jueves, 28 de junio de 2012

Cierre de campaña en el Zócalo

Llevé a mi hijo de siete años al Zócalo, al cierre de campaña. En un descuido, volteé a la izquierda, y cuando regresé la mirada hacia él, ya tenía una cachucha del PT en la cabeza.
   -Me la regalaron -dijo.
   -Más bien, nos regresaron parte de los impuestos en forma de gorra.
   Le expliqué, entre otras cosas, que nada de lo que se recibía de los partidos políticos era gratis. Y que aunque somos simpatizantes, en líneas generales, del proyecto alternativo de nación de López Obrador, eso no significaba que creamos que todo lo que él dice sea la pura verdad. Pero que comparado con los otros políticos de la lid electoral y con sus respectivas historias y sus formas de enfrentar los retos, AMLO y su gabinete pueden representar el comienzo para México del largo camino en el que todos debemos cooperar para transitar, en este mundo extraño del siglo XXI (sometido al abuso de los recursos naturales y a la explotación del hombre por el hombre en busca del abstracto beneficio), hacia una nueva forma de entendernos entre los mexicanos, con otras naciones y entre la humanidad.
   Pero mi hijo ya no me prestaba atención, entretenido en escuchar los cánticos y gritos de apoyo de aquella fiesta de optimismo. No importa, me dije. Estábamos ahí por pura convicción, no por una gorra: para demostrar que tenemos esperanza de un cambio y no un retroceso, y que la pondremos en una boleta. Nuestro voto no es un cheque en blanco: esperamos que dicha esperanza no se desvíe demasiado y que siempre esté dispuesta a rectificar en lo que pueda estar equivocada.
   



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