lunes, 27 de agosto de 2012

Neil Armstrong y el gran salto


Después de su regreso de la Luna y de que los días de entrevistas y espectáculos quedaran lentamente atrás debido a que Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a preferir otro tipo de demostraciones de fuerza, los tripulantes del Apolo XI, esa mítica nave que sería el golpe maestro del capitalismo contra el comunismo en los años sesenta, se fueron sumiendo lentamente en el olvido hasta el pasado sábado 25 de agosto, cuando falleció el primer hombre que puso un pie en el polvoso suelo de nuestro satélite natural: el capitán Neil Armstrong.
   Proveniente de Ohio, uno de los estados norteamericanos que los aborígenes de ese país consideran más “provincianos”, Neil Armstrong (1930) se interesó por la aviación desde muy temprana edad: decidió su vocación en la infancia al contemplar espectáculos aéreos y cuando a los seis años voló en un Ford Trimotor y supo lo que era contemplar la tierra desde las alturas. A los diecinueve años se convirtió en piloto de la Marina, y al año siguiente, 1950, participó en la guerra de Corea. Completó setenta y ocho misiones de combate. En 1952 ingresó en la NACA (la predecesora de la actual Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, NASA), donde laboró como administrativo, ingeniero y piloto de pruebas.


Carrera espacial entre la URSS y EEUU
El lanzamiento soviético en 1957 del satélite Sputnik comenzó la carrera espacial entre dos potencias que ponían a prueba sus concepciones sobre lo que debía ser el mundo: ambas se habían alzado victoriosas de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza nazi, y sus posiciones ideológicas no podían ser más dispares. Por un lado, el capitalismo encabezado por Estados Unidos aseguraba que el sistema debía darle la felicidad al individuo gracias a su esfuerzo personal (y comunitario dentro de la empresa) y ello debía ser fomentado mediante el libre mercado y la inversión del dinero, aun a costa de sus crisis recurrentes. Del otro, los ideólogos comunistas afirmaban que la felicidad se conseguiría mediante el trabajo conjunto y al unísono de una sociedad en la que quedaban “abolidas” las “diferencias” de clase y en la que el Estado velara por el cumplimiento cabal de las satisfacciones del individuo, aunque el pensamiento tuviera que tender a la uniformidad y peligrosamente al totalitarismo (lo cual sería parodiado con excelencia narrativa por George Orwell en la novela 1984).
   La “indiferencia” que se tuvieron las dos naciones se llevaba a cabo en diversos terrenos: ambas potencias cultivaron la invasión de países como práctica común de alineación a sus respectivos sistemas (por ejemplo, del lado soviético, Polonia en 1939; por ejemplo, del lado estadounidense, Corea, 1950, Irán, 1954, el golpe de estado en Guatemala, 1954); se mostró músculo en pruebas atómicas demoledoras (como la llevada a cabo por los soviéticos en Nueva Zembia con la Bomba del Zar, de 50 megatones, la cual liberó 3, 800 veces más potencia que la lanzada sobre Hiroshima). Incluso llegaron a apuntarse los misiles como quien se muestra los puños. Y el espacio fue la metáfora del control y “progreso”: el lanzamiento del Sputnik, el éxito de la sonda Mechca y el posterior envío de Yuri Gagarin en 1961 más allá de la atmósfera, situaron a la URSS a la cabeza.
    Meses después del recorrido de Gagarin, el presidente estadounidense John F. Kennedy anunció que para fines de la década pondrían a un hombre en la Luna (pero no viviría para contemplar dicho acontecimiento). A un año de ese discurso, junto con otros nueve pilotos de la segunda generación, Neil Armstrong obtuvo la plaza de astronauta. A lo largo de cuatro años llevó a cabo un entrenamiento intensivo en Texas. Para 1966 voló en la misión Gemini 8 y logró acoplar dicha nave con el cohete en órbita Agena. La caminata espacial que se tenía planeada para esa misión tuvo que abortarse debido a que las naves comenzaron a girar en el espacio. Armstrong consiguió estabilizar la situación, desacoplarse y después realizar una entrada de emergencia a la Tierra.

