguis Cultural del Chopo) 
















sábado, 9 de noviembre de 2013

Una recomendación valiosa para antes del fin


Échale un oído a esto, amigo lector, si tienes tiempo y te interesa. Me gustaría que tuvieras tiempo y te interesara. Significa escuchar durante hora y cuarto música que no te hace brincar, bailar, ser el ranchero más chido del ejido, de la ciudad, pero vibra en ti (lo sé porque también vibra en mí). De veras te digo que no te puedes ir de este mundo sin escuchar esta interpretación de la Sinfonía número 5 en do mayor, del compositor Gustav Mahler, cuya música es una obra maestra a la que el tiempo no ha quitado un ápice de su brillo y en la interpretación disponible en internet, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Chicago está, al parecer, en su punto. No te lo deberías perder jamás. Arregla tu día para escuchar este enorme pedazo de música con tiempo y espacio. Si sabes conectarte con el alma de la obra, irás de un lado a otro, como en un huracán, de lo olas salvajes a lo silencio calmo, íntimo. Se sabe ya que es necesario, sobre todo en estas épocas, que el ser humano intente experiencias donde pueda descubrir lo mejor que hay en el ancho mundo, ver lo mejor de él, tanto las naturales como las creadas por el hombre, para por lo menos al partir sembrar la nada ultraterrena de semillas de un sueño de belleza en una posteridad inverificable.











jueves, 31 de octubre de 2013

Pequeña reseña


El atrapador de papalotes sería quizá un título más libre, aunque preciso (en lo que podría denominarse “el castizo mexicano”) para traducir el título de “The Kite Runner” (publicada por Salamandra como Cometas en el cielo), del escritor estadounidense Khaled Hosseini, de raíces afganas. Se entiende que los responsables de su publicación en el ámbito hispanoamericano buscaran un título que fuera comprensible para todos los lugares donde se habla español, pero por supuesto, pierde mucho de su fuerza original en aras de la neutralidad idiomática (y, dicho sea de paso aunque sea un tema aparte, uniformización global del lenguaje español cuando se hace una traducción). Estos preámbulos, por supuesto, los genera la deformación profesional de dedicarme a la traducción y están fuera del texto.
      El atrapador de papalotes, enmarcada en Afganistán entre los años 1970 y 2001, cuenta la redención de Amir, que cuando niño, en el día más feliz de su vida, fue testigo omiso de un acto atroz y cuyas secuelas y remordimientos ante su pasividad lo persiguen. Esa culpa y su incapacidad de manejarla, terminan por convertirlo incluso en un vil. La denominada “invasión soviética” a Afganistán y las consecuentes reformas y repercusiones que ello trajo a la vida económica del país, obliga al padre de Amín a exiliarse a Estados Unidos, donde Amir crece, se enamora y lleva una vida de estudio y escritura hasta un día del verano de 2001, antes del atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York, cuando recibe una llamada de un viejo amigo que le habla desde Pakistán, país vecino de Afganistán, para decirle que “hay una manera de ser bueno de nuevo”. Tras esa llamada, Amir volverá a Kabul tras dos décadas lejos a encontrar, en medio del fanático régimen talibán, su propia salvación.
      Con esos referentes, Hosseini consigue mantener y guiar al lector a través de escenas que generan emociones: desde la serenidad al azoro, de la tristeza a la esperanza, mientras nos muestra hasta dónde puede llevar los radicalismos y lo que es el perdón. La obra además reseña con verdadera maestría pasajes de la historia afgana contemplados desde la perspectiva desprejuiciada de un afgano que mira y no reconoce su país, pero quiere que se sepa cómo es y por qué es así. En general, es un libro de argumento sólido y plenamente desarrollado.
       Este libro fue un best-seller en Estados Unidos. No resulta difícil apreciar por qué: la novela es enganchante y aún estaba fresca la guerra librada por su país para derrocar aquel régimen talibán, que tanto daño y retroceso generó en Afganistán, sobre todo por su necedad de querer devolverse hacia pasado aplicando una interpretación literal de sus libros sagrados. Basta recordar el desplazamiento que se hizo de la mujer de la vida pública durante su época (1996-2001) y la destrucción perpetrada a los budas de Bamiyan, monumentales estatuas talladas en las laderas de un acantilado, de mil quinientos años de antigüedad (2001).