¿Se conocieron Stanley Kubrick y Neil Armstrong?
En 19 julio de 1969 los astronautas Neil Armstrong, “Buzz” Aldrin y Michael Collins, participantes de la misión Apolo XI, convirtieron a la realidad un sueño largamente acariciado por la humanidad. Ya en 1667, por ejemplo, el escritor Cyrano de Bergerac había asentado en su obra El otro mundo el precedente literario de un viaje a la Luna (y al Sol e incluso había descrito un cohete de tres fases); esta tradición la continuarían con éxito otros escritores, como Julio Verne o Arthur C. Clark.
    “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, expresó Armstrong al imprimir su huella (la primera) sobre la Luna. Dicha sentencia provocó que no pocos se preguntaran: “¿Un salto hacia dónde?” Las imaginaciones se dispararon no sólo por las implicaciones políticas del suceso, que en los hechos mostraba a Estados Unidos con tecnología superior a la de cualquier otro país. Algunos veían ya en un futuro próximo inmediato una probable colonización lunar y otros negaban que el suceso se hubiera llevado a cabo. A aquella tripulación se le llegó a equiparar con los aventureros que dirigiera en 1492 Cristobal Colón.
    Pero a diferencia de Colón, la hazaña de la NASA no ha conducido todavía a una colonización lunar: pocas fueron las misiones tripuladas que siguieron a ese pequeño paso para un hombre y escasearon cada vez más tras la derrota tácita de la URSS, que envió a la Luna misiones no tripuladas hasta la cancelación de su programa. La NASA envió cinco misiones exitosas y después del Apolo 17 no se han repetido los alunizajes tripulados.
    Hay quien niega que el Apolo 11 haya llegado a la Luna: sugieren que se trató de una hábil ficción cinematográfica realizada por Stanley Kubrick (el mago cinematográfico de Odisea del espacio 2001) en un gran set; que sí se puso el pie humano allá, pero hasta la siguiente misión, la del Apolo 12. En sentido contrario, otros dicen que los soviéticos no hubieran aceptado un montaje y, por tanto, sí hubo alunizaje estadounidense. Por otra parte, la pregunta seguía en el aire: “¿Salto hacia dónde y cómo?”. La lógica de esa pregunta iba en el sentido de que, si se era capaz de enviar a un hombre a la Luna, quizá probablemente se comenzaría la colonización, ¿y cómo sería posible que ya se hubiera conseguido ese triunfo y, en cambio, no se pudieran erradicar problemas tan urgentes como el hambre y el analfabetismo, o la explotación excesiva de recursos naturales? ¿Qué clase de seres, los que somos, se exportarían al sistema solar y quizá a otros confines?
    Cualquiera que sea la respuesta, el programa tripulado terminó en 1972. Algunos se han preguntado por qué no, en esos seis alunizajes exitosos, ni siquiera se intentó la construcción de un desván con cinco láminas y unos cuantos remaches. Quedó una bandera simulando ondear en un asta tubular. Las teorías de la conspiración, desmentidas constantemente por la NASA, seducen con la idea de que ya existe una rústica base lunar o que se liberó una carga atómica sobre la superficie del satélite y que eso impide el regreso. La Agencia declara que los niveles de radiación solar que llegan a la Luna, la cual carece de atmósfera, serían insostenibles para la existencia de una colonia permanente (¿entonces por qué no una colonia temporal?) y que salvo la urgente necesidad de supervivencia de la especie, no se requieren de humanos para poder llevar a cabo experimentos científicos.


Vida posterior
Tras el viaje lunar, Armstrong continuó trabajando en la NASA y después dio clases en la Universidad de Cincinnati, presidió empresas de tecnología, concedió algunas pocas entrevistas y conferencias, y vivió el resto de su vida en una casa de campo en Ohio. Su carácter era bastante reservado y se alejó siempre de los reflectores. Pero el asombro por el logro del que formó parte, que ahora sigue su curso en la misión marciana Curiosity, nunca terminará: aquella aventura abrió la percepción de que nuestros conocimientos como humanidad pueden conducir a un grupo de hombres más allá de las fronteras de este planeta y, con sus resultados, ayuda a formar una idea más próxima del universo que habitamos. Descanse en paz ese gran explorador.


Neil Armstrong (1930-2012), Michael Collins (1930) 
y Edwin "Buzz" Aldrin (1930). Foto de la misión Apolo 11.