lunes, 7 de octubre de 2013

Si Gandhi aquí viviera, sería violento


Camino el tres de octubre a un lado del templo de San Hipólito y leo en una pinta con aerosol sobre una camioneta blanca: “Si Gandhi aquí viviera, sería violento”. En la tranquila cotidianidad de esta calle, pienso en los enfrentamientos del día anterior entre granaderos y “anarquistas”, durante la conmemoración del cuarenta y cinco aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, y la pinta me parece una monstruosa estupidez, como los discursos y las palabras al aire que a veces se escuchan en una marcha.
    Estos “anarquistas”, que han adoptado el recurso de la provocación urbana (y a falta de mayores discursos programáticos), justifican de manera burda su, digamos, “mensaje”: asociar falsamente a sus “demandas” a filosofías de acción y figuras históricas que provocaron grandes cambios en sus países y con ello confundir a la opinión pública.
     Por supuesto, que ellos no son anarquistas y Gandhi no sería violento. No piensen los “anarquistas” que en la India todo era amor y paz durante el colonialismo inglés. No obstante, la revolución de Gandhi tuvo la novedosa virtud de luchar sin violencia, actuar de brazos caídos, provocar con la indiferencia ante el enemigo y sus exigencias el desconcierto de éste y su consiguiente pasmo. ¿Qué le quedaba al inglés ante una masa que se oponía a obedecerle al mejor estilo del Bartleby melvilliano? Sus represiones terminaron por situar a los ingleses en el reflejo extremo que el espejo de su moral protestante no quería apreciar: el de los necios, los violentos, los injustos.
    Como se ve, los “anarquistas” mexicanos no saben de lo que hablan. Como carecen de un discurso articulado, el resto de nosotros tampoco sabemos qué buscan hacer con estos ataques a la paz pública. Lo único que parece es que este grupo vandálico ha despertado entre muchos analistas la sospecha de que pueda tratarse de unos nuevos “halcones”, un grupo de boicot gobiernista para reventar ante la opinión pública las exigencias válidas de otros grupos que se manifiestan contra el gobierno.

sábado, 20 de abril de 2013

Conspiracionismo a la mexicana


La poca información y el mucho prejuicio se aliaron el viernes pasado en las redes sociales (sección México) para opinar sobre los sucesos que ocurrían en Boston, donde se “cazaba” a Dzhojar Tsarnaev, sospechoso junto con su hermano Tamerlan de haber colocado el lunes un par de bombas caseras que estallaron cerca de la línea de meta del maratón que se desarrollaba en aquella ciudad. Los comentarios iban desde la descalificación a la investigación hasta la celebración del suceso e incluso la empatía con los pobrecitos inculpados. A quienes reprobaban la forma de conducirse del FBI, les parecía inverosímil que en tres días hubieran podido identificar a quienes parecían ser los responsables del atentado, y no dudaban en manifestar que aquello era una cortina de humo elaborada por el tío Sam para justificar alguna nueva invasión en la que se inculpaba a inmigrantes musulmanes para desacreditar a todos lo musulmanes y todos los inmigrantes. Y que aquellos jóvenes chivos expiatorios terminarían por ser sacrificados en un baño de sangre para que el esquema “autoatentado-invasión” (esta vez quizá a Chechenia) se desarrollara de nuevo, como siempre lo han hecho los gringos. (Aunque teóricos de la conspiración supremacionista estadounidense señalan que ese esquema se ha repetido desde Pearl Harbor a las Torres Gemelas, sólo se tienen el dato confiable del incidente del Golfo de Tonkin, desencadenante de la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam, y que el propio gobierno de EU se encargó de divulgar durante la administración Clinton).

      ¿Cómo es que se les podía hacer tan difícil imaginar el siguiente escenario de investigación? La ciudad de Boston tiene cámaras de seguridad, como muchos otros sitios en el mundo. Y además de la cobertura mediática que tenía el maratón, entre los asistentes mucha gente llevaba sus cámaras fotográficas y de video. La probabilidad de que alguno de tales fotógrafos profesionales y amateurs pudiera haber capturado la imagen de los terroristas era muy alta, por lo que los investigadores se dieron a la tarea de pedir a todos esos archivos. ¿Usted no hubiera buscado colaborar si el caso hubiera ocurrido en México? Pero aún mejor, los investigadores contaban con la asistencia de testigos presenciales, como Jeff Bauman, quien esperaba en la línea de meta a su novia y miró con curiosidad a un hombre de gorra, lentes oscuros y chamarra negra que depositaba su mochila en el suelo. No le prestó mayor atención. Un par de minutos después la bolsa estalló con su contenido, el cual dejaría sin piernas a Bauman. Cuando volvió en sí en el hospital, pidió lápiz y papel y comenzó a describir al sospechoso. Recordaba al tipo y quería aportar datos.

       Y a pesar de que, una vez que se liberaron los trazos de quienes eran los sospechosos (a quienes se les denominó “sospechoso 1” y “sospechoso 2” y no “criminal 1” y “criminal 2”), muchos insistían en que era un montaje y que ya se culpabilizaba de antemano a estos sujetos, sin habérseles llevado a juicio. Así, el asalto que llevaron a cabo en una tienda 7Eleven fue montaje, las bombas que arrojaron hacia la policía en su huida fue un montaje, el policía que murió en el MIT fue un montaje, la muerte de Tamerlan fue un asesinato a sangre fría perpetrado por los cerdos, el secuestro exprés de un conductor (a quien en un exceso de orgullo le revelaron que ellos habían sido los responsables de los bombazos y al que liberarían cuadras adelante) también fue un montaje. Todo montaje. Y les parecía excesivo que la policía de Boston estuviera de “cacería”. ¿Pero cómo se le podría denominar al hecho de poner a 9000 agentes tras la pista de un sospechoso al que se le había visto huir hacia Watertown, en las afueras de Boston? ¿“Seguimiento masivo de probable responsable”? (No olvidar, por otra parte, que el término “cacería” se usó este mismo año para buscar a un ex policía en el área de Los Ángeles y allí nadie dijo nada).

      Pero el hecho más triste fue aquella especie de justificación que dieron algunos: “Estados Unidos se lo merecía”, “Tanto lloran a cuatro personas, que si el niño, la mamá, la hermana gabachos, que si el migrante... ¿y los niños muertos por sus bombardeos en Gaza o en lugares de Medio Oriente sólo por matar a un terrorista? Jojojo siempre los gabachos son buenas personas y a todo el mundo nos debe de doler sus muertos”.

      La rueda del karma había girado y ahora los sembradores de calamidades cosechaban a sus muertos. Quizá. No se puede negar ni defender el terrible papel histórico que como policía mundial autoimpuesta ha desempeñado Estados Unidos. Pero es una falacia lógica creer que si se siente piedad por las víctimas de este hecho, entonces se es proyanqui o se desprecia y minimiza las terribles situaciones por las que han atravesado y atraviesan en algunos lugares, como por ejemplo Gaza. 
      Celebrar la muerte, y no de George W. Bush y Dick Cheney y el resto de sus halcones, verdaderos provocadores de la situación mundial en aras de la “libertad”, quienes deberían haber sido enjuiciados desde hace mucho y estar tras las rejas y no en mansiones disfrutando de su retiro, sino de tres inocentes que habían ido a un evento a apoyar a sus familiares, es verdaderamente vil, indigna de cualquier persona. Algo que deberían reflexionar aquellos que están prontos a descalificar a Estados Unidos sólo por ser Estados Unidos y a ver su lado oscuro en cualquier situación.


Imagen de Martín Richards en su salón de clase.
El cartel dice: "Basta de lastimar gente. Paz".


Un grupo de combatientes sirios sostiene una manta en la que se lee:
"Los bombazos de Boston representan una penosa escena de lo 
que ocurre todos los días en Siria. Acepten nuestras condolencias".